La Galia, un espacio donde sentirse uno más
Un grupo del Centro de Salud Mental de Durango - RSMB (Osakidetza) crea cada martes un lugar de encuentro, escucha y participación para personas que conviven con problemas de salud mental
Los martes por la mañana, en una de las salas del Centro de Salud Mental de Durango, el tiempo discurre de otra manera. Durante hora y media, una docena larga de personas se sientan en círculo, se escuchan, debaten, se interrumpen a veces y se ríen otras. No hay bata blanca ni consulta individual. No hay prisas. A este grupo lo han bautizado este año como La Galia, en referencia a aquella pequeña aldea irreductible que resistía al Imperio romano en los cómics de Astérix y Obélix. El nombre no es casual.
El grupo funciona desde hace cuatro años y medio, tras la pandemia, y reúne a personas atendidas en salud mental, en su mayoría del Duranguesado. Son hombres y mujeres, generalmente mayores de 40 años, que conviven con distintos trastornos y comparten un denominador común: el aislamiento social y la dificultad para sostener una participación regular en la vida comunitaria. “Hablamos de situaciones de salud mental que afectan de forma importante al funcionamiento del día a día”, explica Marijo Martínez, trabajadora social. “No es solo el diagnóstico: es cómo se traduce en las rutinas, en las relaciones, en la capacidad de salir, de organizarse o de pedir ayuda”, apunta.
En ese contexto, La Galia ocupa un lugar intermedio entre lo clínico y lo social. No es un hospital de día, no es un taller ocupacional, no es un grupo de terapia al uso. Es otra cosa: un espacio semanal pensado para tejer hábitos, conversaciones y habilidades con un acompañamiento profesional continuo. “Es de los pocos sitios donde sienten que encajan”, comenta Marijo. “Aquí tienen libertad para hablar con confianza. Eso fortalece y les hace salir más positivos”, añade.
Dinamizar desde la horizontalidad
Las reuniones se celebran semanalmente, de noviembre a mayo, y están dinamizadas por un equipo mixto de enfermeras de salud mental y trabajo social. Las enfermeras Ainara Uribe, Mila Amundarain y Vicky Martínez, junto a Marijo, comparten la coordinación del grupo desde una lógica horizontal. “En el grupo no diferenciamos roles, todas dinamizamos las reuniones”, explican las profesionales. “Según el tema, una lidera más y las demás acompañamos”, añaden.
La selección de participantes se hace dentro del propio programa del centro, con personas que ya conocen las profesionales en consulta y que encajan en ese perfil de carencias relacionales, aislamiento o baja participación. No se fuerza la permanencia: se propone, se prueba, se ajusta. “Cuesta, pero luego repiten”, explica Vicky. Y cuando llega el cierre del curso, en mayo, se valora el proceso y se plantea la continuidad. Para algunos, el mayor logro es simple y, a la vez, enorme: sostener la asistencia. Estar. Llegar. Sentarse con otros.
Los temas son variados y se construyen desde lo cotidiano: cuidados, emociones, medicación, alimentación, primeros auxilios, administración doméstica, reciclaje o recursos comunitarios. A lo largo de las distintas ediciones, el grupo ha trabajado también fechas y espacios significativos, como el Día del Libro, el 8 de marzo, el 25N o la Durangoko Azoka, integrándolos en las sesiones como oportunidades para hablar de derechos, cultura y vida comunitaria. “A veces lo que teníamos previsto cambia, y aparecen otras necesidades que son igual o más importantes”, reconoce Mila.
Las voces de los protagonistas
Para Diego, venir los martes supone “cambiar un poco el chip”. “Se me hace corto, la verdad. Salgo contento, se me pasa rápido”, cuenta. En su día a día ayuda a su madre en la huerta, pasea al perro y hace algo de ejercicio. En el grupo encontró un espacio de esparcimiento y contacto con personas afines.
Paloma define La Galia como “una manera de conocer gente y cambiar de hábito”. Edurne destaca los juegos de apreciación de actividades; Leire, las sesiones sobre reconocimiento de fármacos y compra saludable; Patxi, el trabajo con las emociones.“Cada uno está en un momento distinto”, explica Leire, quien señala que en el grupo se puede hablar según el propio nivel, “sin presión”. En cualquier caso, en el grupo se repite una sensación compartida: “de los pocos sitios donde somos uno más”.
Para Jesús Mari, uno de los temas que más le han marcado ha sido el relacionado con el 25N y el control de impulsos. En su día a día intenta mantener rutinas estables: se acuesta pronto, se levanta temprano, sale a caminar y hace pequeños recados. En el grupo ha encontrado un espacio donde esas inquietudes tienen cabida.
Límites y pequeños logros
Durante las sesiones se habla, pero también se aprende a escuchar y a situarse en relación con los demás. Las profesionales destacan que el grupo se convierte en un espacio donde muchas personas empiezan a aprender a poner límites, a expresar desacuerdos o necesidades sin miedo y a reconocer hasta dónde pueden y quieren llegar. Ese trabajo, aunque a veces invisible, tiene efectos concretos en el día a día. Para algunas personas, el simple hecho de acudir de manera continuada ya supone un avance significativo. Para otras, el grupo ha sido el detonante para crear vínculos fuera: quedar a pasear, acercarse a alguna feria o asomarse a actividades del municipio. Aparecen escenas mínimas que, para quien convive con una situación de salud mental, tienen la dimensión de una conquista: salir de casa para algo que no sea una cita médica, sostener una conversación, preguntar por un recurso, acercarse a un evento cultural, sentir curiosidad y no solo obligación.
Además de su dimensión comunitaria, desde el punto de vista profesional La Galia cumple además una función clave de detección. Vicky explica que verles semanalmente permite identificar momentos de especial vulnerabilidad que no siempre aparecen en consulta: “A veces te das cuenta de que alguien no está bien y puedes avisar a su referente”. En situaciones delicadas, añade Mila, el propio grupo se convierte en sostén: “Entre ellos se arropan mucho”.
El estigma que aún persiste
El estigma es otro de los temas recurrentes. Ainara reconoce que aparece incluso dentro del sistema sanitario. “Ellos mismos hablan de ‘los normales’ y ‘nosotros’”, relata. “Y eso dice mucho de cómo se han sentido tratados”. Para las profesionales, el mensaje es claro: “Son personas, punto. Con una historia y un diagnóstico, pero personas”. La frase se repite como una corrección necesaria a una mirada social que, todavía hoy, tiende a reducirlos al síntoma, a la etiqueta o al miedo.
En un sistema que tiende a medir resultados en plazos cortos, La Galia no promete curas ni soluciones rápidas. Ofrece algo menos visible, pero esencial: tiempo, escucha y un lugar donde no hace falta justificarse. Un espacio en el que la salud mental se entiende como algo más que medicación y seguimiento clínico.
Marijo resume que el mensaje que les gustaría trasladar es el de la “integración y el respeto”, y recuerda que la atención en salud mental no puede limitarse a la medicación: “sin recursos sociales y comunitarios, la recuperación no se sostiene”. En esa insistencia hay una reivindicación profesional, pero también un recordatorio social: la inclusión no ocurre sola, se construye. Y, a veces, empieza un martes cualquiera, en una sala de Durango, con un círculo de sillas y una pequeña aldea que decide resistir una semana más.