L pasado marzo, de pronto, de un día para otro, la pandemia sacudió los cimientos de la vida tal y como se conocía hasta entonces. Se encomendó a la población una reclusión domiciliaria para contener al virus y eso conllevó inevitables consecuencias para la actividad económica. Especialmente grave para el sector turístico, que acusó la imposibilidad de viajar y de realizar desplazamientos.

Uno de esos establecimientos que vio desmoronarse de un día para otro su actividad fue la casa rural Ortulane de Urduliz. Un típico caserío vasco del siglo XVIII reformado y adaptado a las necesidades del siglo XXI, pero que no ha perdido la esencia original del caserío manteniendo intacta su estructura. El exterior está rodeado por un jardín arbolado, cerrado con un antiguo muro de piedra. Además, en las inmediaciones se puede disfrutar de paseos por senderos, paisajes de praderas y bosques con suaves colinas donde desconectar y relajarse caminando.

Un alojamiento privilegiado por su tranquilidad y al mismo tiempo cómodo debido a su proximidad con el núcleo urbano de Urduliz. Sin embargo, mantiene su entorno y esencia rural, desde donde se puede disfrutar de los encantos de Uribe Kosta y Bizkaia.

No obstante, durante los meses de confinamiento, su responsable quiso aportar su granito de arena a la lucha contra el covid-19 cediendo sus habitaciones para que el personal sanitario del hospital de Urduliz pudiesen descansar o pernoctar durante sus largas jornadas de combate frente al virus.

Una acción solidaria que su responsable no quería que se viera como una decisión publicitaria y que prefirió que no trascendiera, por lo que le costó aceptar el Laboral Kutxa DEIA Hemendik Saria.

Sin embargo, su generosidad y altruismo merecía un reconocimiento. “Sabía que en el hospital el personal sanitario necesitaba un lugar para descansar después de esas duras jornadas de trabajo y por eso decidí ofrecer el alojamiento”, explica Jon Gibelondo, responsable de la casa rural. Un gesto altruista que le ha permitido conocer de cerca a esos héroes sin capa por lo que considera que la sociedad “está en buenas manos”. Al mismo tiempo, a nivel personal, ha sido una “experiencia enriquecedora”, apunta.

Después de unos meses muy complicados, llegó la desescalada y lo que parecían brotes verdes con el control de la pandemia previo a la segunda ola. Un impasse. “No esperaba un verano así, no ha estado mal”, reconoce Gibelondo, quien después de pasado el periodo estival señala que ahora todo está “demasiado tranquilo” debido a los nuevos envites del virus que mantienen el clima de inestabilidad, especialmente, en torno al sector turístico y al resto de la actividad económica.

Una situación muy complicada que ha ofrecidos gestos muy positivos como el de la casa rural Ortulane, donde su propietario no dudó en arrimar el hombro cuando más se necesitaba brindado un descanso y desconexión a aquellas personas que velan por nuestra salud y bienestar y que vuelven a estar al pie del cañón.