Hubo un tiempo en el que los taxistas vestían uniforme, con gorra de plato incluida; seguro que muchas personas recuerdan todavía el soniquete de los taxímetros mecánicos y los microtaxis grises de solo tres plazas; la historia del taxi en Bilbao está repleta de curiosidades y anécdotas que uno de sus profesionales, Julio Pérez, ya retirado, ha recopilado durante más de tres años de investigación y conversaciones con sus compañeros de profesión. “Es como un diario en el que han participado cuatro generaciones de taxistas bilbainos”, explica.

Fue Alberto Rodrigo, expresidente de Radio Taxi Bilbao, quien le encargó escribir la historia del taxi en Bilbao. Reconoce que no lo tuvo claro al principio, pero enseguida se enganchó a la reconstrucción de más de un siglo de historia de este servicio público en la capital vizcaina. “Han sido más de tres años y medio de mucho trabajo, de pasar horas y horas en el archivo del Ayuntamiento, en la Diputación, en Tráfico, en el Archivo Provincial... Pero los mejores colaboradores han sido mis compañeros de profesión”, reconoce. Hoy no puede estar más orgulloso de un trabajo que, dice, no pretende más que una cosa: que los taxistas más jóvenes, así como los que llegarán, puedan conocer cómo ha evolucionado el taxi en estos años, una profesión que le enganchó desde el primer momento. “No solo ha sido un oficio con el que ganarme la vida; he disfrutado mucho conociendo a todo tipo de personas. Pero es una profesión dura; el tráfico de una ciudad como Bilbao, atascos, conductores impacientes, pasajeros con prisa, muchas horas de espera en las paradas”, explica.

La primera licencia de taxi que se expidió en Bilbao data de 1920; se emitió a nombre de Claudio Pérex García. Pero antes de ellos ya existían en la capital vizcaina coches de punto, ya que tenían unos puntos de parada, coches tirados por caballos en los que conductores y usuarios pactaban el precio del servicio. Cuando en 1902 se matriculó el primer vehículo a motor en Bizkaia, la velocidad estaba limitada a 12 kilómetros por hora dentro de la ciudad y a 28 en carretera. La primera regulación de taxis, que entonces se llamaban vehículos de alquiler, se realizó en 1914. “Llevaban en las puertas unas chapas de hierro donde ponía Alquiler”, explica Julio Pérez. El primer kilómetro se pagaba a 1,25 pesetas; a partir de ahí, 20 céntimos cada fracción, y las paradas estaban en la plaza del Arriaga, para carreras dentro de la ciudad, y en la Gran Vía, entre Mazarredo y la Plaza Circular, para salir fuera. En aquellos años veinte, se cobraba un extra por cada maleta y baúl, y también por servicios para ir a los toros o a partidos de fútbol. También era necesario, para conseguir la licencia, aprobar un examen sobre el conocimiento de la ciudad.

Ya desde entonces los taxistas estaban obligados a lucir uniforme: una gorra de plato azul, que en verano tapaban con una funda blanca, y una blusa o guardapolvo cruzado blanco. El debate en torno al uniforme ha sido una constante durante toda la historia del taxi en Bilbao, hasta que se eliminó su obligatoriedad en 1975. “Se pidió muchas veces cambiar el color, que era muy sucio, y el modelo del uniforme, pero no fue nada fácil”, rememora Pérez. El último uniforme, ya en la década de los 70, se componía únicamente de corbata y boina. “Por aquel entonces habían en Bilbao un policía municipal que se escondía detrás de las esquinas o cruces y, cuando se acercaba un taxi, si el conductor no tenía la boina en la cabeza, le paraba y le sancionaba. La multa normalmente era de cincuenta pesetas”, relata el autor de esta recopilación.

También el uso del claxon generó sus más y sus menos en la década de los 40; la Alcaldía prohibió el uso de señales acústicas pero, en una ciudad en la que la circulación era todavía un caos, los taxistas seguían avisando para evitar atropellos y, por supuesto, eran amonestados. “Es curioso porque, al año siguiente, el Ayuntamiento obligó a los taxistas a conducir, literalmente, a golpe de claxon”, ríe Julio Pérez. Para 1934, ya había en Bilbao 130 licencias de taxi y 13 paradas en Plaza Circular, Plaza del Arriaga, San Nicolás, Alameda de Mazarredo, Hotel Carlton, Atxuri, Marqués del Puerto, Cortes, Astarloa, Santiago, Zabalburu, Berastegi y Galán y G. Hernández. Después de la Guerra Civil, se obligó a los taxistas a contar con un certificado de buena conducta que tenía que estar firmado por un falangista, y se establece el precursor del distintivo de los taxis bilbainos: una franja blanca y roja, pero diagonal en lugar de horizontal. En aquella época llegaron a circular algunos gasógenos, vehículos que incorporaban un equipo que usaba carburo de hidrógeno -al quemar carbón, leña o serrín- como combustible, ante la escasez de gasolina, y estaban obligados a desinfectarse al menos una vez al mes. En la década de los 70, con la crisis del petróleo, algunos taxis circularon con gas licuado. “Yo mismo tuve uno, ibas con dos bombonas de butano”, rememora Julio.

Del negro al blanco A diferencia de hoy en día, los taxis durante prácticamente todo el siglo XX estaban pintados de color negro. O gris, en el caso de los microtaxis, aquellos vehículos con hasta tres plazas como el Renault 4/4, Simca 1000 o Seat 800, que en Bilbao llegaron a alcanzar una flota de unas 250 unidades. No fue hasta 1978 cuando los taxistas propusieron al Ayuntamiento el color blanco, más visible en calles poco iluminadas y con una temperatura inferior en el interior cuando está al sol. Ese mismo año se cambiaron además los distintivos, retirándose de las puertas traseras las franjas diagonales y sustituyéndolas por una franja roja horizontal en las puertas delanteras. “El primer vehículo al que se le hicieron estos cambios fue a un Peugeot 504, propiedad de Moisés Rodríguez”, recuerda Pérez.

Tampoco fue sencillo que comenzaran a llevar los letreros luminosos hoy en día tan habituales sobre el techo, que al principio se llamaron popularmente sarachos. En 1962, el entonces alcalde Lorenzo Hurtado de Saracho quiso obligarles a instalarlos, para que los usuarios vieran desde lejos el taxi, pero los taxistas alegaban que ya tenían una luz verde en la luneta delantera. Como venganza, el primer edil les negó la hoja de salida que tenían que recoger para hacer viajes fuera de Bilbao. “Pero hubo unas inundaciones en Cataluña y los taxistas entregaron la recaudación de un día a las víctimas. Aquello ablandó el corazón del alcalde”, reconoce Pérez. Al final, incluso los taxistas terminaron admitiendo que eran rentables, porque eran más visibles.

Julio Pérez recuerda las guardias en las casas de socorro que se veían obligados a realizar los taxistas. “Yo hice ya pocas, unas tres o cuatro. Te tocaba estar haciendo guardia por si alguien llamaba al médico. Si te pagaba la familia del enfermo, bien, pero si no, tenías que reclamar ese dinero al Ayuntamiento, y era un lío. Y claro, si no hacías ningún viaje, nadie te pagaba esa noche de guardia”, rememora.

Uno de los elementos más característicos de los taxis actuales, la emisora, no se instaló hasta 1980. “Surgió en una charla de taberna, una conversación entre dos taxistas en el bar Viena, cerca de La Casilla”, explica el autor. La propuesta tuvo defensores y detractores, y el original Radio Taxi Bilbao tuvo luego sus sucesores en Radio Taxi Vizcaya y Tele Taxi.