veces cierras los ojos de puro miedo y te asustas, en otras ocasiones sueltas las manos de la barra, las alzas al cielo y disfrutas del trepidante viaje. He ahí la montaña rusa, el medio de transporte más habitual en los últimos tiempos, donde las emociones no avanzan ni un par de metros en línea recta. Viene hasta esta columna la metáfora visto el plan de obras de urbanización del suelo del que crecen las torres de Bolueta, casi al tiempo que nos llega la noticia del lento descenso de los contagios del coronavirus. La gráfica, es previsible, no se dibujará con una caída sin tregua y habrá vaivenes, por supuesto. Como los habrá entre los parques, estanques y marquesinas que rodearán a las altas cumbres del barrio bilbaino. Se trata, digo, de darse un respiro y relajarse en el camino.

No pueden hacerlo los athletitzales que en el mundo son, somos. Las flaquezas de los leones, presentes en las charlas del café de mediodía cada lunes de Pasión, son el contrapunto al puñadito de azúcar de las noticias dulces. ¿Tendremos un día redondo más pronto que tarde? Lanzo la pregunta al aire y una voz por la espalda me chista que no sea ingenuo, que eso solo sucede en los primeros años de vida o en las novelas románticas que acaban con el banquete de las perdices.

Confirmado que, como decía un viejo profesor que nos torturó con sus dichos -para más inri, en su currículum podía leerse que era campeón de lucha grecorromana...- "el 10 es para Dios; el 9, para él, y el 8, para el mejor de la clase" habrá que conformarse con una horas de notable sosiego. No es poco consuelo. Volver a lo que fue no está garantizado y al pensar en ello recuerdo el viejo tango Volver que tan bien cantaba Gardel, ese que decía "(...) Y aunque el olvido, que todo destruye/ haya matado mi vieja ilusion/ guardo escondida una esperanza humilde/que es toda la fortuna de mi corazón (...)" ¿Iluso?