El confinamiento ha finalizado y vivimos una nueva normalidad que para muchos supone asomarse a un precipicio sin red. Para evitar que esto ocurra entidades como Cáritas van a dar continuidad a algunos de los recursos que se pusieron en marcha cuando surgió la pandemia, como la acogida que se les prestó a 35 jóvenes en Begoñetxe.

La alarma sanitaria puso el foco en otra pandemia, la que sufren muchos jóvenes inmigrantes que no tienen recursos para subsistir y duermen en las calles o en albergues. La mayoría procedentes de Marruecos y muy jóvenes de edad pero con grandes experiencias vitales compaginan la soledad de la calle con ciclos formativos que les permiten seguir soñando con un futuro mejor. Es el caso de Zuhair de 21 años y Munir de 23 años que representan una realidad que el covid 19 ha destapado.

Durante el periodo de confinamiento, el Obispado de Bilbao cedió temporalmente parte de la Casa de Espiritualidad de Begoña para que Cáritas diocesana de Bilbao llevara a cabo el proyecto de acogida a personas en situación de sin hogar y con gran vulnerabilidad. Como éste, las entidades del Tercer Sector pusieron en marcha otros proyectos que contando con la implicación de un ejercito de voluntarios dieron soporte a muchas personas en situación crítica. Fue también el caso de Khadir que encontró en la casa de Bizitegi en Uribarri, un hogar. En esta nueva etapa también se ha abierto una vía de integración para muchos de ellos con el apoyo también del Gobierno vasco.

En Begoñetxe se acompaña en estos momentos a 16 jóvenes a los que próximamente se sumarán otros cuatro y se prevé que, para finales de año, se extienda a 55-60 jóvenes extranjeros entre 18 y 23 años que están vinculados a procesos formativos en los centros de Formación Profesional.

La semilla de este recurso nació durante el confinamiento. A los pocos días de la alerta sanitaria y visto que eran necesarios más recursos Begoñetxe se volcó para acoger a jóvenes que no tenían un hogar y con gran vulnerabilidad. Con la implicación de los frailes y curas que residen en la Casa de Espiritualidad cedida por el Obispado de Bilbao se pudieron cubrir las necesidades básicas, emocionales y de ocio de estos jóvenes durante el tiempo de confinamiento, a raíz de la alarma sanitaria. “Gracias a las instalaciones de la casa se ha podido pasar mejor esta etapa de aislamiento”, señala Sonia Costillas, trabajadora social y responsable del proyecto que ahora inicia una nueva andadura. Esa situación les permitió conocer la realidad de personas como Zuhair, cuya normalidad distaba mucho de la cualquier chaval de 21 años. Como él, muchos jóvenes que han salido de los centros de menores y esperan entrar en un nuevo recurso, o simplemente han llegado ya con una mayoría de edad combinan su formación en Otxarkoaga después de haber dormido en la calle.

Las ganas y el afán de superación tenían que tener una oportunidad y es la que se les brinda en Bengoñetxe. Por eso, ahora, en la denominada nueva normalidad, el proyecto lejos de finalizar se estructura de otra manera para poder acoger a más jóvenes.

El proyecto que se inicia, Auzobizi, trata de cubrir las necesidades de vivienda de estas personas. Otros objetivos de la iniciativa son la formación y orientación laboral, el apoyo psicológico, el asesoramiento jurídico y administrativo o la inserción laboral de los jóvenes extranjeros con el apoyo del Gobierno vasco.

Sonia Costilla tiene más que fe en las posibilidades de inclusión de estos chavales de los que nunca quiere olvidar la edad que tienen: “Porque son muy jóvenes y eso hay que comprenderlo”. El equipo formado por tres educadores sociales, un trabajador social y tres integradores cubre las 24 horas del día de esta casa para atender las necesidad de esta gran familia. En los próximos meses les formarán y tratarán de darles las herramientas que les permitan labrarse un futuro. De momento, el idioma es uno de los principales obstáculos. “Muchos no hablan más que árabe y la comunicación es difícil, pero entre unos y otros salimos adelante”, dice Sonia.

Se han repartido las tareas de la casa por grupos y todos contribuyen para que funcione como un hogar. Tampoco faltan las excursiones, asambleas los sábados para analizar la convivencia, los juegos y risas. “Tienen que aprender y formarse pero también tienen que pasárselo bien”. Sonia Costilla no tiene que decirlo porque el cariño que tiene y transmite a estos chavales es más que evidente.