Sopuerta - Edificio en ruinas. Al lado, una fotografía que creyó confundida porque le sorprendió que una construcción de esas características se publicitara en un portal inmobiliario. Intrigado, Tas Careaga, que buscaba una vivienda “especial” en el campo, pero cerca de la ciudad, se desplazó hasta Sopuerta y comprobó que, en efecto, se trataba de una iglesia. Aun en estado de abandono le adivinó un potencial para convertirla en su base: hogar y estudio. Tres años después, el creativo multimedia al timón de su propia empresa desde 2003 ha completado la transformación de Santa Cruz de Las Barrietas.

La cocina ocupa el antiguo altar principal, la sección que más recuerda a la vida anterior del inmueble desacralizado en la piedra del ábside. Frente a ella, donde debieron ubicarse los bancos desde los que los fieles seguían la liturgia, se extienden una mesa que hace las veces de comedor y una zona de estar con sofás y televisión en un espacio totalmente abierto. En la estructura del coro ha acondicionado su habitación en el primer piso y un área de trabajo, ambas con vistas a la planta principal. Una puerta lateral de acceso a un jardín preparado con mesas y sillas para disfrutar del verano al aire libre. Allí también se observa una pequeña cruz de forja que coronaba el campanario. “La distribución ha cambiado con respecto a la idea inicial” en el proyecto en el que ha contado con el asesoramiento de su amigo, el arquitecto Carlos Garmendia.

Un vecino con el que Tas ha entablado amistad le habló de que “la última misa debió oficiarse a finales de los años setenta o principios de los ochenta”. Cuando en el templo renacentista “que se erigió alrededor de 1530” hacía tiempo que la cubierta se había desplomado. “Era la parroquia de Sopuerta” quien había sacado el edificio al mercado, aunque “prefiero mantener en la confidencialidad” la cantidad que se solicitaba a posibles compradores. Con el “vértigo” de la rehabilitación que debería afrontar tanto él como el arquitecto tuvieron claro que tratarían de “conservar todos los elementos que se pudiera y si había que intervenir, emplear materiales muy nuevos para que las partes originales y las restauradas se diferenciaran claramente”. Al tratarse de un edificio dotado de protección “a nivel local” contactaron con un arqueólogo y “también la Diputación nos ha proporcionado unas pautas”. En cuanto al mobiliario, “he aprovechado la mayor parte de la decoración de mi casa anterior en Bilbao, con varios objetos que pertenecieron a mi tatarabuela”.

Tirar la toalla Reconoce que “en determinados momentos me planteé dejarlo, vender y marcharme” porque lo laborioso de la obra, con refuerzo de la estructura incluido “para curarme en salud”, y los presupuestos llegaron a abrumar. Y eso que “no han surgido grandes complicaciones, la principal es la humedad”. Al fin, “en abril” pudo mudarse. Al principio, el lugar “imponía”, pero no ha tardado en acostumbrarse a su nueva casa y apreciar a sus vecinos.

A muchos de ellos ha recurrido para algunos trabajos durante la reforma. “Me han recibido muy bien, me hablan del pasado minero que está muy presente en esta parte de Sopuerta”, agradece. Ha encontrado nexos incluso con sus allegados. Y es que la abuela de una amiga suya “que nació en el barrio de Alén, que está aquí cerca, fue bautizada y se casó aquí”. Quién le iba a decir que su nieta pisaría la misma construcción tan distinta por dentro. El camino “ha merecido la pena, lo haría otra vez con más ganas”.