En tiempos en que la poesía suele percibirse como un territorio en retirada, hay gestos cotidianos que la mantienen viva: un aula que se convierte en taller, alumnos que aplauden, un paseo junto al mar que despierta una promesa antigua. Fue así como empezaron las cosas para la durangarra Maite Atutxa: en enero del curso 1992-93 llegó a la escuela Maiztegi de Iurreta para impartir un “Taller de poesía”, a pesar de haber estudiado Magisterio científico. “Fue una experiencia tan fructífera”, recuerda hoy, y todavía guarda la imagen de aquel último día en el que los alumnos la despidieron coreando “¡poesía, poesía, poesía!”.
Pasaron los años y la rutina la llevó a centrarse en su especialidad, las matemáticas, además de la crianza de sus hijas. La poesía quedó aparcada, como también aquella promesa que se había hecho de adolescente: escribir una novela. Ese recuerdo regresó en 2015, durante un paseo por la playa de Isuntza de Lekeitio. “Ya había encontrado a las protagonistas de mi novela. Me faltaban cuestiones como el cuándo, y aquel día decidí que sería en la época de los señores feudales”, explica. Así comenzó a tomar forma Mundu Galduak, su primera obra de largo aliento.
El paso a la publicación lo tuvo claro desde el principio: “Siempre tuve claro que lo que se escribe hay que publicarlo, siempre que uno crea que va a aportar algo a la sociedad: valores, sensaciones gratas, historia”. Sin embargo, tras ser rechazada por editoriales debido a la extensión de su obra, optó por la autoedición. “Me enteré de que Amazon publicaba libros gratis. Leí un tutorial de cómo hacerlo y hasta hoy. ¡Todo lo hice yo, hasta la portada!”, relata. Y añade que solo presentó la primera novela y no insistió con las demás, “por dignidad”.
Catalogo variado
Desde entonces ha levantado un catálogo variado y personal. Harritxo, escrito en zortziko txikia y en prosa, tiene como trasfondo el cambio climático. “Se lo dediqué a mi familia cercana y a los niños, porque fueron ellos quienes me insuflaron la energía y porque son los que hay que concienciar de esta catástrofe mundial”, destaca. Piper recupera el ambiente escolar de los años sesenta y muestra cómo se abordaba el acoso escolar entonces. Bake Santuaren Bila arranca con el bombardeo de Gernika y sigue con la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial, dedicado, como explica la autora, “a los niños que tuvieron que emigrar a Inglaterra para evitar las penalidades”. Olerkia eta irudimena, un libro de actividades en el que dialogan dibujo y poesía, lo dedicó a su nieta Libe. Además, ha publicado con Muga Kultura poemas como San Joan Gaua, Julio, Reina del verano o Pinceladas de otoño.
Cada libro responde a un impulso distinto, pero hay un hilo común: la infancia. “Me apenaban profundamente, cuando ejercía de profesora, los niños que tenían a sus padres separados. Se les notaba en el rictus de su cara, en la concentración y en los resultados académicos. Los niños, futuros adultos, han de tener una infancia feliz. ¡Se la merecen!”, subraya.
Aunque ha probado la narrativa, Atutxa confiesa sentirse más cómoda en la poesía, un género que reivindica pese a su aparente declive. “Para mí lo más importante es el mensaje. Todo gira alrededor de él, tanto en prosa como en verso. Pienso que escribo poesía lírica, una forma de expresión profundamente personal y emotiva”, señala. Y sobre su estilo, añade: “Me deshago de los corsés de la poesía formal si ella no me permite expresar lo que quiero”.
Euskera y castellano conviven en su escritura. “Escribo en euskera porque es mi lengua madre y quiero fomentarlo, pero creo que todos tienen derecho a acceder a la cultura sin que la lengua suponga una traba. Por eso mis poemas los escribo en ambos idiomas. El euskera me aporta familiaridad, y el castellano, amistad”, explica.
También su entorno deja huella: la naturaleza, la lluvia, el viento o el aroma de la hierba mojada aparecen en sus obras. “Nos impregnamos de nuestro entorno con los cinco sentidos”, asegura. Por eso se define como escritora de Durango y de Euskadi, pero con especial cariño hacia su Arratia natal: “Me siento escritora de Durango, pero sobre todo de mi Arratia del alma, puesto que nací en Dima y crecí en Lemoa hasta los once años. Años que recuerdo con gran gratitud por hacerme tan feliz”.
La calma de la noche
Su manera de escribir también refleja ese carácter íntimo: prefiere la soledad absoluta, la calma de la noche, cuando dedica un par de horas a la escritura, hasta la una de la madrugada como máximo. “Es mi momento mágico del día”, reconoce. Deja reposar los textos antes de publicarlos y concibe la escritura como una terapia: “Me ayuda a reflexionar sobre lo acontecido durante el día. Es como un regulador. Así me voy a la cama con la conciencia tranquila”.
Atutxa no imagina un lector tipo. Se conforma con cualquiera con un mínimo de sensibilidad y con que sus libros puedan “acrecentar el gusto por la lectura”. Reconoce que la literatura atraviesa dificultades, sobre todo entre los jóvenes, pero no se resigna: “En nuestra juventud leíamos bastante más porque no teníamos más que la televisión como competidora. Opino que es cuestión de mesura: se puede jugar con las tablets, se pueden utilizar los móviles, pero también se puede leer. Yo me resisto a claudicar y sigo escribiendo”.
Hoy trabaja en su tercera novela, Iparra, aunque sin prisa, porque la poesía sigue siendo su prioridad. También se ha marcado un reto: estar presente en el 60 aniversario de Durangoko Euskal Liburu eta Disko Azoka. Y cuando se le pregunta cómo le gustaría ser recordada, responde con humildad: “Como una autora que no cejó en su empeño por recuperar la literatura, aunque reconociendo que hay que adaptarse a los tiempos”.