Nunca soñó con ser actor; fue su ama, actriz amateur en su Ermua natal, la que le apuntó a un curso de teatro. Desde entonces ha trabajado en más de un centenar de producciones audiovisuales y otras tantas teatrales, de Cuéntame a El guardián invisible o Los aitas, de Sueño de una noche de verano a Macbeth. “Sigo siendo aquel niño que jugaba a imitar a Indiana Jones”, afirma Mikel Losada, que representa estos días Confeti. El regreso en la Sala BBK.
¿Era de los que soñaba con ser una de las fichas de Parchís?
—No, no; yo jugaba con mis amigos a imitar personajes de películas, como Indiana Jones o Superman.
¿Y con ser actor?
—Nunca lo he buscado. Incluso hoy no sé si quiero seguir siendo actor. Todo me viene dado y yo, encantado.
Hemos escuchado historias terribles sobre esos muñecos rotos.
—Si ya con 30 o 40 años tiene que ser difícil gestionar la fama, imagínese con 8 o 12 años. Tienes que tener unos padres que estén muy pendientes de ti y te hagan tener los pies en el suelo.
¿Cómo vivió usted el salto a la fama?
—Es que yo no me siento famoso. Cuando estuve en Cuéntame me cantaban la canción por la calle pero la gente siempre ha sido muy respetuosa. Y la vida siempre me ha puesto en mi sitio: estaba en Cuéntame pero al día siguiente cargaba cajas en un camión con Markeliñe.
¿Qué le despertó su vocación?
—Era mal estudiante. Ama hacía teatro amateur en Ermua y fue ella la que apuntó a un curso de teatro, porque ahí iba a tener que aprender textos, ser buen compañero, organizar mi ropa… Empecé jugando con Izaskun Asua, mi profesora. Sigo siendo aquel niño que jugaba a ser Indiana Jones.
“Todos los actores seguimos siendo ese niño que juega a imitar otra persona. Es una de las maravillas de la profesión”
¿Qué canción le retrotrae a usted a la infancia?
—Buffff... Aunque le sorprenda, tengo una memoria horrible; mi chica se desespera porque nunca me acuerdo de nada. De adolescente escuchaba La Polla Records, Reincidentes… Hoy las oigo con muchísima nostalgia.
¿A qué se dedicaría de no tener talento para la interpretación?
—Lo sigo pensando, puede ser que mañana dejen de llamarme… Yo empecé a estudiar explotaciones agropecuarias, para ser guarda forestal o jardinero. Si esto no funcionase haría algo relacionado con la naturaleza o con animales, que me encantan también. Soy un aldeano.
Y si, como a Gonzalo, su personaje en la obra, el mundo del espectáculo se olvidara de usted, ¿qué haría?
—Supongo que empezaría a hacer mis cosas: escribir, dirigirme, producir mis propios espectáculos...
¿Se ve en un reality show?
—No, por Dios, jamás. Los odio.
“Si no entras en el tiempo exacto con la frase exacta, el chiste se pierde y haces el ridículo más espantoso”
Pues con este papel le han dado taza y media.
—En la ficción me encanta hacer de todo: asesino, falangista… Es una de las maravillas de esta profesión: todos los actores seguimos siendo ese niño que juega a ser otra persona.
¿Y cuál es la parte menos buena?
—La inseguridad y la incertidumbre, el no saber qué va a pasar. Hay muchas etapas de vacas flacas y son muy duras. Nunca he tenido vacaciones pagadas ni cesta de Navidad. Bueno, recuerdo que una vez en Markeliñe me dieron una.
Lo mismo representa obras clásicas o papeles dramáticos que comedias. ¿En la variedad está el gusto?
—La variedad es lo que me lleva a no aburrirme de este oficio. Soy afortunado porque puedo hacer de todo. Me gustan todos los géneros, sigo aprendiendo en cada uno de ellos y me dan la oportunidad de hacer todos. ¿Qué más puedo pedir?
¿La comedia resta credibilidad al actor?
—Para los críticos sí; para mí, no. La comedia es muy complicada: si no entras en el tiempo exacto con la frase exacta, el chiste se pierde y haces el ridículo más espantoso. En el drama lloras y la gente se emociona, porque el texto y el recorrido de la historia te llevan a emocionarte.
Y salta del cine al teatro o a la televisión con la misma facilidad.
—Mientras me sigan dando oportunidades, encantado; disfruto mucho de todos ellos. Me he criado en el teatro pero últimamente le estoy pillando el gusto al cine.
¿Nunca se ha planteado ponerse al otro lado de la cámara?
—Muchas veces pero me da vértigo. Están muy solos y es una profesión muy ingrata: si la obra funciona es porque los actores son muy buenos, y si no, la culpa la tiene él.
Viviendo en el Casco Viejo y trabajando en plena Gran Vía, no tiene forma de escapar del bullicio de Aste Nagusia.
—Y eso que no soy de jolgorio… Aunque me gustaría irme al monte, también disfruto de la juerga de vez en cuando; al final son siete días y alguno saldremos después de la función.
¿Cuántas veces le paran por la calle para pedirle una foto?
—No mucho y siempre con mucho respeto y cariño. Mucha gente se me queda mirando: le suena mi cara pero no saben ubicarme.