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Mujeres rurales, una contribución decisiva a la transformación del sector

Cuatro mujeres baserritarras de Maruri-Jatabe relatan su experiencia en el mundo agrícola, las dificultades a las que se enfrentan en su día a día y la dureza de un medio de vida cuyo gran reto es el relevo generacional

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Historias de mujeres que transforman el mundo ruralC.Zarate/Markel Fernández

Las mujeres, históricamente, siempre han tenido mucho que decir en la procuración de alimentos. Su desempeño en el mundo rural ha sido fundamental para el bienestar de las personas, familias y comunidades. Buen ejemplo de ello son Marcela Pava, María Luisa Gangoitia, Ozkoli Aurtenetxe y Dolores Muruaga, baserritarras de Maruri-Jatabe.

Durante décadas, la contribución de las mujeres a la actividad agraria ha sido percibida a nivel social como parte de una ayuda familiar que complementa la renta principal del hombre titular de la explotación. A menudo uno o dos pasos por detrás, su labor se ha visto invisibilizada a nivel social. 

Uno de esos ejemplos de mujeres infatigables dedicadas al campo es María Luisa Gangoitia, de casa Mendipe. A sus 75 años, su vida se ha dividido entre la crianza de sus dos hijos y el cuidado del baserri familiar. Su marido trabajaba en un taller en Biarritz y a ella le tocaba encargarse “de la casa, de los hijos y de las vacas”, señala. Empezó con 14 años cuando acabó la escuela y su madre le enseñó todo lo que sabe hoy en día de agricultura. No hay día que no piense qué hubiera sido de ella si hubiera estudiado para otra profesión, pero el sector primario siempre ha sido su destino. En cambio, sus hijos no han seguido su camino. “La juventud no tiene tiempo para el campo, hace muchas cosas: deporte, música”, indica.

En esta línea, otra de esas mujeres que conocen cada secreto de la tierra es Ozkoli Aurtenetxe, de 83 años y del caserío Txarakane. Sus jornadas empezaban al amanecer y se extendían hasta el anochecer. Ir a la vendeja a Mungia era otra de sus ocupaciones. Allí vendía sus tomates, pimientos, puerros, vainas, etc. “Plantaba de todo”, reconoce. Con el paso del tiempo ha ido reduciendo su producción y ahora solo planta para casa. No obstante, recuerda lo difícil que ha sido siempre su vida. “Es una profesión en la que no hay jornal, no hay un sueldo fijo. Para las nuevas generaciones es difícil porque hay que tener algo más que ganas para dedicarse a esto”, afirma. En esta línea, considera que “no es lo mismo el trabajo de oficina, con un ordenador y un bolígrafo, que el del campo. Hay que meter muchas horas para ganar algo de dinero”.

Si bien es cierto que las nuevas tecnologías han ayudado a la hora de agilizar los trabajos pesados, especialmente, el tractor, –apunta–, el papel de la mujer en el mundo agrícola siempre han estado en segundo plano. “Los hombres han tenido más oportunidades para ser propietarios de tierras”, subraya. 

Dolores Muruaga, del caserío Abaro, es otra de esas mujeres que ha visto muchos amaneceres con las botas puestas y la azada en la mano. Siendo muy joven se trasladó a Maruri-Jatabe desde Berango y a las faldas del Jata empezó a dedicarse al campo. A las siete de la mañana estaba la primera en la cuadra. Primero atendía a la familia y, después, al ganado y a la huerta. “Primero preparaba el café con leche y el agua caliente a la abuela”, recuerda. Sin embargo, esa rutina se alteraba cuando iba a la vendeja, puesto que el reloj se adelantaba hasta horas intempestivas. “A las tres de la madrugada iba a Basauri”, relata. Incluso llegó a encargarse de hasta 18 vacas cuya leche luego transportaba “cargada a tope” para abastecer a otras familias. 

