bilbao - El inminente cierre, el próximo 30 de junio, de la cafetería Ayala, templo del vermú y las rabas en Indautxu; por extensión, en Bilbao, y por calidad, en ciudades como Madrid y Barcelona, desde donde venían con asiduidad los morrofinos, marca una cruz, una más, en la hostelería de Bilbao. La amenaza estaba pendiente desde la llegada del gimnasio Up Bilbao hasta el edificio del Teatro Ayala que tuvo esa cafetería como ambigú desde el primer día de vida hasta su defunción. Los dueños del edificio ya lo habían advertido desde su llegada: “Hay que firmar contratos de año en año porque igual un día hace falta el espacio”. Ha llegado el día y la parroquia habitual de los domingos, el día estrella, llora su cierre por adelantado, mientras ellos pregonan que no quieren “irse de Bilbao pero los locales se han disparado”.

Inaugurado el 12 de agosto de 1943, el Teatro Ayala, nacido del ingenio del arquitecto Pedro Ispizua, se anunciaba como local de representaciones teatrales y actuaciones de artistas de la época -memorable fue aquel 9 de diciembre de 1950 cuando Juanita Reina apareció en el escenario vestida de hilandera y los del Beti Alai le bailaron un aurresku-, pero derivó hacia los reestrenos a bajo precio. Por el Ayala pasó Tito Schipa, considerado, entonces, “el tenor más famoso del mundo” y el 5 de enero de 1950 el ruido que producían las espadas al batirse conmocionó a un Bilbao acostumbrado a la pantalla cuadrada. Era el estreno de La túnica sagrada en CinemaScope, un ingenio que gozó de gran fama.

Testigo de todo ello fue el ambigú del Teatro Ayala, un cruce de caminos donde lo mismo se accedía desde la calle que hacía los efectos de ambigú para los espectadores del teatro e incluso como oasis matahambres para los actores, actrices y mucha otra gente de la varieté. Era un sitio en el que dejarse ver y tierra en la que encontrarse con nombres ilustres, como los de Concha Velasco, José Sacristán, José Luis López Vázquez o Arturo Fernández.

El paso del tiempo y los gustos sociales fueron relajándose y el viejo teatro, sin nadie que le quisiera, fue languideciendo hasta su cierre, en 2010. Los últimos años de vida fueron duros. En 1983 fue presa de un incendio que motivó su remodelación. Finalmente, la empresa propietaria, Teatro Ayala S. A., comunicó en 2009 la transformación del local en un complejo deportivo. Nacía el gimnasio UP Bilbao. Desde el 3 de agosto 2003, seis años antes, la gestión del bar estaba en manos de dos socios, Gaizka Parcha y Rodrigo Andaur. Forjados en La Compañía del Ron hicieron del local -y por extensión, de la calle Manuel Allende, lánguida en vida social- una referencia en el mundo de la coctelería, en especial en los campos del vermú, elaborado con una fórmula propia que llegó a llamar la atención de El Bulli de Ferrán Adriá (llegaron a llevarse unas botellas de muestra para un nuevo proyecto del genio de Calla Montjoi?) y las rabas, rebozadas con gaseosa. Tocaron el cielo desde el primer día.

El público de la farándula ya no era asiduo, pero Parcha aún recuerda “el día más disparatado desde que llevamos la gestión del bar. Se anunció en el teatro un espectáculo de flamenco y la inmensa mayoría del aforo era de etnia gitana. Casi desde la mañana comenzaron a llegar y siempre pedían lo mismo: ¡botellas de whisky! Fue tal el despendole que tuvo que venir la policía. Fue una estampa surrealista en una vida de mucha ilusión”.