Del blanco impoluto, cuelgan encuadradas las trazas aguadas del siempre acogedor Puerto Viejo. También de Arriluce, blanquecino bajo el sol, o de Zugatzarte, en lo que parece un día plomizo o, más bien, en el provocado ambiente dibujado por Ricardo Villar. “Mis alumnos siempre van a pintar el cielo azul y a veces les fastidio: Hoy os lo prohíbo, tenéis que hacer de colores distintos”, desvela. Y a teñir la imaginación, aunque sea a regañadientes. De Ricardo, profesor y creador, son las acuarelas que lucen hasta final de este mes de marzo en el espacio expositivo del mercado de Algorta, la otra dimensión de la central de abastos. La del arte que alimenta el alma.
Los rincones de Getxo se imponen en esta muestra compuesta por una veintena de obras. La pieza del Puerto Viejo, la más fiel a la realidad en un su traslación al papel, es “la joya de la corona”, sobre todo, por sus dimensiones, agigantadas, atrevidas. “En acuarela, cuando aumenta el tamaño, aumenta mucho la dificultad. Hay que pintar muy rápido. Con la del Puerto Viejo sudé tinta china. Es que una acuarela tienes que hacerla en poco tiempo, porque se muere”, explica Ricardo. Por eso, este tipo de cuadros son expresiones raudas, torrentes pigmentados, alejadas de las seis horas que dedicó al paisaje de este pasaje marinero de Algorta. Muchas de las otras creaciones de esta muestra han nacido de las clases que imparte. Sí son creaciones ágiles y a bocajarro en tamaños más corrientes. Una hora para alumbrar un todo desde la nada. Y gracias a este ímpetu que caracteriza a la acuarela, el propio Ricardo llevará a cabo una demostración el día 29 a las 11.00 horas, allí mismo, en el hogar de esta exposición.
De vez en cuando huye de lo convencional. “Me gusta ser menos clásico: más cañero, más gamberro, más urbano, y por eso, a veces en lugar de con pincel, pinto con espátula y con una tarjeta de crédito vieja”, indica. “También utilizo un formato con bastidor en el que poca gente pinta en acuarela, porque suele ser para óleos. Monto el papel dentro del bastidor, le grapo el papel de la acuarela y le da un aspecto más moderno”, describe.
Con esta muestra, Ricardo enseña los resultados de una inquietud que siempre estuvo ahí. “Empecé con 13-14 años... Unos años de autodidacta. Hace 15 me apunté a un estudio de Neguri. Estuve con otros tres profesores, me hice socio de la agrupación de acuarelistas...”, repasa. Hace siete años “monté mi propio estudio; ahora en Las Arenas, donde tengo 25 alumnos”, señala este getxoztarra, que sigue dedicando horas a otros quehaceres, pero que disfruta infinito con la parte más coloreada de su vida.