Llueva, nieve o haga sol, los barakaldarras siempre cumplen con la tradición de subir hasta Santa Águeda cada 5 de febrero. Pero, sin duda, esa costumbre se hace más a gusto si, como ayer, luce el sol y la temperatura es agradable. Ayer, los barakaldarras pudieron viajar una vez más a su acerbo, a uno de los elementos de su identidad en una celebración que se festeja desde tiempos inmemoriales.

Desde Gurutzeta o Kastrexana, desde primera hora de la mañana, familias y cuadrillas fabriles hicieron pasito a pasito, despacito y con buena letra, la tradicional subida hasta la ermita de Santa Águeda, un templo que desde el siglo XVI preside las faldas del monte Arroletza y que hace de este lugar un punto muy concurrido cada 5 de febrero. En el camino de subida, los peregrinos podían encontrarse con puestos en los que se podían adquirir las consabidas rosquillas y cordones de San Blas y, además, también se podían comprar quesos, empanadas, embutidos... y cómo no, txakoli y sidra. “El de hoy es un día muy bonito para reunirse, para ver a gente con la que llevas mucho tiempo sin encontrarte...”, aseguraron Txolo, Jose, Ángel y Carlos, miembros de una cuadrilla de barakaldarras que no suele fallar a su cita con Santa Águeda. La de ayer era una jornada de reencuentros, de socializar y, para algunos asistentes, de sacar el euskera fuera de clase. “Hemos venido para, además de disfrutar de la tradición, hablar en euskera, sacarlo más allá de las aulas”, explicaron Yolanda, María, Txaro, Estibaliz e Itxaso quienes llegaron hasta Santa Águeda procedentes del euskaltegi municipal de Barakaldo.

Entre quienes visitaron ayer la ermita, había quienes han hecho de esta subida toda una tradición y, también quienes se estrenaban por estas lides. Era el caso de Jacinta que, junto a Matilde y Rosa Mari, subió ayer por primera vez al templo. “Siempre había querido venir, pero no había podido. Me está gustando mucho el ambiente que se genera en esta fiesta”, aseguró esta mujer.