Todavía recuerda a las mil maravillas sus idas y venidas como vendejera, una labor que era dura pero que le gustaba mucho. Pilar Unibaso Arostegi ha cumplido 104 años, y lo ha hecho con una memoria de hierro "y algún que otro achaque por la edad", comenta ella misma. Pero esta mungiarra tiene ganas de seguir disfrutando de algunas de sus aficiones que más le gustan, como son las cartas y, cómo no, las visitas de sus sobrinos a la residencia.

En la residencia de la Fundación San Jose Etxe Alai lleva cinco años, y aunque está bien, admite que "estos últimos años han sido duros". Se refiere a la situación provocada por el covid-19, un enemigo que sin duda, se ha cebado con las personas mayores, a esas a las que tanto les debe esta sociedad, y que se han visto afectadas de una manera muy dura.

Ha sido "mucho tiempo sin visitas, pasando más tiempo del que me gustaría en la habitación", pero todo ha sido para intentar salvaguardar la salud de tantas y tantas personas mayores. También cuenta que ha sido complicado "porque en la residencia se suelen hacer muchas cosas, y al estar la situación así, pues las actividades se ven afectadas".

Pero esta mungiarra saca fuerzas de donde haga falta para seguir siendo positiva. Es nacida en Mungia, en Billela. Pasó su infancia en el caserío Gondraondo, junto a su familia. "Éramos tres hermanos y recuerdo que teníamos animales y el caserío". De allí sacaban los productos que después Pilar vendía. Ahora es impensable, pero Pilar comenzó a trabajar desde muy joven, "con tan solo 10 años", cuenta.

Y no solo vendiendo, también, en el baserri, donde "siempre había algo por hacer y siempre hacían falta manos". Como vendejera recuerda sobre todo que "me gustaba mucho, y solía ir a vender a Basauri y a Bilbao". También iba a la escuela, una etapa de la que guarda grandes y buenos recuerdos. Pero después, con o sin deberes, "ayudaba en casa en lo que hiciera falta". De la Mungia de su niñez recuerda que "era muy distinta a lo que es hoy en día, era como más pueblo, como una aldea en la que nos conocíamos toda la gente".

En Mungia ha pasado su vida, y cuando se retrotrae a la infancia se le escapa una gran sonrisa: "Me encantaba ir con las amigas, cuando éramos algo más mayores a las romerías de los barrios". Siendo más joven, recuerda con gran cariño "el juego de la cuerda y las tabas", y vuelve a asomar una sonrisa en su cara, como si volviera a saltar con sus amigas.

Pero si algo le ha gustado desde siempre ha sido jugar a las cartas. "Desde bien pequeña, porque jugábamos mucho en casa, cuando hacía mal tiempo, a las noches...". Quizá en su casa fue donde aprendió los mejores trucos para ganar, puesto que después ha sido campeona de brisca en más de una ocasión, y en la residencia es una rival temible cuando de cartas va el juego. Hablando de cartas, exige que "nos dejen jugar a cartas en la residencia, que quiten esa norma".

También a cartas juega mucho con su sobrino, que si la situación del covid lo permite, "viene muchos días a verme y jugamos". Su cumpleaños fue especial, aunque "había previsto hacer más cosas, pero como está otra vez la situación mal, no pudimos".

No obstante, le cantaron el Zorionak zuri y sopló las velas, claro. Aunque lo que más le gusta hacer en la residencia es jugar a las cartas, "es muy culta y le gustan mucho las charlas culturales, cuando hay alguna actividad de ese tipo", explica la dinamizadora del centro. No le gustan nada las manualidades que a veces hacen, pero sí "leer y enterarse de temas culturales". Pilar cuenta que lo que más le alegra "es cuando vienen mis sobrinos a visitarme". Ahora, en las fechas navideñas, disfruta con "la comida especial de estos días, cuando recibimos la visita de Olentzero...". Acaba de cumplir 104 añazos, pero entre risas, pide "una prórroga para por lo menos, cumplir 105". Zorionak Pilar!