Getxo - Sus profundas raíces vascas y su árbol genealógico bien servirían como referencia en la película Ocho apellidos vascos -“tengo incluso alguno más”, afirma- Rosi Basterretxea Bengoetxea, vecina del histórico Puerto Viejo de Algorta que para toda una generación de jóvenes -ahora ya más bien adultos- es más conocida como Rosi la de Gauzak o la de Camy. Esto se debe al cuarto de siglo que pasó en su tienda de Villamonte, un establecimiento a la vieja usanza que ofrecía casi de todo (juguetes, libros, helados y chucherías). “Unos llamaban a la tienda Gauzak por su nombre y otros Camy por los helados. Teníamos seis arcones repletos de ellos para abastecer a todo el pueblo”, rememora. Una tienda que en su época fue un templo de peregrinación para la juventud que iba camino de la ikastola San Nikolas o del instituto Julio Caro Baroja. “Era una zona de paso de la gente que bajaba del tren e iba al colegio”, recuerda. Cuando sus padres la compraron apenas había “campas y huertas” en lo que ahora es una zona completamente urbanizada del barrio getxotarra. Allí, durante más de 24 años, Rosi estuvo al pie del cañón haciendo felices a los niños endulzando su más tierna infancia. En verano, los helados de sus gigantescas cámaras frigoríficas servían como recompensa a los deberes bien hechos o, simplemente, el buen comportamiento. El resto del año, había un producto que se llevaba la palma. “Lo que más vendía eran pepitas”, señala en referencia a las pipas con las que muchos jóvenes amenizaban el camino o la vuelta de la escuela.

De aquella etapa han pasado décadas y ahora Rosi cuenta con 72 primaveras llenas de recuerdos endulzando infancias. Un recuerdo imborrable para algunos de aquellos niños y niñas que ahora se han convertidos en cabezas de familia, pero que le siguen recordando cuándo cruzan con ella en sus paseos por Ereaga o el Puerto Viejo. “Algunos se me quedan mirando y yo también a ellos pensando de qué les conozco”. Aunque dejó de vender golosinas hace tiempo, hay profesiones que nunca se olvidan. Por eso todavía guarda chuches para los niños. “Me gusta tener en casa por si vienen. Los padres, que en su día eran mis clientes, me suelen decir: Jo Rosi, eso no vale, a mí me las cobrabas”, indica.

Orígenes Su casa, Ramosenasarria, situada en la calle Aretxondo, es puerta de entrada desde Algorta al bucólico barrio pesquero. Allí se agolpan los recuerdos de infancia de esta vecina orgullosa de sus orígenes. “Aquí empezó Algorta. De niña esto era un barrio muy familiar en el que todos los vecinos nos ayudábamos como una gran familia”, indica. Por sus sinuosas calles jugaba a esconderse y cuando llovía encontraba refugio en el portal del Etxetxu, donde los mayores le daban a la cuerda. Rosi todavía intenta mantener vivos aquellos valores y no es raro verla asomada a su puerta saludando a los niños y gentes del barrio. Tal y como hacía un ilustre vecino suyo, Karolo El Divino, fallecido en 2016. “Cuando le tenía que echar la bronca por algo siempre me decía: Ay Rosita si yo te he visto crecer...”. “Pasamos hasta unas navidades juntos porque mi ama le invitó”.

Con lazos familiares estrechamente vinculados con la mar, como no podía ser de otra manera tratándose de una familia oriunda del Puerto Viejo, cuando Rosi era pequeña sus padres tuvieron que trasladarse a Caracas por motivos laborales. Sin embargo, ella no quiso acompañarles. “Me quedé con mis aitites, sin ellos no iba a ningún lado”, reconoce. A su regreso fue cuando compraron la lonja de Villamonte y montaron la tienda. “Estudié secretariado pero ayudaba a mis padres. Incluso cuando me casé, a los 23 años, seguí yendo. Así durante más de 24 años. Después lo tuve que dejar para ayudar a mi madre cuando se puso enferma”, relata Rosi, que no puede evitar emocionarse cuando recuerda aquellos niños que tenía como clientes y que hoy en día todavía se acuerdan de ella. Es la recompensa de una mujer dedicada en cuerpo y alma a endulzar infancias.