Zalla - Es ley de vida, llegará un momento en el que se apaguen las voces de los testigos directos de la Guerra Civil. El grupo de trabajo que investiga aquella época para recuperar la memoria histórica de Zalla quiere conservar los testimonios de vecinos. Por ello, el 21 de junio, al cumplirse el 82 aniversario del más letal de los bombardeos que asolaron la localidad realizaron un nuevo llamamiento para que quienes deseen compartir sus historias “se pongan en contacto con el Ayuntamiento o el Gazte Zentroa”, según invitó Iosu Gallarreta, el zallarra que reconstruye el pasado más trágico.

El viernes tuvieron lugar dos conferencias en la kultur etxea que profundizaron en la contienda desde el punto de vista de la población. Tras la exposición del doctor de la UPV Josu Chueca sobre el exilio vasco, el propio Iosu Gallarreta se centró en los bombardeos y la llegada masiva de refugiados a Zalla intercalando sus explicaciones con frases textuales recogidas de vecinos que lo vivieron en primera persona.

En septiembre de 1936 ya se dejó sentir la presencia de desplazados, que movilizó a la junta de defensa municipal. Compuesta “por partidos políticos representados en la corporación”, se buscó acomodo a los huidos en casas de familias.

Cuando en 1937 las fábricas y los civiles se convirtieron también en objetivos del terror, el éxodo hacia Santander con parada en Zalla se multiplicó. A fecha de 17 de junio, después de la destrucción aérea de Durango y Gernika y la caída de Bilbao ya había 2.637 personas originarias de otros lugares, “el 66% más del censo habitual”. Muchos se plantearon poner a salvo a sus hijos en los barcos que partían a Gran Bretaña, Francia o la Unión Soviética. “Mi padre quería que nos mandaran con los niños que iban a salir de Balmaseda, pero mi madre se negó. Dijo: si tenemos que morir, morimos juntos”, decían las palabras de Tere Pagazaurtundua que reprodujo Iosu Gallarreta. Lo escuchó Koldo Gallarreta, cuyo tío, Manolo Ariño, falleció “a los 16 años, alcanzado por las bombas mientras cuidaba del ganado”. Una cruz le recuerda en Ibarra.

No tuvo tiempo de correr a los refugios, como otros vecinos advertidos por la sirena de la papelera de Aranguren cada vez que se avistaban los aviones. “Era pájaro de mal agüero y el último sonido amigo que escuchaba la gente”, apuntó el alcalde, Juanra Urkijo, durante una ofrenda floral a las víctimas en la placa conmemorativa de la plaza Euskadi. La Mesa de la Memoria de Ortuella cedió la sirena empleada en el acto para imitar a la que salvó vidas en el verano de 1937.