Jóvenes con dificultades visitan residencias: “Estar con la gente mayor me remueve, pero me llena”
Lo mismo plantan lechugas que juegan al dominó. Adolescentes con situaciones de desprotección o medidas judiciales por cumplir participan en encuentros intergeneracionales de la mano de Berriztu
"Hay que conocer a las personas antes de juzgarlas". Iker y Nadia coinciden, a sus 16 y 18 años, en lo dañinas que pueden resultar las etiquetas. Quizás porque se las han colgado alguna vez. “Te puede caer alguien bien o mal, pero desde tu opinión, porque lo has conocido, no por los estereotipos que te cuentan: como es moro roba, como es gitano...”, explica este chaval de Portugalete, que acudió a su primer encuentro con personas mayores, de la mano de la asociación educativa Berriztu, temiéndose lo peor. “Pensaba que, por ser de otro color, igual la gente mayor me discriminaba, pero nada que ver. Son muy majos, te cuentan cosas de su vida y se quedan a gusto porque les prestas atención”, dice.
"Pensaba que, por ser de otro color, igual la gente mayor me discriminaba, pero son muy majos"
En este programa solidario, según explica Eduardo Cabrera, director de Berriztu, participan adolescentes y jóvenes que han sufrido “situaciones de desprotección o que han cometido algún error, alguna falta o delito y tienen una medida judicial que cumplir”. Sea cual sea su historia, lo cierto es que en sus visitas a residencias y centros de día todos salen ganando. “Los jóvenes trabajan la empatía, la ayuda, valoran que ellos también pueden ser parte de algo bueno, y a las personas mayores les cambiamos la rutina, su día a día, viendo a chavales que muchas veces les recuerdan a sus nietos”, comenta Javier Adrados, trabajador social de la entidad.
En la última quedada, esta misma semana en un centro de día de Etxebarri, unos y otros se afanaron en poner a punto el pequeño huerto urbano en el que suelen plantar lechugas y tomates. “Araron la tierra, que estaba apelmazada de todo el invierno, y plantaron. Una de las personas mayores les iba diciendo: Cava más aquí, pon esto allí...”, detalla Javier. En resumen, que alguno aportó su sabiduría, otros, su fuerza y el resto estaba “sentado al solito” presenciando la escena o conversando. “Muchos no tienen filtro. Si te tienen que decir una cosa, te la dicen, o te cantan una coplilla”, comenta Javier. No todo va a ser reguetón.
Iker, 16 años, Portugalete
“Me gusta hablar con ellos, salgo contento”
Iker es reincidente en esto de la solidaridad. “Igual he ido ya cinco o seis veces al centro de día de Etxebarri”, calcula. Debe ser que eso de ayudar a las personas mayores engancha. “Me gusta hablar y jugar con ellos, salgo de allí muy contento conmigo mismo”, asegura. Y eso que a veces las emociones están a flor de piel o incluso se cuelan hasta el estómago. “Estar con la gente mayor a veces me remueve las tripas por las situaciones en las que están, pero me llena. La gente es muy buena y educada y estás tranquilo y a gusto”, asegura este adolescente de Portugalete, al que a veces le da la sensación de que los mayores “están como un poco atrapados en esos sitios”.
"Los jóvenes trabajan la empatía, la ayuda, y a las personas mayores les cambiamos la rutina"
De sus conversaciones con ellos, dice, también aprende porque “han vivido más y tienen mejor punto de perspectiva”. En definitiva, que aconsejaría a otros chavales seguir sus pasos. “Si te gusta hablar, puedes conectar con ellos, ver cómo es su vida y sentirte bien”, les anima Iker, convencido de que “todas las personas tenemos ese afecto hacia la gente, sea mayor o pequeña, da igual la edad”.
Con la meta de hacer un grado básico de mantenimiento de viviendas, sacarse la ESO y luego matricularse en un grado medio, Iker valora el proceso que está realizando en Berriztu, donde lleva cuatro meses. “Son momentos difíciles en nuestras vidas que no sabemos afrontar y que te llevan a hacer tonterías en la calle. Piensas que no tienen tanta gravedad y acabas aquí, pero recapacitando y pensándolo. Te ayudan a ejercer tu medida y a mejorarte a ti mismo”, destaca.
"A veces hacemos cosas sin pensar en las consecuencias, pero ahora ya somos conscientes"
Pese a que “los castigos nunca te van a gustar”, entiende que son por su bien. “Al final es mano dura para que espabiles y no acabes donde no quieres. Somos chavales, muy impulsivos y a veces hacemos cosas sin pensar en las consecuencias, pero ahora ya somos conscientes”, aclara.
