EN diciembre de 1946 una mujer enferma llega desde Galdames. En marzo de 1947 tres personas acuden desde Bilbao preocupadas por conflictos con su casero. Un joven de Ontón cuenta que sus vacas se han quedado sin leche. Una mujer de Ampuero ve gatos en todas partes, otra de Berango está convencida de que le han echado una maldición, un feligrés más asegura que sombras malignas le magullan el cuerpo... El libro de visitas de San Pedro Zarikete es un tesoro. Registros de las décadas de los cuarenta o cincuenta dan fe del predicamento de la ermita de Zalla para desembrujarse. Los asistentes a la excursión de las Jornadas Europeas del Patrimonio escuchaban desde los bancos del templo con medias sonrisas y expresiones de incredulidad la lectura de Iñaki Quevedo, que les guió por siglos de supersticiones.

Emplazada en la ruta del Camino de Santiago Olvidado, la ermita entronca con la tradición que asocia Zalla a las supersticiones, una reputación de brujos que “ha venido más de fuera”. Las creencias se personifican en Lucía de Aretxaga, la vecina que posiblemente estaba al cargo de la primitiva ermita de San Pantaleón. “Se desconoce si desarrolló un proceso inquisitorial por esta causa en mujeres de Zalla. El tema de Lucía de Aretxaga es leyenda, seguramente con una base real que no se ha estudiado”, explicó Iñaki Quevedo. Perviven otros vestigios en la toponimia, como “el corro de las brujas” en el área recreativa de Bolumburu, donde “se dice que se reunían”. Allí “en 1997 se colocaron unas piedras” y también se habla de un “arroyo de las brujas” en las proximidades.

Zarikete procuraba la medicina para conjurar las maldiciones, o así lo consideraban los fieles que cumplían escrupulosamente el ritual “casi pagano de puertas afuera”: llegar por un camino y marcharse por otro “trazando una especie de círculo” y arrojar sal. “Muchos peregrinos bebían agua bendita a espaldas de los sacerdotes” que reprobaban estos hábitos. Después “les imponían las manos y recibían la bendición”. “Tanto la sal como el agua se tenían por elementos purificadores frente al mal de ojo, ese me ha mirado mal”, añadió. Además, se creía que brujas y demonios atacaban con más virulencia a los jóvenes. A día de hoy, durante la festividad de San Pedro Zarikete el 1 de agosto muchos vecinos y visitantes que vienen de fuera continúan cumpliendo con la costumbre y entre el programa de misas de la jornada hay una dedicada a la bendición de los niños.

Siglo XI A la entrada se reparten “estampas bendecidas”, señaló el arquitecto Patxi García de la Torre, que ha vivido desde niño cerca de la ermita y junto con su hermano Bernardo promovió una restauración que se inició en 1991 y se prolongó durante 25 años. Participaron la Universidad del País Vasco, el Gobierno vasco y la Escuela Taller local “que dirigía precisamente Iñaki Quevedo”. Antes de las obras “el edificio amenazaba ruina”. Hubiera sido imperdonable no actuar cuando “se ha documentado que los cimientos excavados se remontan casi mil años atrás, al siglo XI”. Lo detallan los paneles informativos instalados bajo el coro, que muestran una cronología de la ermita. A su lado se exhiben objetos significativos, así como algunas herramientas que se emplearon en la rehabilitación. Hace tres años se editó un catálogo de la exposición y en YouTube se puede encontrar un vídeo explicativo.

Durante el hamaiketako ofrecido por la asociación Tu prójimo Enkarterri -que gestiona las credenciales del Camino de Santiago Olvidado que se expiden en Zarikete-, las personas que participaron en la excursión leyeron libros, folletos o programas de fiestas donde queda patente la impronta social de los relatos. “Hace años fue muy popular una pegatina con un eslogan que decía Zalla, toki liraina, embrujo de Euskadi”, recordó Iñaki Quevedo.

Representación Con semejante arraigo no sorprendió que se eligiera el nombre de Zarikete para la representación popular que narró la historia de Zalla a través de episodios y personajes clave: desde la emperatriz Zita de Habsburgo, que vivió en el colegio de las Irlandesas, el padre Peyton, que equiparó el municipio al paraíso, al auge de la papelera de Aranguren o Tío Mari, “al que llamaban el pintor de las sombras” por los colores y temáticas de sus cuadros. La primera edición tuvo lugar el 30 de julio de 1995 “con 200 actores que eran vecinos, 125 músicos y cincuenta dantzaris”. Se reeditó el año siguiente.