Solo faltó que por la calle desfilasen los legendarios oompa-loompas con el cabello verde, vistosos trajes blancos y la cara anaranjada. Eran, hagan memoria, los obreros de la fábrica de chocolate de Willy Wonka, cuyo espíritu pudo sentirse ayer en la calle Indautxu, donde se inauguró la tienda de golosinas Candy Shop. Ese histórico callejón se ha convertido en uno de los grandes puntos de encuentro de Indautxu y, habida cuenta de que se trata de una zona peatonal espolvoreada de bares, dicho sea con permiso de la sede de Bilbao Centro, el batzoki y de esa sucursal del Cantábrico llamada Pescados y Mariscos Koldo, no escasea la presencia de niños que juegan mientras los padres ponen un ojo en sus movimentos y el otro en el poteo de tardeo, la gran costumbre de nuestro tiempo.

La tienda, enclavada donde antaño hubo una antigua sastrería, irradia una magia especial. Hay que agradecérselo a la interiorista Susana Gil, quien se ha volcado en la recreación de un local con piruletas gigantes colgadas del techo, colores para hacer un arcoiris y fantasía a raudales, por las cuatro esquinas. Marcela Rodríguez se gana el sueldo de lo lindo atendiendo al ejército de la tierna infancia, una tropa de armas tomar, como muchos de ustedes sabrán. En la retaguardia, como generales del negocio, Ibon Jauregi, una referencia en la zona, y Zelai Bilz. Ayer no disimulaban su sonrisa durante la inauguración.

Pequeños como Ander y Koldo Gorostiza, Carmen Mendiguren, Alazne Ruiz, enfurruñada porque amatxu no reabastecía los suministros, Idoia e Iker Beitia, Nerea Etxebarria, Mikel Gordejuela, Naia Sanz, Aitor Barrios, su prima Ane Uriarte o Miren Garay entraban y salían de la tienda. Les han abierto un paraíso a pie de calle y no desaprovecharon la ocasión pese a la lluvia.

Fue una puesta de largo como una de esas películas familiares: para todos los públicos. No por nada, a la cita también se sumaron la lehendakari del batzoki vecino, María Loizaga, la estilista del cabello Yolanda Aberasturi, Isabel Álvarez, Roberto Díaz; la pintacaras Iris Mikele de Mendiluze, infatigable con sus pinturas y sus globos, Lorena Navas, Anuska Peñalva, Verónica García, el arquitecto Borja Vildósola, Zuiry Moscoso, Jone Solaitua, Maite Peñalva, más pequeños que se cruzan como Iker y Ane Olaizola, Ibai Fernández, Arrate García y Nerea Garate y un buen número de gente que se regodea con ese mundo que cautivó al joven Charlie Bucket se acuerdan, una vez que encontró un billete dorado en una chocolatina, pasaporte que le daba acceso a la fábrica de chocolate del señor Wonka. Charlie accedió acompañado por su abuelo Joe. A buen seguro que a partir de ahora no serán pocos los aitites que entren en la tienda acompañando a sus nietos. Y esa magia de la que les hablaba perdurará en el tiempo. Tiendas así tienen esta suerte de superpoderes. Deseémosles suerte.