La tristeza, dice Thate, se mezcla con la impotencia

Su terraza -reducida este año a la mínima expresión, con apenas cuatro mesas altas- es uno de esos sitios en los que se cuece la fiesta en Bilbao. Entrega de premios, caras conocidas, actores, música cubana en directo, la bienvenida a los nuevos jugadores del Bilbao Basket, cánticos, cuadrillas... Incluso el premio Concordia y Cooperación de los Países de Europa, que hace tres años entregaron a Angela Merkel y que la propia canciller agradeció a través de una carta. “Últimamente los mediodías eran también muy fuertes, y cada vez más. Casi no damos abasto con las mesas que teníamos. Muchas de ellas empalmaban con la noche y a partir de las 8.00 había ya mucha gente”, rememora. Buen ambiente y alegría en estado puro; un espíritu contagioso que reunía a personas de todo tipo y condición. “Si un día de fiestas te pasas por el Ein Prosit, siempre te vas a encontrar con algún amigo o conocido. Somos una carpa distinta en un local diferente. Tanto los cuatro hermanos como los compañeros con los que trabajamos nos implicamos para que la gente esté a gusto y que sea un lugar de referencia en esta noble villa”. Nada que ver con este año. “Se echa de menos”, admite. Aunque, incluso sin haberse celebrado Aste Nagusia algunos de sus amigos quisieron compartir con Enrique y sus hermanos las fechas festivas, los clientes “han pasado con cuentagotas. La gente que vive en otros pueblos no ha venido a Bilbao y muchos bilbainos, al no haber fiestas, han alargado su estancia de vacaciones”.

Los primeros recuerdos de Thate de Aste Nagusia se remontan a antes de abrir el bar, aunque su familia ya despachaba en la charcutería, cuando bajaba a ver los fuegos con sus amigos. “Después íbamos a comer un chorizo con sidra a un chiringuito que había en El Arenal, que se llamaba Zapiain. Era como un ritual, no se me olvida. También recuerdo la bajada de las comparsas, la sokamuturra, las primeras txosnas... Y salir con mis hermanos y mi madre”.

“Soy más de fiesta de día”

Thate trabaja en fiestas desde 1992, primero en la terraza que montaban junto a Txarridunak en la propia plaza del Ensanche y luego en el Ein Prosit. Como para el resto de hosteleros, Aste Nagusia es sinónimo de muchísimas horas al pie del cañón. “Acabas reventado”, reconoce. La plantilla, habitualmente de once personas, se reforzaba con seis camareros más para atender a todos los clientes. “Si no, no daríamos abasto”. Pese a todo, el hostelero reconoce que está en su salsa. “Disfruto organizando festejos e historias. Aunque suene a perogrullo, me encanta que la gente se lo pase bien con lo que yo pueda aportar a la fiesta. Es lo que busco”. También le gusta escaparse un rato a mediodía para dar una vuelta por los hoteles y las txosnas. “Soy más de fiesta de día; la noche ya se me hace un poco larga. Me encanta el ambiente que hay en Bilbao”. Tanto, que despide con tristeza a Marijaia. “Pasa la semana y me da pena que se termine”, sorprende.

Nada que ver a la situación vivida este año. “La semana anterior cogí unos días de vacaciones, viendo la poca gente que había. Nos hemos ido turnándonos los hermanos”, explica. Él se incorporó al trabajo el lunes pasado. “Me da pena ver la calle con tan poca gente. Se me cayó el alma a los pies al ver fotos del Arriaga vacío el día del txupin”. Intenta mirar al futuro con optimismo, pese a saber que septiembre va a ser un mes “duro. Aste Nagusia es una inyección económica muy importante y lo vamos a notar. Más aún cuando la hostelería arrastramos ya meses muy malos”. “Esperemos que el año que viene vuelva la alegría y el cachondeo”, confía. Ni siquiera se planteó organizar nada especial para Aste Nagusia. “Tomamos la decisión de no hacer nada festivo. La situación actual es la que es y la hostelería está en el punto de mira”.