EL lenguaje del arte, siempre al filo de la navaja para dar con la palabra exacta, se las ve y se las desea para describir el estilo de Martha Jungwirth, la artista vienesa que aterrizó ayer el museo Guggenheim con su paleta de colores imposibles bajo el brazo y el torrente de inspiración bajándole por las venas sin que por ello se le dibujase un rostro serio y severo, una de esas caras de catedrático de las que hablaba un viejo amigo. Es más, se saltó el protocolo y pidió el micrófono para hablar en público. Agradeció la asistencia de “a lot of people” y el cariño con el que le han tratado a su regreso a España. La última vez que estuvo fue en 1966 para recoger el premio Joan Miró, tal y como recordó el director del museo, Juan Ignacio Vidarte, quien invitó a visitar “una retrospectiva de cinco décadas” y recordó que quedaba inaugurada la temporada de verano.

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El Museo Guggenheim Bilbao exhibe la inclasificable obra de Martha Jungwirth Oskar González

Hablan los expertos de un vocabulario abstracto, de un estilo que cabalga entre la figuración y la abstracción, de una especie de diario que registra su implicación corporal en el proceso creativo, de una extensión dinámica de su propio ser donde surgen estructuras inteligentes de líneas y manchas impulsadas por sus movimientos y emociones. Canutas, ya ven.

Uno pensaba en estas cosas cuando un invitado que quiso guardar el anonimato y que había visto la exposición de cerca de 70 obras bajó en el ascensor y le comentó a su pareja: “Más allá de lo que se ve, es lo que se siente al verlo”. Sabrá disculparme el robo de la conversación. Parece mucho más elegante que la manera en que había pensado describírsela: la mujer que pinta como le da la gana.

A Juan Ignacio y a Martha les acompañaron, en el estrado, el emisario de la compañía de seguros Occident, Pablo Sampedro; el consejero de Cultura, Bingen Zupiria; la diputada foral de Cultura, Leixuri Arrizabalaga y la comisaria de la exposición, Lekha Hileman. Bien cerca se encontraban Jon Azua, Pilar Aresti, Fernando García Macua y un buen nutrido grupo de autoridades y gente vinculada a la tramoya, la maquinaria y la gestión del museo. Mucho de ellos y ellas ya sabían que Martha es una amante confesa de Francisco de Goya (si le echan imaginación al asunto podrán ver tres majas recostadas entre las obras escogida en la recopilación...); que le dolieron en el alma los incendios forestales de Australia, donde tantos canguros murieron o que usa el cartón, libros de contabilidad o papel de estraza, en un desafío de las convenciones artísticas tradicionales en búsqueda de “lo anodino, lo ignorado”.

Testigos de todo cuanto les cuento fueron quien fuera alcalde de Bilbao, Ibon Areso, Mariano Gómez, el galerista Roberto Saenz de Gorbea; el concejal de Cultura, Gonzalo Olabarria, quien se saludó con Cristina Bañales, Josune Ariztondo y Beñe Ariztondo; Sylvie Laneaux, Javier Caño, Alberto Ipiña, Begoña Bidaurrazaga, Txema Vázquez Eguskiza; artistas de la talla de Richard Pérez, Sagrario Nebreda o Julio Ortún, acompañado por Lola Martínez, María Ángeles Izquierdo, Chus Navarro, Emilia Coca, Felisa Ramos, Itxaso Elorduy, Elier Goñi; la presidenta del cineclub FAS, Txaro Landa, Txarly Otaola; el director de Itsasmuseum, Jon Ruigómez; la directora de Obra Social de BBK, Nora Sarasola; Ángel Tobalina, acompañado por Marian Parra; María Jesus Cava, Germán Palacios, Begoña Cava, Carlos Román, Blanca Aparicio, en nombre de Bizkaia Energía; Ana Olaso, ingeniera de Petronor; Marta Ortuzar y Carlos Pérez Urrutia, que ayer mismo celebraban su aniversario de boda, Cristina Agirre, Raquel González, Eduardo Andrade, Alejandra Pinedo, Joseba Madariaga y toda una legión de hombres y mujeres que se acercaron a recrearse con medio siglo de obra de la buena Martha, la mujer capaz de dejarse llevar por sus sensaciones.