¿Quién hizo mi ropa? ¿Qué hay en ella? ¿Qué hay en sus colores? Son tres de las preguntas a las que apela Fashion Revolution, un movimiento global que persigue la reforma sistémica de la industria de la moda y del que forma parte Patricia van Herckenrode. El proyecto de esta leioaztarra de lanzar su propia marca de ropa de baño “dio un vuelco por completo”, como ella misma asegura, cuando sus ojos vieron la contaminación en primera línea de playa en Bali (Indonesia). Entonces, su idea giró hacia la sostenibilidad. Hace tres años que esa aventura emprendedora germinó; desde entonces, sus bañadores y biquinis son aliados del medio ambiente.

Sé curioso, averigua, actúa. Es el mantra de Fashion Revolution, un pinchazo a las conciencias que nació en abril de 2013, en respuesta al desastre de Rana Plaza en Bangladesh, un edificio fabril que se derrumbó y murieron 1.134 personas y más de 2.000 resultaron heridas. La catástrofe sacó (más) a la luz las condiciones de trabajo infrahumanas que esconde el feroz mundo textil. Por lo tanto, la filosofía de este movimiento sostenible también clama por unas condiciones laborales dignas. “Otra industria de la moda es posible: con tejidos reciclados y con personas que trabajan de forma ética”, resalta Patricia, convencida con palabras y con acciones. Es, precisamente, lo que trata de hacer ver la Semana de la Fashion Revolution, que se celebrará desde el lunes 19 al domingo 25 de este mes. Es la campaña mundial anual que reclama una industria de la moda que valore a las personas y al planeta (es la segunda más contaminante, solo superada por el petróleo). “El movimiento también persigue que las personas pregunten a las marcas: ¿Quién ha hecho mi ropa? Y las marcas respondan y lo muestren”, añade Patricia. Ella así lo hace. Esta es su historia:

“Mi madre tiene una tienda de ropa y yo estaba trabajando allí, pero siempre he sido emprendedora y con ganas de hacer algo por mí misma y empecé a dar vueltas a la cabeza para ver qué quería hacer. Tenía que ser algo relacionado con la moda, porque siempre me ha gustado muchísimo y lo he mamado desde muy chiquitina. ¡He crecido entre retales! Así que pensé en dedicarme a los trajes de baño. Empecé a hacerlo en España, las primeras fábricas las encontré aquí, pero no tuve suerte; estuve dos años intentándolo y nada. Al final, decidí probar suerte en el extranjero, porque yo seguía a piñón con mi idea”, rememora esta leioaztarra residente en Bilbao. Entonces, vio que en Indonesia “había mucho mercado”, así que “con una mano delante y otra detrás”, se cogió un vuelo ella sola, con 26 años, y se fue hasta Bali “a tocar puertas”.

De bruces con la realidad Esa experiencia, de cuatro meses, marcó su rumbo. “Mi proyecto, al principio, no era sostenible, comienza simplemente como una marca de trajes de baño muy especiales, porque sabía que quería diferenciarme del resto con los diseños, con el colorido y los estampados. En aquel momento, los trajes de baño eran más sota, caballo y rey. Y empecé a hacer mis primeros bocetos y cuando llegué a Bali me encontré con un panorama terrible, porque el problema del plástico desde aquí no se ve tanto. Ellos, desgraciadamente, no son conscientes, y, para mí, fue pisar tierra en Bali y pensar: No puedo contribuir a esto. Fue un choque”, admite esta joven. “Tú ves una playa paradisíaca, te das la vuelta y hay basura y, luego, en las cunetas está todo lleno de plásticos. De hecho, los vecinos van a primera hora de la mañana a las playas a limpiarla para que los turistas la vean limpia”, afirma.

La primera línea de su marca de bañadores estaba ya muy marcada: sostenibilidad. La otra, la de un trabajo sin explotación, ya la tenía clara desde antes. “Cuando empecé el proyecto en España fui visitando fábrica a fábrica para ver cómo eran. El tema ético lo he tenido siempre muy presente y al ir a Indonesia pensaba lo mismo”, reconoce Patricia. “El taller donde confeccionan mis prendas es familiar con 18 trabajadores y estoy encantada con ellos. Mantengo un contacto continuo”, agrega. Los pasos previos a esa elaboración de la ropa los da ella misma con sus diseños y con tejidos italianos ecológicos. “Usamos econyl, que es el hilo. Está hecho con microplásticos que se recogen en el mar, redes de pesca y viejas alfombras de vertederos. Es 100% reciclable e infinitas veces. Yo lo compro en blanco y la estampación la hago de forma digital para no usar agua. También estoy preparando una colección con tintes naturales para prendas lisas”, comenta esta emprendedora, cuya marca, Volett, también engloba sudaderas y camisetas de algodón orgánico.