Más de dos tercios de toda la producción de Hollywood el año pasado fueron franquicias, remakes y secuelas. ¿Es una crisis de creatividad o los estudios se están centrando en crear contenido para la última generación dispuesta a que le cuenten una historia durante 2 horas seguidas? Probablemente, un poco de ambas cosas.

La atención es el recurso más escaso y codiciado del siglo XXI. Luchan por ella las redes sociales, la televisión o este periódico que estás leyendo. Cada minuto frente a una pantalla genera datos. Y los datos se monetizan.

Probablemente no seas consciente de que todas las veces una pantalla conectada a Internet, estás proporcionando datos. O peor aún, quizá pienses que nadie podría tener interés en ellos. Craso error.

Cada vez que te detienes a mirar la miniatura de un vídeo, repites una canción o dejas un comentario, estás revelando algo sobre ti. Pequeños gestos que, individualmente, son irrelevantes, pero que en conjunto acaban por dibujar un perfil completo de quién eres.

De ahí que el entretenimiento haya cambiado radicalmente a medida que existe un feedback constante en forma de datos por parte de quienes disfrutan de esas series, libros o canciones.

El mercado de la atención ha traído consigo una reconfiguración de la producción de contenidos, orientada a retener el máximo tiempo posible a las personas frente a la pantalla.

Las redes sociales son el mejor escenario para entender esta dinámica: están optimizadas al detalle para que, una vez entres, pases el máximo tiempo posible en ellas. Por eso, según el Estudio de Redes Sociales 2025 de IAB Spain, las personas usuarias de TikTok miran vídeos una media de 80 minutos al día; las de YouTube, 72; y las de Twitch, 68. Cada minuto frente a la pantalla es un minuto que no se dedica a otra tarea. Y, sin embargo, estas mismas plataformas están definiendo el entretenimiento que triunfa fuera de ellas.

El fenómeno BookTok, por ejemplo, está cambiando el panorama de la literatura. De acuerdo con el Ministerio de Cultura, el 75,3% de las personas entre 14 y 24 años lee libros, una cifra muy elevada, impulsada en parte por la viralidad de los vídeos literarios de TikTok.

Si te sorprende que en TikTok haya reseñas de libros, probablemente es porque conoces esta plataforma de oídas. Y si la estás utilizando y no te aparecen ese tipo de recomendaciones en el feed, es porque el algoritmo ha aprendido que te interesan más otros contenidos.

TikTok devuelve a cada persona aquello con lo que la alimenta: si te quedas mirando vídeos de recetas hasta el final, llenará tu móvil de recetas. Otra vez, el poder de los datos que se ceden de forma inadvertida.

Muchas editoriales, conscientes de ello, han aprendido a identificar el tipo de historias cuyas reseñas favorece el algoritmo y a promover las obras que encajan con este mecanismo, incluso forzando el argumento, si es necesario. Porque el objetivo es conseguir que un nuevo libro se convierta en tendencia.

El resultado es una industria que, en algunos casos, prioriza la rapidez sobre la perdurabilidad y el aporte cultural: producir, publicar y volver a empezar, en el plazo más breve posible. Algunas autoras y autores llegan a escribir incluso varios libros al año para no desaparecer del radar de la comunidad.

En la música ocurre algo similar. El informe Digital Media Trends de Deloitte revela que ocho de cada diez jóvenes descubren canciones a través de redes sociales antes que en plataformas de música bajo demanda, donde apenas lo hace una quinta parte.

Por eso, grupos y artistas fragmentan sus temas en clips de pocos segundos con la esperanza de que alguien los use en un vídeo viral, lo que a la larga podría traducirse en escuchas en Spotify.

De ser protagonista del momento a quedar en ruido de fondo

Mientras tanto, otro fenómeno silencioso se está extendiendo. Spotify se está llenando de canciones creadas por inteligencia artificial, diseñadas para explotar los algoritmos. Cuentan con estructuras simples, títulos optimizados según los patrones de búsqueda y duraciones adaptadas al tiempo de escucha promedio. 

Quizá el ejemplo más conocido sea “Dust on the Wind”, de un grupo inexistente llamado “The Velvet Sundown”, que llegó a ser número uno en Noruega, el Reino Unido y Suecia.

La música está transitando hacia un sistema en el que es un contenido anónimo, intercambiable, cuyo fin no es tanto transmitir una emoción o contar una historia, sino acompañar en segundo plano. 

El cine y las series siguen el mismo camino. Las plataformas de vídeo bajo demanda, como es el caso de Netflix, ajustan sus guiones a una audiencia que raramente mira la televisión de forma exclusiva. Por eso proliferan las tramas fáciles de seguir, altamente previsibles, con diálogos que describen lo que ya se está mostrando en la pantalla. 

Cuando miras una serie, Netflix no está compitiendo con otras plataformas, sino con el grupo de WhatsApp de la cuadrilla o las historias de Instagram que revisas entre escena y escena: su verdadero rival es la distracción.

En este contexto, el entretenimiento ya no se organiza en torno a obras completas, sino a una corriente incesante de fragmentos que acompañan otras actividades. Lo que antes era una experiencia cerrada, con principio y fin, ahora, en muchos casos, tiene una función utilitaria. 

En este ecosistema, una de las primeras víctimas es la creatividad: las plataformas aprenden de cada acción y ajustan su oferta para maximizar la retención.

Por eso, nada de lo que ves es casual cuando enciendes una pantalla. Cada sugerencia de serie o libro, cada vídeo o canción que aparece en tu feed, responde a una arquitectura diseñada para predecir tu interés y reconfortarte

El algoritmo no discute ni contradice: replica lo que te gusta. Si una historia funciona, se multiplica; si un formato genera atención, se estandariza. El éxito depende de ofrecer más de lo que ya ha funcionado.

Así, las series, los libros o las canciones resultan cada vez más repetitivas y dejan una huella más efímera. Una pista de por qué ya no se hacen películas como las de antes.

En Think On Marketing observamos con detalle todas estas pequeñas señales: no solo están transformando el entretenimiento, sino también los hábitos de consumo y el modo en que las personas se relacionan con las marcas. Analizarlas y convertirlas en decisiones inteligentes, es fundamental para anticiparse al cambio en lugar de reaccionar a él. 

El verdadero cambio no está en las pantallas, sino detrás de ellas, en la manera en que los datos reescriben cómo compramos, cómo nos informamos o cómo decidimos.