Te acuerdas de la escena de la película Ocho apellidos vascos en la que el protagonista al salir de un túnel ve que se dirige hacia una tormenta? A mí me sucedió un poco lo mismo al principio€ ¡Qué va!, Euskadi me trata muy bien", bromea Erik Lenghan. Se siente en casa. Tal es así que este canadiense se ha mudado a Alonsotegi, el municipio de su mujer, Julia Berasategui, con la ilusión de construir una nueva vida en plena pandemia. Tras unos meses agitados por el encierro de marzo y la adaptación al hogar comerán las uvas mirando a 2021 con optimismo.

Nació en Quebec, "en la parte francesa del país que, por tamaño y mentalidad de sus habitantes, me recuerda a Bilbao". Escuchó el nombre de la capital vizcaina por primera vez por boca de su esposa, Julia Berasategui, a la que conoció en Edimburgo en 2004, "y me sonó al personaje de Bilbo de El hobbit. Sus caminos se separaron cuando Erik emprendió un viaje por los Balcanes y después regresó a Canadá. Con un océano de por medio, "mantuvimos una relación a distancia durante más de un año". Y entonces fue ella la que hizo las maletas porque "decidió seguirme" y se casaron por lo civil en una ceremonia muy íntima en 2006. La fiesta resultó muy diferente en Alonsotegi cuatro años más tarde en un enlace religioso que congregó a invitados de "Australia, Brasil, Estados Unidos, Escocia€"

El matrimonio volvió a cruzar el charco, rumbo a Montreal, donde residieron durante quince años. Erik ostentaba el cargo de "jefe del departamento legal en una universidad". Su esposa "ejercía de enfermera en la sala de operaciones de un hospital con una superficie alrededor de cinco veces más grande que Cruces o Basurto". Se instalaron en una casa "típica de los barrios que aparecen, por ejemplo, en la serie Mujeres desesperadas, todo muy bonito, con grandes jardines". Siete años más tarde, esa rutina en apariencia perfecta ya había podido con ellos: "Estábamos realmente a tope. Nos faltaba algo importante, nos daba la impresión de que vivíamos de manera mecánica, como le ocurre a mucha gente". Desplazarse a sus ocupaciones laborales se convertía en una odisea de "tres horas diarias de tráfico cuando la cosa iba bien". Erik necesitaba "caminar, coger mi coche, un autobús y el metro". "¡Una locura!", así que recurrió al médico "porque me notaba como deprimido, mientras seguía trabajando, porque había hipoteca, dos coches nuevos, muchas cosas que pagar€" Hasta que dijeron hasta aquí y planearon un cambio radical.

Se trasladaron "a una cabaña en un pueblo de 500 habitantes" en el que les advirtieron sobre los osos que merodeaban por el bosque cerca de su casa. "Igual no me crees, pero guardo fotos del lugar", cuenta divertido. Para entonces Erik ya se había enamorado de Alonsotegi en sus viajes de vacaciones y había descubierto "los bares y los pintxos, que me encantan", de modo que apostó por importar el concepto en Canadá. La idea triunfó porque "nunca se había visto nada igual". Organizaban fiestas, dedicaban los viernes a la música€ "Conocimos a mucha gente y nos divertimos, el bar generaba otro tipo de estrés que la ciudad", aunque estrés, al fin y al cabo. Por ejemplo, "el lunes venían los proveedores de cerveza y había que levantarse a las cuatro de la madrugada; mi mujer me ayudaba a limpiar y en la cocina". Volvió a rondarles la idea de hacer las maletas otra vez, porque "la cabaña en medio de ningún sitio tampoco nos acababa de llenar el corazón".

Se hallaban en otra encrucijada. Reflexionaron sobre sus expectativas en el Camino de Santiago y en 2019, al fallecer el aita de Julia se plantearon dar el gran paso, un cambio total. "¿Por qué no lo intentamos, por qué no vivir en Alonsotegi?", se preguntaron, con una respuesta afirmativa. "Nos lanzamos a vender" sus propiedades y cinco días antes del cierre por el coronavirus "aterrizamos con cuatro maletas, dos cajas de plástico y nuestra perra". No necesitaban nada más.

Proyectos de futuro

Julia "estudia para cuidado a domicilio porque le gustaría más relacionarse con las personas que la sala de operaciones y tendrá su propia práctica de reflexología aquí en el pueblo". Erik, por su parte, se familiariza con el euskera desde hace cuatro meses a base de clases intensivas, actualmente cuatro días a la semana. "Me parece muy diferente. Todo al revés del castellano o el francés, que es mi lengua materna, con los entzumena voy poliki poliki", cuenta. Sus proyectos "van orientados más a lo empresarial, me gustaría poner en marcha mi propio negocio, me he movido siempre en educación".

Con sus antecedentes viajeros no saben qué les deparará el futuro, pero sí que en Alonsotegi han hallado un hogar. "Conozco el Euskadi pre coronavirus, y sé, espero, que va a volver después de todo este lío", asiente convencido y con el deseo de disfrutar de "Aste Nagusia y otras fiestas y esas comidas tan divertidas en las que se habla de lo que van a preparar para la próxima". Y es que "yo provenía de América del Norte y, para ser honesto, me alimentaba sobre todo a base de hamburguesas y comida basura". Por el contrario, "aquí he aprendido a cocinar y a beber, se puede elegir entre productos de calidad y me encanta que la gente lo celebre". Erik ha comprado un libro de cocina vasca tradicional "y cada semana voy intentando conocer más y mejor las costumbres culinarias". Entrar en el círculo de la cuadrilla puede parecer un reto que Erik ha superado con creces. Además, "como hablo mejor castellano me ayuda a integrarme".

Por no hablar de la belleza del entorno, que enamoró a sus allegados. Cuando su familiares y amigos se desplazaron a Alonsotegi para la boda aprovecharon la estancia para "realizar una inmersión total en la cultura vasca: visitamos Lekeitio, San Juan de Gaztelugatxe antes de la locura de Juego de Tronos, y otros tantos sitios y ¡alucinaron! Una vez que sus amigos vivieron las fiestas "están deseando regresar".

No es de extrañar que todos les animaran con entusiasmo cuando la pareja comunicó sus planes de mudanza "reforzando nuestra convicción de que estábamos ante una bonita oportunidad". La localidad encartada dispone de otra baza a su favor: "¡Nos encontramos a solo quince minutos de Bilbao!" A veces en la ciudad sus compañeros y amigos me hablan de ir a Alonsotegi "como si hubiera que viajar a Burgos; si estamos al lado. Que nos lo hubieran contado a mi mujer y a mí cuando vivíamos en Montreal...".