Nadia, 18 años, Otxarkoaga
“Son cariñosos, me dicen que soy muy maja”
Nadia tiene “una sensibilidad especial” con las personas mayores. “Se la ve a gusto y a ellos también”, dice el trabajador social. Tanto que atenderlos podría ser incluso “una salida laboral” para ella. “Igual dice: Oye, no me lo había planteado nunca, pero tengo mano”, comenta Javier, aunque de momento a esta joven de Otxarkoaga le gustaría “hacer estética, las uñas y esas cosas”, detalla.
"Salgo del centro de día contenta, pero a la vez pienso: Joé, qué duro es estar ahí"
Debido a su timidez, Nadia acudió a su primer encuentro intergeneracional “muy nerviosa”, aunque “luego ya estuve bien”. “Siempre les decimos cuando van: Ya verás cómo te van a decir un piropo, que qué guapo o qué guapa eres, que les recuerdas a su nieto... Te vas a ir de allí con el ego subido”, comenta Javier. Y ella lo corrobora. “Me dicen que soy muy maja y muy guapa. Son cariñosos”, asegura.
No en vano lleva en Berriztu desde noviembre y ya ha participado en esta iniciativa “varias veces”. “Hemos hecho juegos de mesa, pintar, un montón de cosas...”, recuerda y se muestra satisfecha y reflexiva a la hora de hacer balance de esta actividad. “Salgo del centro de día contenta, pero a la vez pienso: Joé, qué duro es estar ahí”, reconoce Nadia, que se despide aconsejando a los jóvenes “que sean ellos mismos, pero con cabeza”.
Y.R.Z., 19 años, Durango
“Algunos te dan pena y te hace reflexionar”
“La vida es como una jugada de póker. Unos nacen con unas buenas barajas y otros no, pero tú luego decides cómo encauzar tu vida, cómo jugar”. Lo dice con mucho convencimiento Y.R.Z., un joven de Durango de 19 años al que no le debieron de tocar las mejores cartas, aunque está afanado en sacarles provecho. “A nadie le gusta estar privado de libertad, pero a veces es necesario”, confiesa, agradecido por el “acompañamiento” que le está prestando Berriztu desde hace cuatro meses.
"Todos tenemos segundas oportunidades y terceras y el que quiere cambiar cambia"
“Todos tenemos segundas oportunidades y terceras y el que quiere cambiar cambia”, asegura. De hecho, a él le gustaría ser educador. “He estado mucho tiempo en estos ámbitos y mi vivencia de centrarme sería una buena herramienta para ayudar a otros chavales”, argumenta.
Aunque solo le ha dado tiempo a participar en un par de encuentros conpersonas mayores, le han bastado para despertar sus sentimientos. “Algunos te dan pena o dices: Buah, qué situación más jodida, conectas y te hace reflexionar”, se sincera y añade que “hay muchos que son muy mayores y ya está y otros que siguen con el mismo espíritu, te hablan de nietos, de hijos, de dónde son, de cosas que hacían...”, comenta.
"He aprendido que, depende de cómo afrontes la edad, te apagas o sigues encendido"
De estos planes con colegas de otra generación este casi veinteañero de Durango también ha extraído otra enseñanza. “Yo lo que he aprendido ahí es que, depende de cómo afrontes la edad, o te apagas o sigues encendido y lo que te mantiene vivo es seguir encendido”, remarca este joven, que llama a derribar prejuicios. “Da igual que seas negro, que seas homosexual... Respeto por respeto”, zanja.
Director de Berriztu: “Hay que ver las capacidades de los jóvenes, no lo que hacen mal”
Javier Adrados, trabajador social
“Lo considero cien por cien enriquecedor”
Además de Javier Adrados y otro educador, la “vergüenza” también acompaña a los chavales en su primera actividad con personas mayores, aunque “les tratan con tanta naturalidad que rápidamente se sienten cómodos”.
"Los jóvenes trabajan la empatía, la ayuda, y a las personas mayores les cambiamos la rutina"
Fruto de estos encuentros intergeneracionales, los jóvenes “conectan con la pena o con el paso del tiempo y piensan en cosas que a lo mejor no se habían planteado antes. Yo lo considero cien por cien enriquecedor”, valora este trabajador social de Berriztu, que ha presenciado escenas entrañables. “Teníamos un chico que iba con la guitarra y se ponía a tocar. El silencio y todos allí disfrutando... Fue un momento bastante mágico”.
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