Telas azules a la japonesa en Enkarterri
Marian Martínez cultiva índigo del país nipón y lo usa para teñir con técnicas tradicionales | Su trabajo en Sopuerta le ha valido un premio de la Asociación de Creadores Textiles en Madrid
Prendas de seda, kimonos… “Me fascinaban e inspiraban, imaginando aventuras mágicas en lugares lejanos y exótico influyendo sutilmente en mi desarrollo estético”. Su tío, Jesús González, misionero dominico condecorado por el emperador, fue vistiendo regalo a regalo en cada visita la pasión de Marian Martínez por Japón, que ha acabado convirtiendo en un modo de vida. Hace cinco años se despertó su “verdadero interés por las diferentes posibilidades que brinda el índigo”, la planta que “ha coloreado mi mundo de azul”. Y es que desarrolla una pequeña producción con la que pone en práctica las técnicas ancestrales que cubren “el proceso al completo, desde la semilla al tinte”. Una labor por la que ha recibido el reconocimiento en la Madrid Craft Week organizada por la Asociación de Creadores Textiles.
“Colorista botánica y artista de la tierra, que explora técnicas tradicionales para crear arte específico del sitio y piezas únicas teñidas a mano”. Una labor que “va más allá de la estética, integrando un profundo respeto por los recursos naturales y un enfoque sostenible” en creaciones que “rescatan saberes tradicionales y los transforman en un lenguaje contemporáneo, contando una historia de autenticidad e innovación”. Su “profunda dedicación a la artesanía textil, así como un férreo compromiso con la preservación y revitalización de técnicas de antaño” la avalan, explicó la organización.
Agradecida por el reconocimiento que recibió “con sorpresa”, apunta que “el 99% de las integrantes de la ACT (Asociación de Creadores Textiles) somos mujeres. Me gustaría teñir para alguien. He colaborado con Sinpatrón”. Marian presentó en el evento un kimono en cuya elaboración han participado la presidenta de la asociación, otro artesano con el que proyecta expandir sus cultivos de índigo a Extremadura y el diseñador Sinpatrón, coordinador de La Encartada Moda, la cita que reúne en el Museo de Balmaseda a creadores consolidados y talentos emergentes del sector de dentro y fuera de Euskadi con desfiles, talleres y conferencias. A la última edición “acudimos con una pieza conjunta”.
En el Museo de Balmaseda también “contribuí a replicar un delantal que formó parte de la exposición sobre las instantáneas de Bizkaia que tomó Eulalia Abaitua a finales del siglo XIX y principios del XX”. En marzo del año pasado la antigua fábrica acogió la muestra De la cámara a la aguja, con reproducciones de cuatro tipos de indumentaria de las mujeres de zonas rurales y urbanas junto con otros complementos, como tocados, chales, blusas, etc.
Toma la medida a la cultura vasca el modo de hacer en Japón, donde perviven unos pocos artesanos que “transforman las hojas secas de índigo en el material colorante denominado sukumo; se los conoce como ai shi o mizu shi (literalmente, artesano del agua)”, explica desde su casa de Sopuerta.
Natural de Sestao, lleva 21 años afincada en Enkarterri, donde ha crecido el árbol familiar, estableciéndose primero en Galdames. Embarazada de uno de sus dos hijos, le sobrevino un paréntesis laboral que aprovechó para profundizar en el saber de las plantas y los tintes que, “en realidad, funcionan como química pura y dura”.
El más antiguo de la humanidad, “el primer vestigio que se encontró, se remonta a 6.000 años Antes de Cristo en Huaca Prieta, Perú, y me fascina que de una manera u otra en distintas partes del mundo dieran con una fórmula similar”. Ella practicó con el aguacate antes de lanzarse a probar con el índigo en Cantabria y su Kokoro índigo logró un premio en el concurso de proyectos empresariales del Behargintza de Enkarterri en 2019, poco antes de la pandemia.
Impartir formación
Actualmente no comercializa los elementos que tiñe, sino que se ha enfocado más a una formación que está más extendida en lugares como Francia. Desde su experiencia personal, “me gusta trasladar otra manera de hacer las cosas, el concepto de moda a gran escala se me escapa”. “Voy más por el lado artesanal. Creo que es una industria muy complicada”, reflexiona.
