Como su conocida y deliciosa cebolla morada, Zalla se despoja de sus múltiples capas para ahondar en su realidad durante la Edad Media y la evolución hasta la actualidad, condicionada por la industrialización y otros acontecimientos que han dado forma a sus calles, casas y monumentos. De acuerdo con el lema de las Jornadas del Patrimonio de este año y, en colaboración con el Museo de las Encartaciones, el Ayuntamiento lo hace sirviéndose de un camino: en este caso, la calzada por el río Cadagua que enlaza a Balmaseda.
Cerca de diez kilómetros entre la céntrica plaza Euskadi y La Mella, en La Herrera, en los que han impreso su huella santuarios milenarios, colegios, emprendedores que asentaron aquí sus industrias, el ferrocarril, las mujeres que trabajaron en ellas, los vecinos y vecinas que enriquecieron la caminata con sus relatos y anécdotas de cuando “las casas de indianos poblaban la Avenida Lanzagorta y en la calle Nuestra Señora del Rosario había viviendas de baja altura con su pequeño jardín”... Sobre esta línea, Janire Rojo, del Museo de las Encartaciones, incidió en que también los hogares a lo largo de los siglos –casas torre, los neovascos y los más modernos– o incluso “el kiosco de música de la plaza, punto de encuentro” sin ir más lejos durante la feria de Gangas, hablan del alma de la localidad.
Por el área recreativa de Bolunburu el grupo se detuvo en los vestigios de la ferrería ya documentada en 1450 reformada por completo en 1753 y en activo hasta mediados del siglo XIX. Una “protoindustria” que aprovechaba la fuerza del cauce de la misma manera que “lo reproducirían” otras compañías que producían elementos para mejorar la calidad de vida. La primera, la fábrica de papel de fumar fundada por Antonio Serrano en 1871, de la que se conservan pabellones, el chalé familiar de 1926 diseñado por Antonio de Araluze, actualmente un centro de empleo y la capilla que alberga eventos municipales. Durante el trayecto pasaron por lo que queda en pie, en estado ruinoso, de la fábrica de Plomos y Estaños Laminados, nacida en 1894 con la singularidad de que “desde el principio tuvo una plantilla mayoritariamente femenina”. Enfrente, al otro lado de la carretera, los edificios destinados a residencia de trabajadores y trabajadoras que contaban con botiquín, comedor y economato. Los recursos naturales todavía se reutilizan, como el canal que alimenta la central hidroeléctrica de Bolunburu.
Industria transformadora
Junto a otras industrias como La Guata, reconvertida en centro artístico, o la Papelera, elevaron la población con necesidad de vivienda que se consiguió, en muchos casos, derribando lo que había o, por ejemplo, con la hilera de casas adosadas de la calle Nuestra Señora del Rosario edificadas en 1918 “cuyo interés radica en su concepción global, construidas en fila para configurar espacios urbanos y calles”. Por eso, no se ha conservado un casco antiguo como tal. Perviven, entre otros elementos patrimoniales, el palacio Mendia, de finales del siglo XVII en la plaza Euskadi; el palacio Murga, a caballo entre los siglos XVII y XVIII y Ayuntamiento desde principios de los años noventa y la iglesia de San Miguel. Un poco más alejados, caseríos del siglo XVII dan testimonio de cómo debió ser el paisaje del Zalla más rural antes de que desembarcara el ferrocarril. Paradójicamente, lo que entonces supuso modernidad se ha convertido en un quebradero de cabeza con casi cuarenta pasos a nivel, lamentaron los presentes.
El tren, que aún transporta estudiantes a Maristas y Landabaso. Antaño, Irlandesas (1903) y escuelas Taramona de La Herrera (entre 1920 y 1924), respectivamente. El internado para las hijas de la élite que luego se democratizaría y abriría también a los chicos disponía de un inmueble anexo desde 1955 para proporcionar educación gratuita a las niñas de la zona. “Nos enseñaban en la planta baja y en la superior vivían las Misses, las profesoras”, rememoró una antigua alumna sobre ese Zalla del ayer.