MEDIA hora antes de que comenzase el recital, el afinador de pianos Asier Urkijo pedía a un puñadito de presentes es que bajasen, bajásemos, el tono de voz. El silencio es su atmósfera, el hábitat donde florecen las notas musicales. Le hicieron, le hicimos caso, por supuesto y la conversación se produjo entre susurros. En el exterior, la gente guardaba cola para entrar al auditorio del Museo Guggenheim y asistir al concierto. ¿De quién? De la pianista británica Mishka Rushdie Momen, quien se estrenaba por estas tierras en el proyecto Los sonidos del arte impulsado por el propio museo cuando ya ha tocado el cielo de auditorios célebres como el Festival de Lucerna, el Wigmore Hall y el Carnegie Hall de Londres, la Philadelphia Chamber Music Society, la Tonhalle Zürich, la Elbphilharmonie de Hamburgo y la Phillips Collection de Washington DC. ¡La repanocha!

Mishka tiene, pese a su juventud (nació en Londres en 1992), una largo camino hecho. Estudió con Joan Havill e Imogen Cooper en la Guildhall School of Music and Drama de Londres, y también con Richard Goode. Fue invitada por Sir András Schiff a dar conciertos en Zúrich, Nueva York, Amberes y varias ciudades alemanas e italianas como parte de su serie de conciertos Building Bridges. Apasionada de la música de cámara, ya ha actuado con Steven Isserlis, Midori, Krzysztof Chorzelski y miembros de los cuartetos de cuerda Endellion y Orion. Ha ofrecido numerosos recitales en solitario, incluso en el Barbican Hall de Londres, uno de los templos.

El recital comenzó con una presentación a cargo de la musicóloga Patricia Sojo, que versó sobre la relación entre la obra de Marine Hugonnier –artista expuesta actualmente en la galería Film&Video del Museo cuya obra indaga en el concepto de paisaje– y el programa musical seleccionado para esta ocasión, que llevó a sentir la belleza de los sonidos inspirados en la naturaleza. Tras el concierto hubo un encuentro con la propia Mishka Rushdie.

El concierto comenzó con una pieza, Le rappel des oiseaux, del músico de Dijon (Francia) Jean-Philippe Rameau. Desde las primeras notas, la gente presente vivió emocionada cómo iban soltándose las notas al aire libre. Notas que se mezclaban, como les dije por encargo de Patricia Sojo, con los sones de la naturaleza. Fue hermoso y vibrante.

La gente melómana fue acercándose a la cita con las armonías de Robert Schumann, Leoš Janácek, Olivier Messiaen (un músico frances, ornitólogo, que estrenó la pieza Catalogue d’oiseaux elegida para ayer, en 1958 en la Salle Gaveau de París por la pianista Yvonne Loriod...), György Sándor Ligeti y Maurice Ravel. Fue una hermosura para los oídos.

En esa atmósfera se movieron Luz Maguregui, atenta a que todo fluyese, Txabi Loyola, Carlos Cela, Esperanza Navarro, Javier Ortega, Miren Olabarria, Carmen Azkarate, María José Bilbao, Izaskun Olaizola, Elena Astigarraga, Carlos Pérez, Sonia Báñez, Carmelo Peña, Ofelia Saitua, María Eugenia Respaldiza, Lucía Iruarrizaga, María Gloria Arocena, Javier Fernández, Rosa Ucelay, Pilar Elorduy, Javier Sinobas y un buen número de amantes de la música clásica y esa suerte de juego de espejos –el arte plástico mirándose en los lagos de la música...– que propone el Museo Guggenheim.

Hubo una buena entrada, por si les cabía alguna duda. Al recital se sumaron, entre otros, Juan Felipe Puerta, Jacinta Grifué, Iciar Aguirre, Jacinta Simal, Begoña Sainz de la Maza, Teresa Aranguren, Aitor Hermández, José Luis Martín y otra mucha gente que prefería preservar su identidad. La experiencia vivida ayer, ya les digo, fue una suerte de 360o. Una manera de mirar al arte en muchas de sus extensiones. A nada que uno ponga interés en su comprensión lo logra: disfruta de lo lindo.