"Un agradecimiento especial por toda tu ayuda. La noche en vela pendiente de Elur, recogido entre la nieve del monte Ubieta con hipotermia, teniendo a todos nuestros gatos en la clínica y cuidando de ellos antes de cada adopción o acogida y atenderlos siempre, sin importar el día o la hora. Sin ti no podríamos salvar a tantos animales". Este sentido mensaje de Asoaya, se dirige a Carmen Cabo, la veterinaria de Balmaseda que, además de colaborar con la protectora de animales de Enkarterri presta su apoyo a un proyecto de mascarillas solidarias impulsado por una vecina de la villa cuya recaudación también va destinada a la asociación. "Voy metiendo el dinero en una hucha", cuenta mientras acaricia a uno de sus cuatro felinos bajo el cartel que da a acceso a la clínica y que deja muy claro , según reza el texto con humor, que el gato debe aprobar a todos los invitados.

En junio cumplió seis años en su consulta después de haber pasado por otra en Arrigorriaga, trabajar para más veterinarios o dar clases. En Enkarterri "me han recibido muy bien", dice. Asiste sobre todo a perros y gatos y rebate el estereotipo de "independientes y ariscos" que se percibe de estos últimos. Sobre el chip de la gente dice "está muy equivocada, yo creo que son cariñosos, reflejan también la naturaleza de los dueños". A efectos prácticos, "no hay necesidad de sacarlos a la calle", lo que da un margen a los planes fuera de casa. O daba, antes del coronavirus.

Pese a que "irresponsables hay en todos los lados", Carmen no ha notado que hayan aumentado los abandonos desde que la pandemia entró en nuestras vidas. "No se trata de que los animales nos transmitan el covid-19", al revés, "nos refuerzan el sistema inmune y estamos más preparados para enfrentar el coronavirus y otras enfermedades". Durante el confinamiento se consideró su clínica servicio esencial, así que trabajó en horario de mañana.

Una etapa en la que los ayuntamientos y la protectora Asoaya multiplicaron sus esfuerzos para alimentar a las colonias callejeras. "Debemos adecuarles comida, agua y un refugio y que se les vaya esterilizando", razona.

ADOPTAR MÁS

Al menos "veo que cada vez se adopta más". "Por mi conciencia no podría comprar mascotas", pero Carmen no juzga a quien lo hace. No obstante, "en ese caso, que no vengan de una industria generada en la que algunos viven como si se trataran de campos de concentración donde tienen a las hembras en jaulas celo tras celo". En Navidad puede ocurrir que Olentzero o los Reyes Magos hayan venido con un perro o un gato debajo del brazo. Supone "una buena manera de que los niños aprendan responsabilidades, pero que sepan que si no cumplen la tarea, recae en ellos".

Carmen también ha tratado especies exóticas. "Me parece un poco cruel mantener a una pitón en un terrario, un pájaro encerrado, un conejo en una jaula, los hámsters€, que precisan otros entornos y atenciones. Claro, la situación se puede ir de las manos", afirma, recordando el ejemplo de un alumno "que había rescatado una loba y había metido un perro para cruzarla y sacar perros lobo" y la loba "terminó por matar al perro". Intentó decirle que "aunque ya no se pudiera reintroducir en el ecosistema sí podría ir a una instalación especializada". Casualidad, "cuando hablé con él y empecé a moverlo la loba se murió y él cogió otra mascota, una cría de mono". "Con una compañera que trabajaba en Basondo fuimos a verle y comprobamos lo desubicado que estaba el mono. Ese animal crece, le suben las hormonas, se vuelve agresivo. Es mejor ver un buen documental de animales, pero que vivan en su medio. A mí me da pena. Entiendo que estos lugares a veces se convierten en la única manera de recoger a estos animales que acaban como acaban y educar sobre sus características, cómo deberían vivir€". Justo las funciones que en Enkarterri cumple el Karpin Fauna.