AS señales de alarma se activaron del todo "con la cancelación del congreso de psiquiatría que iba a tener lugar en Gasteiz entre el 4 y el 7 de marzo con la asistencia de unas 600 personas", evoca la directora de la residencia Emilia Mitxelena de Turtzioz, a quien se lo comentaron en Zalla y "enseguida nos pusimos alerta": los 13 usuarios que acudían a talleres de Lantegi Batuak en el mismo municipio dejaron de hacerlo para evitar riesgos y, poco después, la Diputación Foral de Bizkaia decretó la suspensión de las visitas. "Empezamos a hacernos una idea de lo que se nos venía encima", una experiencia que, pese a las dificultades, les ha fortalecido porque "nos sentimos más familia que nunca". También protegidos en el sentido de que "el grupo GSR al que pertenece el centro nos ha proporcionado un gran soporte de uniformes, pantallas, mascarillas o batas y nunca hemos estado desabastecidos".

En las 36 plazas concertadas de la residencia de Turtzioz conviven once mayores de 65 años y personas con discapacidad, así que "cuesta mantener las distancias y comprobar que cumplan con todas las medidas de seguridad y nos preocupaba que no supieran utilizar el material de protección". El comedor y las habitaciones "están sectorizados" y aun en estas circunstancias "se han unido más". Ante la imposibilidad de ver en persona a sus seres queridos "adquirimos tabletas para que pudieran realizar videollamadas a las familias y además algunos tienen teléfono móvil". Sin duda, "el entorno tranquilo en pleno centro de Turtzioz nos ha ayudado, como los vecinos y contamos con un jardín que nos permite salir a dar una vuelta, así que no hemos padecido ese sentimiento de enclaustramiento en la peor fase de la pandemia". Dentro de lo que posibilita la pandemia, "damos paseos terapéuticos con la monitora y nos hemos dividido en grupos, aunque por prevención todavía no hemos recuperado las salidas a los talleres de Lantegi Batuak en Zalla". Cuando se abrió la posibilidad de volver a dar la bienvenida a los parientes de los residentes, "intentamos que fuera la misma persona una o dos veces por semana", todo dentro del protocolo más estricto para no abrir ni un resquicio de entrada al virus.

Y es que en la plantilla "hemos sufrido psicológicamente la culpabilidad por si se diera el caso de que los trabajadores introdujéramos el covid-19 en la residencia". Por ello, "hemos simplificado nuestra vida a ir de casa al trabajo y del trabajo a casa" para reducir el peligro. En junio en la desescalada "a algunas personas les entró cierto miedo cuando se permitió volver a dejar pasar a las visitas", pero Magdalena Peña se muestra partidaria de que "no podemos vivir en el miedo y sí afrontar las circunstancias". Aun así, como medida de prevención "hemos firmado un compromiso escrito para cumplir una serie de normas, como no asistir a reuniones con concentración excesiva de personas y mantener la distancia social".