El olor de su colonia, los conguitos que le compraba, el seiscientos verde aceituna en el que le llevaba a un lugar apartado... “Me acuerdo perfectamente de todo lo que pasó”, dice Pepe Godoy, un basauritarra de 52 años que sufrió abusos sexuales de niño por parte de su entrenador y que comparte su trauma para arrojar algo de luz sobre las tinieblas de otras víctimas. “Mi agresor era un monstruo, era mi monstruo, pero todos le querían”.
Sufrió abusos de los 8 a los 11 años por parte de su entrenador de fútbol. ¿Recuerda la primera vez?
Sí. Él te llevaba a su casa, te ponía una película pornográfica y luego empezaban los abusos. Su seiscientos también era un sitio habitual de abusos. Te llevaba a la zona de Zaratamo, Arrigorriaga, las canteras y lo aparcaba allí en una curva. También lo hacía en los vestuarios de las piscinas. Donde veía oportunidad y estaba a solas contigo abusaba.
¿Con qué frecuencia se producían?
Semanalmente -había semanas que más veces- durante tres años.
Era muy pequeño. ¿Los interpretó entonces como abusos?
No sabía que eran abusos sexuales. Sabía que no me gustaba, que no estaba cómodo y que no estaba bien. Por eso no les dije nada a mis padres. Antes del abuso, él ya se había trabajado el terreno. Me había dejado beber zurracapote en fiestas de Basauri, me había dado un cigarro o dinero. Cosas entre él y yo que en mi casa no habrían estado bien vistas y si contaba los abusos, tenía que contar el resto. Estaba atrapado.
“Te llevaba a su casa, te ponía una película pornográfica y luego empezaban los abusos”
¿Qué sentía durante los abusos?
Tú eres un niño y sientes placer cuanto te tocan tus partes íntimas, pero cuando yo le tenía que hacer a él me daba asco, aquel olor... Un día en el metro una persona llevaba su colonia y me tuve que cambiar de asiento porque me lleva a aquel recuerdo. Tampoco como conguitos o toblerones, que entonces eran chucherías caras y él me compraba.
¿Sentía miedo, vergüenza, culpa...?
Era una mezcla de miedo, de vergüenza. Encima te cortejaba y cuando ya perpetraba el abuso era como vete y ya está. Buscaba su placer, y cuando lo conseguía, se olvidaba de ti hasta el día que le apeteciese.
¿No detectaron nada en su casa?
Mis padres me llevaron al médico, que me detectó terrores nocturnos, pero no dije que había sufrido abusos. Dormía con cuchillos y agujas de coser debajo de la almohada. Cuando mi mujer trabajaba de noche dormía con algo para protegerme. Tenía pesadillas, huía dormido chillando. De hecho, un día abrí la ventana para escapar y mi mujer me cogió.
¿Por qué cesaron los abusos?
Tengo hermanos pequeños, él se metió en la familia y, cuando terminó conmigo, empezó con otro. Eso me cargó con más culpa.
¿Qué otras secuelas sufrió?
Tenía la autoestima por los suelos y mucho miedo, al acostarme tenía que mirar dentro de los armarios, debajo de la cama... Tenía también muchas manías, que fue lo que me llevó a ir al psicólogo. Si al hacer ese ritual algo no me salía, tenía que volver a empezar. Era un sinvivir, me agotaba. Y la culpa y la vergüenza se van multiplicando con la edad.
¿Le ha influido en sus relaciones?
Solo he tenido una novia y es mi mujer. Cuando era más joven, he conocido a otras chicas, pero no quería compromisos, no quería que nadie me quisiera ni quería querer.
¿Le ha impedido hacer amistades?
No, porque tenía la otra careta de un tipo alegre, al que le gustaba la fiesta, ir a jugar al fútbol, al monte... Muchas veces llevaba la careta del tío majo, simpático, pero por dentro estaba hecho una mierda. Cuando jugaba partidos de fútbol sala, estaba en el banquillo y decía: “Qué hago yo aquí si mi vida es una puta mierda”.