Sobre esta línea, en sintonía con la naturaleza, a veces “reutilizo la materia tintórea que siempre queda y elaboro pigmentos con los que pinto”, ya sea en otra clase de soportes o en la propia tela, con propósito ornamental. La voz de Marian se tiñe de afecto al hablar de cuando su tío cruzaba la puerta cargado de regalos. Incluso “venían muchísimos japoneses a casa cuando era pequeña porque los mandaba desde allí”.
Por todo lo que ha experimentado “para mí, sin menospreciar a otras, esa cultura representa la excelencia, son muy meticulosos: admiro la paciencia con la que realizan el trabajo de una manera metódica… Como una costumbre, tradición de gente sumamente especializada, todo entraña su razón de ser”. En ese contexto, manipular el índigo “engancha desde el principio porque es muy mágico”.
Se puede extraer de dos maneras: “fabricando pigmento a partir de la hoja verde y con eso elaboras cubas donde tiñes en azul, mientras que la otra consiste en obtener una especie de compost”.
Siembra plantas de la familia Persicaria tinctoria y lleva dos años “intentando introducir dos especies más exóticas” que está sometiendo a la prueba de los rigores invernales. De la Indigofera sufruticosa importada de Australia guarda “una en casa y otra en el balcón” y cultiva “una especie originaria de China, muy desconocida que creo que soy la única persona que posee en todo el Estado, aunque también se puede encontrar en la ciudad japonesa de Okinawa, que visité el pasado verano”. Allí aprendió de unos amigos que cultivan esta Strobilanthes cusia: “una planta ligada también a la medicina, pero con muy poca literatura relacionada con ella”. Marian invirtió tres años intentando conseguir la semilla a través de Francia, “de una persona que la consiguió y me la ha mandado. Era tremendamente difícil acceder a ella porque se reproduce por esquejes”.
En caso de que no se aclimaten a Sopuerta “posiblemente las envíe a Málaga, donde una amiga”. Y es que no resulta sencillo, para empezar, adquirir esta clase de plantas, por lo que pertenece a un grupo de personas que intercambian conocimientos y semillas para seguir esparciendo sabiduría arraigada en el curso de los siglos.
En sus tres viajes al país nipón ha observado que “recogen la planta unas tres veces en el verano, se cosecha, se seca, se separa la hoja del tallo y sobre octubre y, dependiendo de la zona, la luna y el clima, apilan las hojas en un sitio especial llamado nendoko: una estructura en la que el suelo se prepara de una determinada manera”, destinada al proceso de fermentación. “Añaden agua y dan vueltas cada tres, cuatro o cinco días a medida que van necesitando a la pila de compost” en un procedimiento que se prolonga “a lo largo de tres meses antes de empaquetarlo y utilizarlo para teñir”.
Durante su estancia tuvo la ocasión de saludar a su amiga Makiko, otra artesana; también conserva estrechos lazos “con una francesa que reside cerca del monte Okayama”. Además, en las otras dos ocasiones en las que voló a Japón “fue parada obligatoria el colegio dominico en la ciudad de Matsuyama”, evocando las raíces familiares.
Sin ayuda química
En 1880, el químico Adolf von Baeyer, en Estrasburgo, “consiguió sintetizar el índigo, el colorante natural más importante en este momento”. “Junto a la tintorería Hoechst, adquirió los derechos para explotar la patente del índigo, sumándose así a la carrera para producir el índigo a escala industrial”. “Obviamente”, en el proceso natural es necesario invertir “más tiempo, material… que en el envejecimiento con la ayuda química”. Además, “existe competencia desleal que mezcla con químico vendiendo como natural”.
“Cada cual con su conciencia”, aclara, pero Marian lo considera “una especie de engaño”, califica. Para argumentar el por qué, retrocede a “la primera vez que intenté teñir una cuba de índigo en una prueba muy pequeña que no me funcionaba hasta que me aconsejaron que vertiera hidrosulfito”. Este componente “dejó un olor malísimo aparte de que no viene bien para temas de respiración; luego transcurrieron meses en los que no sabía cómo deshacerme de ello”. Al final pudo reducir la mezcla, no sin antes jurar “que nunca más iba a recurrir a ello, porque lo que yo hago sale de la tierra y vuelve a la tierra”.