Estíbaliz Zendegi ha sido una de las afortunadas que este pasado noviembre ha recibido una donación de riñón en el Hospital de Cruces. Durante años convivió con la certeza de que algo, tarde o temprano, iba a fallar. Su enfermedad era congénita, genética: riñones poliquísticos. Lo sabía desde siempre, aunque nunca había dado problemas. Hasta que un día, ya con 65 años, el cuerpo empezó a avisar con una importante subida de tensión. La palabra nefrólogo entró de golpe en su vida, a los 65 años, y empezó un largo camino hacia el trasplante, que finalmente ha llegado a sus 71 años, en un mes de récord para Osakidetza.

Tras varios controles y medicación para la tensión le dieron un diagnóstico claro: la enfermedad avanzaba. Llegaría un momento en el que necesitaría diálisis… o un riñón nuevo. La esperanza apareció pronto en casa, ya que su marido se ofreció como donante vivo. Pero las pruebas descartaron la opción.

Llegó entonces la diálisis. Primero la peritoneal, aprendida paso a paso con la ayuda de las enfermeras, convertidas con el tiempo en casi familia. Después, un revés inesperado, una fuga que acabó en un encharcamiento pulmonar, obligó a suspender ese tratamiento. Hubo que pasar a la hemodiálisis, tres horas y media conectada a una máquina, semana tras semana. “Yo pensaba que me moría ahí”, recuerda. Y aun así, siguió. La espera se hizo larga. Hubo cinco llamadas que encendían la esperanza y se apagaban de madrugada, tras noches enteras en el hospital, cuando el riñón finalmente no era viable. Por eso, cuando llegó la última llamada, ya en noviembre, lo hizo sin apenas ilusión. “Vienes escéptica, porque no quieres hacerte ilusiones”, confiesa.

Sueña con un viaje "sin control"

Pero esta vez fue diferente. El trasplante salió adelante y la recuperación fue rápida, casi sorprendente. “Al salir de la operación nunca imaginé que tan pronto iba a poder hacer vida normal”, asegura. Mira atrás y no olvida todo lo que la enfermedad le quitó: viajes, baños en el mar, libertad. Y aun así, nunca perdió las ganas de vivir. Ahora sueña con volver a hacerlo sin horarios ni llamadas pendientes. “Un viaje sin control”, dice sonriendo.

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A quienes siguen esperando un trasplante les lanza un mensaje claro: paciencia. “Parece que no llega nunca, pero llega. Y además, cuando menos lo esperas”. Y no se olvida de agradecer. A Osakidetza, a los equipos médicos, a las enfermeras, a todos los profesionales que la han acompañado. “Lo bien que funciona todo esto es impresionante”, afirma.

Los datos acumulados avalan la trayectoria del equipo multidisciplinar que lleva a cabo los trasplantes como los de Estíbaliz. Desde que en 1979 se pusiera en marcha el programa de trasplante renal, Osakidetza ha superado los 5.100 trasplantes renales, tanto en población adulta como pediátrica, incluidos 62 trasplantes hepatorrenales.