“Tenía pesadillas, huía dormido chillando. De hecho, un día abrí la ventana para escapar y mi mujer me cogió”
Dice que “vivía dos vidas paralelas y que estaba muerto en ambas”.
Sientes que estás vacío, que tu vida es una mentira. Cuando se lo conté a mi mujer estaba cagado de miedo porque llevábamos veinte años y yo pensaba que no me conocía. Sigues trabajando y viviendo, pero a la vez llevas esa carga. El día que tomé mi primera pastilla para dormir, el disco duro estaba a reventar y dije: “Hostias, hoy he descansado”.
A raíz de contarlo y tratarse, ¿ha conseguido aliviar ese dolor?
Ha pegado un giro, ya no miro debajo de la cama, mi cabeza no está pensando en eso, ya no me siento responsable de lo que pasó porque la culpa es única y exclusivamente del agresor y de los que le encubrieron, que los hubo y muchos. Estoy muy liberado.
A su mujer se lo confesó con 44 años, tras dos décadas de relación. ¿Por qué no se lo dijo antes?
Porque me sentía culpable de que hubiese abusado de más gente de mi familia y de más niños en Basauri y porque si le contaba lo mío, le tenía que hablar de lo de mis hermanos.
¿Qué le hizo cambiar de opinión?
Empecé a ver a mi agresor con un niño, cómo iba y venía con él, todo muy parecido. La cabeza me daba vueltas, pero no veía salida. Meses después, viendo con mi mujer un programa sobre pederastia, vi que ella le daba la razón a la víctima: “Tú qué culpa vas a tener” y se me abrió la puerta. No dormí nada. Al día siguiente, fui a la cocina a desayunar, debía estar pálido, “¿qué te pasa?” y se lo conté. Me abrazó, me dijo que me iba a buscar ayuda psicológica y que iba a denunciarlo.
También se lo comunicó a los hermanos que habían sido abusados para que testificaran ante la Ertzaintza. ¿Cómo fue ese encuentro?
Les mandé un whatsapp: “Quiero hablar con vosotros en mi casa”. Creían que yo tenía un cáncer. Compré unas cervezas y algo para picar. Les conté lo que me había pasado en tres minutos y enseguida me dijeron que a ellos también. Fue una noche dura. Marcharon a su casa, hablaron con sus parejas y sus hijos. Por suerte nos han entendido a todos. Más tarde se lo dijimos al resto de los hermanos y a mi madre.
Debió de ser muy doloroso para ella.
Ella se siente culpable de no haberlo visto, cosa que nosotros nunca le hemos reprochado porque no tenemos ninguna duda de que si hubiesen visto cualquier cosa, nos habrían apartado. Ella tenía siete hijos con 30 años y él supo moverse: “Ya te lo llevo yo a entrenar, al cine...”.
¿Nunca se enfrentó a su agresor?
Un día le vi en la calle, me acerqué a él y le dije que mi familia ya sabía lo que nos había hecho, que dejase al niño. Él, con la cabeza baja, me dijo: “¿Qué te hecho yo?, Pepe”. No me dijo nada más ni me miró. Fue muy satisfactorio para mí, fue como haber crecido diez años de golpe.
Pese a todos sus esfuerzos, en su caso el delito había prescrito.
La fiscal nos dijo que no se podía hacer nada, aun teniendo varios testimonios de víctimas, porque estaba prescrito. Nosotros no lo entendíamos porque él seguía entrenando.
Por eso con 46 años dio un paso al frente y denunció los hechos públicamente a través de un vídeo.
Pensé que la gente tenía que saber quién era este tío. Yo he jugado en un montón de equipos de fútbol y futbito, no dije ni el nombre del equipo, ni del pueblo, nada, pero el día que salió fue una locura, todo el mundo le señaló a él y le echaron.
¿Qué consecuencias le trajo dar la cara? ¿Alguien le cuestionó?
Los pocos reproches que he tenido han venido de gente que estaba vinculada a la escuela de fútbol o tenía a sus hijos ahí. Del resto de personas, a nivel de pueblo, no he tenido ni reproches ni nada.
