Gordexola - En su edición del 1 de diciembre de 1963, el periódico ABC informaba sobre el homenaje póstumo a Don José Antonio Garay Eguia en el entonces municipio de Gordejuela. La crónica mencionaba al “hombre que sentara las bases en el enclave encartado de un sólido empeño fabril que, pasado el tiempo puede decirse que constituye el soporte básico de la riqueza local, que aporta trabajo y sustento y que integra una comunidad productiva de 300 hombres”. Hombres, ni una palabra para las empleadas, que en ciertos momentos fueron mayoría con respecto a sus compañeros. Gordexola ha devuelto a las trabajadoras de la extinta fábrica cárnica Garsa el papel principal que merecían al otorgarles la primera edición del reconocimiento Manuela Allende.

En el edificio inaugurado hace pocos meses con el nombre de una vecina del siglo XVIII pionera en la defensa de los derechos de la población femenina y que también designa el reconocimiento instaurado por el Ayuntamiento, 16 mujeres rememoraron sus viajes en bicicleta hasta su puesto de trabajo o cómo su vida laboral se vio interrumpida en la mayoría de los casos al contraer matrimonio, porque de ellas se esperaba que lo dejaran todo para fundar una familia y cuidar del marido y los hijos. Los vecinos decidieron, primero presentando sus propuestas, y después, votando entre las dos que fueron admitidas, en quién recaía este galardón que pretende ensalzar la labor de mujeres de Gordexola en adelante todos los 8 de marzo. La asociación de mujeres Argizka presentó candidatura que logró el mayor número de apoyos. Su presidenta, Zuriñe Gil, lo argumentó así: “Nos sentimos reconocidas en vuestras vivencias del pasado. Como la historia está escrita en masculino, pretendemos recuperar y completar nuestra memoria”. “Las empleadas de Garsa fuisteis anónimas, silenciosas y numerosas. Muchas nos dijisteis que entrasteis a los 14 años. Alguna a los 13, pero la pillaron”, añadió entre los murmullos cómplices del público que abarrotó la sala. Esa fue Mari Ángeles Garay, que se incorporó a la plantilla en 1958 siguiendo la estela de otros familiares “para contribuir a la economía doméstica”. Pudo volver al departamento que se encargaba de fabricar chorizos tras la inspección que constató que era menor de edad mínima legal para comenzar a trabajar.

Saliera el sol o lloviera a cántaros siempre acudía a la fábrica que ocupaba los terrenos que hoy albergan el polígono industrial de Zubiete en la bicicleta que les proporcionaba la empresa. Había gato encerrado. No se trataba de un regalo, sino de un préstamo. En la nómina mensual “nos descontaban cinco pesetas hasta que termináramos de pagarla”. A veces “llegábamos empapadas, con el frío que pasábamos allí dentro y con falda”, señaló Begoña Martínez, que tiene 77 años y entró a los 18 a la sección administrativa. Impensable que las mujeres vistieran pantalones. “La verdad es que ni nos lo planteábamos”, reconocía Mari Ángeles. Como también comunicaban a sus jefes la baja cuando se casaban casi de manera mecánica, porque así se había hecho siempre. Con sus compañeros el trato siempre fue cordial, “nunca escuchamos comentarios que nos minusvaloraran por el hecho de ser mujeres”, coincidieron ambas.

Gracias a Garsa, Gordexola se labró un nombre en la industria de posguerra. A finales de los años cincuenta “de la división del capital entre los familiares surgiría Campofrío, la competencia”. En la década de los sesenta, Garsa expandió su producción “con sucursales en grandes ciudades, como “Madrid, Barcelona, Valencia, Santander, Oviedo, Mérida y Salamanca”. A raíz de una huelga en 1974, “que se saldó con un número considerable de despidos” se acentuó el declive que desembocaría en el cierre al que las antiguas empleadas asistieron con pena. El premio Manuela Allende les ha devuelto la sonrisa, “muy contentas de que se hayan acordado de nosotras”, agradecieron.