Todo ello tras unos inicios difíciles, empezando desde abajo. “Cuando me casé y vine aquí a vivir, la casa estaba rota y yo no sabía nada de agricultura”, rememora. Salió adelante a base de “trabajar muchas horas”, desvela. Tantas que todavía no sabe como el cuerpo no le ha pasado factura y le ha dicho basta. “La gente no se puede hacer una idea de las horas que trabajábamos. En la vida he ido de vacaciones porque el ganado no perdona, tenías que estar aquí. Día y noche. Desde que me casé aquí estoy”, sostiene. Por ello, considera que las personas mayores del campo “deberían tener alguna ayuda” para el día a día. “Con todo lo que he trabajado, la pensión que tengo es muy baja”, lamenta.

Sobre esta línea, las tres coinciden en señalar la dificultad de encontrar un relevo generacional a las mujeres baserritarras por la dureza de esta profesión y porque las jóvenes buscan otras aspiraciones, otro porvenir alejado de jornadas laborales interminables. Sin embargo, en medio de ese panorama oscuro también florecen proyectos innovadores como el que regenta Marcela Pava en Maruri-Jatabe. Junto a su pareja, Gorka Areitio, se encarga de gestionar Mustai Ortua, una explotación agrícola de productos de temporada, verduras y hortalizas, que comercializan a través de la venta directa. Cabe señalar que Marcela es de origen colombiano y lleva 15 años en Euskadi. Estudió Derecho y cuando conoció a su pareja, este le invitó a ser parte del proyecto agrícola. Poco a poco se fue formando para trabajar la tierra y, a pesar de las dificultades que ve a la hora de emprender y los obstáculos administrativos, del idioma o para la adquisición de tierras, se muestra ilusionada con el futuro de un proyecto que ha visto nacer y que mima cada día. “Animo a las mujeres a dar un paso adelante y dedicarse al campo. Si tienen la semilla en el corazón, que lo hagan. Es un trabajo muy especial y gratificante. No hay nada como ver crecer una planta que luego da sus frutos y después llevarlos a los hogares para que los compartan con sus seres queridos”, concluye. Sin duda, un alegato esperanzador para las próximas generaciones de mujeres baserritarras.

Agricultura regenerativa

Marcela Pava

Marcela vive desde hace 15 años en Euskadi. Junto a su pareja trabaja en el proyecto Mustai Ortua (Erribera, 3), en MaruriJatabe. Es una explotación agrícola que apuesta por la alimentación natural y saludable a través de la agricultura regenerativa con productos libres procesos químicos. Venden de forma directa productos de temporada como verduras y hortalizas.

Ama de casa y baserritarra

Maria Luisa Gangoitia

Su vida ha estado siempre ligada a la agricultura. Empezó con apenas 14 años, tras terminar la escuela. Su madre le enseñó todo lo que sabe sobre el campo. Vendejera en Mungia, tener a su cargo ganado siempre ha sido una dificultad añadida. Madre de dos hijos, considera que la dureza del mundo del campo no atrae a la juventud, que tiene otras ocupaciones. 

Vendejera en Mungia

Ozkoli Aurtenetxe

Ha visto jornadas de trabajo interminables en el campo cultivando pimientos, tomates, puerros, vainas..., que luego vendía en Mungia. Cree que la vida de baserritarra, carente de un sueldo fijo, espanta a las nuevas generaciones. “No es lo mismo el trabajo de oficina, con un ordenador y un bolígrafo, que el del campo. Hay que meter muchas horas para ganar algo de dinero”, destaca.

De Berango a Maruri-Jatabe

Dolores Muruaga

Siendo muy joven se trasladó a Maruri-Jatabe desde Berango y empezó a dedicarse al campo. Empezó de cero, sin saber nada de agricultura. Durante muchos años ha vendido sus productos en Basauri. Llegó a tener 18 vacas con las que abastecía de leche a otras familias. Ha vivido en primera persona la exclavitud horaria del campo y la ausencia de días libres o vacaciones.