“Le vi y le dije que mi familia ya sabía lo que nos había hecho. Con la cabeza baja me dijo: ¿Qué te hecho yo?, Pepe”
¿Se pusieron en contacto con usted otras víctimas de abusos?
Me empezaron a llover por Messenger y Twitter mensajes de personas que habían sido abusadas en mi propio pueblo, la gran mayoría por otros agresores. De mi agresor se me acercaron un par de personas, que no llegaron a denunciar.
Se sentiría abrumado...
Gestionar al principio eso me costó muchísimo porque me sentía con la obligación de intentar ayudar a estas personas. Quedábamos para tomar café, hablábamos, cada cierto tiempo les llamaba... Eso me hacía variar mi vida, el tiempo de estar con mi familia o de ocio. Ahora las derivo a profesionales que las pueden orientar. Esta misma semana he hablado con una persona que se puso en contacto conmigo por una cría.
La denuncia de un adolescente, cuyo caso no había prescrito, llevó finalmente a la detención de su agresor. ¿Qué supuso para usted?
El día que lo detuvieron fue decir: “Hostias, hemos conseguido que vaya a ser juzgado”. Nos lo tomamos como que era también parte nuestra, aunque solo iba a ser juzgado por su caso.
Fue condenado a seis años de prisión. ¿Qué le pareció la pena?
El que fuera condenado a seis años de cárcel para mí no fue tan importante como que lo retiraran de entrenar y no tuviera a los niños a su alcance. Tiene que ir a la cárcel, que vaya, pero no es decir: “Pues ahora te jodes”. No era ese tipo de venganza. Para mí era más importante que estuviese retirado de los críos.
¿Sabe si ya ha salido de prisión?
Ahora mismo no sé si está en la cárcel o no. No le he vuelto a ver.
¿Y si se lo vuelve a cruzar?
Lo único que diría, si me lo encuentro en un supermercado, es: “Cuidado con este, que es un pederasta”. No le haría nada, pero sí que avisaría, que la gente sepa lo que es.
Tras años de guardar silencio, ¿el hecho de tener a sus dos hijas le supuso algún cambio, hizo ‘clic’?
Seguramente tenga que ver, pero cuando te pasa una cosa de esas y tienes hijos te pierdes también muchas cosas porque no te gusta el contacto con otras personas. Yo solo le daba besos a mi madre. Al resto de la familia, en Nochevieja, después de las campanadas. A la hora de que mi hija se me tirase encima para jugar, yo eso no... Yo no he dormido con mis hijas porque no quería esa cercanía. Ahora las abrazo a veces, cuando me dejan, tienen 14 y 17 años.
¿Desde cuándo lo saben ellas?
Prácticamente desde el principio. De hecho, cuando le veía por la calle, les decía: “Ese hombre hace esto y esto a los niños. Si algún día vais por la calle solas y le veis, os apartáis y si se os acerca, me lo decís”. Mis hijas lo han sufrido con nosotros. Ha habido momentos de mucha angustia, de mucho llorar, ataques de ansiedad, de pánico, un día terminé en el hospital... Todo eso lo han sufrido.
¿Qué les diría a las víctimas que aún no han podido compartirlo?
La clave está en una buena terapia. Yo hacía una terapia grupal con 25 personas que habíamos sufrido abusos en la infancia. Cuando vas, estás roto, no quieres hablar, pero hay otros que llevan más tiempo y hablan y te sientes tan identificado que parece que estás hablando tú. Yo iba dos veces por semana a terapia, hice talleres de secuelas... El proceso es largo, pero merece la pena para dejar de sentir miedo, culpa... Aunque con lo de la culpa yo creo que me ayudó más mi mujer.
¿Cómo lo consiguió?
Me dijo: “¿Tú le echarías la culpa a la persona a la que se lo hizo antes que a ti?”, porque hubo un denunciante con cincuenta y pico años. “No, en la vida, porque sé que yo no he podido hablar y a él le ha pasado lo mismo”. Entonces, pensé: “Me tengo que quitar la culpa de encima”. La culpa es del agresor”.