Su hija la llama en bromas la doctora Blanco, pero lo cierto es que Araceli, a sus 69 años, no ha podido pisar la universidad. “No había dinero y me tuve que poner a trabajar con 15 años, pero yo quería estudiar. Me he quedado con la espinita de ser médica”, anhela esta vecina de Bilbao, que ha luchado, junto con su marido, para que sus tres hijas mayores tuvieran una carrera. “La pequeña tiene una enfermedad rara. Ahí ya se acabó, ya no he podido nunca más ni trabajar ni estudiar. Ahora soy cuidadora 24 horas al día y porque no hay más horas”, dice con resignación.
De niña Araceli Blanco vivía en Mazarredo con sus padres, sus hermanos, su tía y su abuela, estudiaba en el Colegio Cervantes y tenía predilección por la Historia. A los 13 años se mudó con su familia a San Inazio, pero apenas acudió un curso a sus escuelas. “Éramos tres chicos y yo, que era la mayor. No había suficiente dinero y mi madre me puso a trabajar con 15 años en El Corte Inglés, como cajera. Mis hermanos siguieron estudiando y luego el mayor empezó a trabajar muy joven de camarero con mi tío, pero ellos no querían estudiar, yo sí”, marca la diferencia. Aunque reconoce que no era “una lumbreras”, tenía su vocación muy clara, la Medicina. “Me ha gustado siempre y ahí me quedé, con que me gustaba, claro”, suspira esta mujer, que ahora reside en Miribilla.
Boda a los 19 y tres hijas seguidas
Araceli estuvo trabajando hasta que se casó, a los 19 años. Sus hijas no tardaron en llegar. “Con 20 tuve a la primera, con 21 a la segunda y con 23 a la tercera, imagínatelo. Los tiempos eran de otra forma. Las mujeres no podían trabajar. Por lo menos yo no tenía con quién dejar a mis hijas, no tenía nada. Mi vida fue cuidarlas”, resume.
“Podía haber hecho como hizo mi madre: ‘Trabajáis y el dinero, a casa’, pero yo quise que mis hijas estudiaran y tres tienen su carrera”
Con 32 años trajo al mundo a la benjamina de la casa, Aroa, la única persona del Estado, según su madre, que padece el síndrome de Ohtahara. “Es una epilepsia grave del lactante. Empezó con un mes y convulsiona todas las noches, ese es el problema. Tiene un retraso mental severo y no camina. Es totalmente dependiente, tiene un 80% de discapacidad, hay que hacerle todo”, explica su madre, quien dio por cerrada, tras su nacimiento, la posibilidad de retomar su trayectoria académica o profesional. “Ahí sí que se fue todo al garete. Ni siquiera ahora puedo ir a la universidad de mayores. Con Aroa no puedo hacer absolutamente nada, ni trabajar”, asegura.
A pesar de que su hija, de 37 años, acude a un centro de día de Gorabide, Araceli siempre tiene que estar pendiente. “Es una cría con muchos problemas, igual está mala por un sitio o por otro. Se la llevan a las ocho y media de la mañana y llega a las seis, pero cada dos por tres me llaman: Ven a buscarla, que está llorona”, cuenta. En resumen, que las horas que pasa fuera del domicilio le sirven como un respiro “nada más” porque “cuando viene, apaga y vamonos, aunque sus hermanas me echan muchísimo una mano, pero tienen su vida y sus hijos. No pueden hacer más de lo que hacen”, comprende.
Las hijas se pagaron la carrera
Al cuidado de sus hijas, los únicos ingresos que entraban en casa eran los de su marido, que trabajaba como mecánico. Lo que si tenían, dada la enfermedad de su hija pequeña, era muchos gastos extras. “Había que pagar la medicina de Aroa, los pañales, el colegio... Antes no había subvenciones ni ley de dependencia ni nada. Un desastre, pero yo decía: Pues si no hay, no hay, ya veremos cómo nos arreglamos, pero mis hijas, a estudiar. Llegó un punto en que estaban las tres a la vez en la universidad”, dice.
Con el firme empeño de sus padres y su propio esfuerzo, consiguieron sufragar y terminar sus carreras. “Ellas estudiaban y trabajaban como mulas para sus gastos y para pagar la universidad. Yo podía haber hecho como hizo mi madre: Trabajáis y el dinero, a casa, pero no quería eso. Yo quería que mis hijas estudiaran y las tres lo han luchado y tienen sus carreras. Es un orgullo para mí”, asegura.
“La pequeña tiene una enfermedad rara. Soy cuidadora 24 horas y porque no hay más”
No hace falta que lo jure porque se le nota a leguas la satisfacción cuando cuenta que su “hija mayor estudió Magisterio, la segunda es psicopedagoga y logopeda y tiene cinco logopedias por sus propios méritos y la tercera es abogada, como quería ser desde pequeña, y está en Argitan de voluntaria”. Sin duda, el esfuerzo mereció la pena. “Si no lo hubieran aprovechado..., pero encima han sido, por suerte, muy buenas estudiantes las tres. Yo no he podido estudiar, pero ahí las tengo”, dice, complacida.
“Mi vida habría sido diferente”
Como Araceli no pudo “seguir trabajando ni cotizar”, no tiene pensión de jubilación. “Yo estoy 24 horas al día de cuidadora, ya veremos si lo ponen en la Seguridad Social”, deja caer y piensa qué habría sido de ella si hubiese podido seguir avanzando en sus estudios. “Mi vida habría sido completamente diferente, habría ido a la universidad, a trabajar… Todo eso se ha ido al garete”, lamenta.
A falta de apuntes de Medicina, Araceli consulta todo lo relativo a la salud en internet. “Me gusta. Ahora ya no tanto, pero he mirado siempre las cosas de Aroa, las consecuencias...”, comenta. Por su interés en los temas médicos, sus hijas a veces le consultan sus dudas. “Igual les sale un grano, por decir algo, y me preguntan: Ama, ¿qué puede ser esto? Yo qué sé si es por tanta tabarra que doy o porque me ha gustado siempre, pero digo: Pues parece varicela. Por eso me llaman la doctora Blanco. Así me llaman. ¡Ay, qué gracia!”, dice y se echa a reír.