“A nada que se contagien cuatro personas, se nos dispara la tasa de incidencia a niveles que marcarían alerta roja en pueblos más grandes”, si bien “aquí hemos alcanzado topes de 1.100 casos por cada 100.000 habitantes”, comentaba Héctor González en uno de sus últimos cafés en el batzoki de Galdames antes del cierre de la hostelería. A pesar de los bailes de cifras, “y la confusión de que llega un momento en ya no sabemos qué se puede hacer y qué no” por las normativas cambiantes, “en los pueblos menos habitados estamos sobrellevando mejor la pandemia”, decía su amigo Iñaki Bezares. Otras localidades pequeñas de Enkarterri como Lanestosa, de 250 habitantes; Turtzioz, de 500 habitantes, o Artzentales, con alrededor de 730 habitantes también intentan formar sus burbujas.

En Galdames “la dispersión entre los barrios nos ayuda” a restringir la interacción social según instan las autoridades, según Iñaki. En jornadas laborables resulta más complicado por los habituales viajes “por motivos de estudios o trabajo” a localidades cercanas, como “Muskiz, Zalla o Bilbao”, enumera Héctor. “Estamos más diseminados y se están respetando las normas”, coincide otra vecina que prefiere no revelar su nombre, cuya hija se contagió en noviembre. Camina por la céntrica plaza San Pedro señalando la carpa instalada para realizar las pruebas de detección del coronavirus.

Junto a Karrantza, el municipio más extenso de Bizkaia, se encuentra el más reducido y precisamente ahí fundaron su negocio de repostería hace tres meses Eduardo Fernández y Mikel Ortiz. Mikel, que procede de Karrantza, “era pastelero y quería montar un establecimiento y a mí me destinaban a Madrid”, relata Eduardo, arquitecto de formación, así que “decidimos quedarnos y dar el paso”. ¿Vértigo por el contexto sanitario y económico? Ven “lógico darle vueltas a esta situación”, pero “nos lanzamos a la piscina porque pensamos que el virus no va a durar toda la vida”. En Lanestosa “nos han hecho un hueco muy pronto”, una acogida que les proporciona el impulso para “empezar a ir posicionándonos en supermercados de Enkarterri y alrededores”. Ubicada “nada más entrar al pueblo a la derecha, cerca de la plaza del Ayuntamiento”, la pastelería “registra más movimiento los fines de semana, como el propio pueblo”. En la villa encartada “la gente le guarda muchísimo respeto” al covid-19 “y está concienciada con respecto al uso de mascarilla y el cumplimiento de las recomendaciones de higiene”. Aunque “hemos pasado la mayor parte del tiempo sin casos” las precauciones siempre han de extremarse porque “hemos comprobado que, en cuanto se notifica un solo positivo, el indicador sube a 300 por cada 100.000 habitantes”.

La plantilla de la residencia GSR Emilia Mitxelena de Turtzioz ha abandonado los cafés por el municipio y otras costumbres de socialización para proteger a los 36 residentes, entre mayores y personas con discapacidad”. Firmaron “un compromiso personal de cumplir a rajatabla las medidas y el protocolo tanto dentro como fuera” de las instalaciones. Ya han inoculado a los usuarios las dos dosis de la vacuna, lo que les infunde “un sentimiento de ilusión porque sentimos que nos encaminamos hacia la salida del túnel”, confía la directora, Magdalena Peña. Han pasado unas navidades de lo más atípicas. Dentro de las limitaciones impuestas por la emergencia sanitaria, “celebramos Nochebuena, Navidad o Año Nuevo habilitando también el salón principal por el tema de la distancia”. En condiciones normales hubieran invitado a sumarse a los vecinos “que quisieran venir a comer o cenar con nosotros”. Como una persona sola asidua a la mesa de la residencia otros años a quien esta vez “entregamos comida en bandejas desechables” todas las jornadas festivas. Agradeciendo el gesto, “nos transmitió que estaba todo riquísimo, pero que le hubiera gustado compartirlo y a nosotros también”, señala esperanzada, confiando en poder dar la bienvenida a 2022 de una forma diferente.