Oneka Zaballa estudió Derecho en la Universidad de Deusto pero, como ella misma dice, la cabra terminó tirando al monte. Colgó la toga y hoy en día es la titular, junto a su ama, de la ganadería Fidel Abans, de Dima, que su tío fundó hace 36 años. "Cuando nací ya había vacas en casa y toda mi vida la he pasado entre ellas", cuenta con la pasión de quien ha hecho de su vocación su forma de vida. "El caserío se ha mantenido gracias a la mujer", reivindica, orgullosa, en la jornada en la que se celebra el Día Internacional de la Mujer Rural.
En su explotación cuida con mimo un centenar de vacas de raza limusina, dedicándose principalmente a su cría y selección genética, que luego venden a otras ganaderías, aunque también comercializan, con sello de calidad, una pequeña parte. Pero, aunque desde pequeña ha sido lo que ha visto en casa, su camino profesional parecía estar encaminado al mundo de la abogacía y el derecho. "No es que lo decidiera; venía con ello ya decidido. Lo he tenido siempre clarísimo: la ganadería es un modo de vida, una familia y siempre he sabido que quería dedicarme a esto", explica.
Su día a día, afirma, no es tan diferente al de cualquier otra trabajadora al frente de una empresa. "Siempre he escuchado que la ganadería te quita mucho tiempo, que es muy esclava... Y es verdad, pero también te da tiempo a hacer otras cosas si te organizas, como ir a tomar algo o salir de vacaciones", defiende. Y es que, en una explotación ganadera, además de las tareas cotidianas, "hay que darles de comer, hacer las camas, mantener a los animales limpios...", siempre surgen imprevistos que hay que atender sin demora. "Hay partos, un vaca que está coja, una cerradura que se ha roto... Entre animales te pueden surgir mil problemas al día". Pero intenta alejar esa imagen de dedicación sin descanso. "Hay que estar los 365 días, sí, pero si te organizas también puedes tener tu tiempo de ocio y de tiempo libre".
Sí echa en falta más reconocimiento, por parte de la sociedad, de un sector que es esencial para todos. "Todos los días comemos, ¿no? La alimentación empieza por el sector primario, que somos los que producimos los alimentos", defiende. "No somos tan malos como nos quieren hacer ver, que contaminamos el planeta, que maltratamos los animales... No es así". Y más visibilidad para las mujeres, que desde tiempos inmemoriales han jugado un papel imprescindible en los caseríos. "Siempre hemos estado ahí pero invisibilizadas. Yo vengo de un baserri y ahí estaba siempre mi amama, mi ama, mis tías... Quienes han mantenido la vida de los caseríos han sido las mujeres; no se iban a trabajar fuera para sostener el baserri. Hoy tenemos la suerte de que podemos trabajar, somos titulares, tenemos nuestra Seguridad Social pero siempre hemos estado ahí. ¿Quién cuidaba a las personas mayores o a los hijos?".
"Desde que nací"
Garbiñe Lekerika es la cuarta generación al frente del baserri Basalbeiti de Lezama. "Soy baserritarra desde que nací", cuenta con orgullo. Elaboran txakoli, con la misma denominación, pero también acuden a ferias con una txosna donde también despachan talos que rellenan con la chacinería de sus propios cerdos y cultivan verduras y hortalizas en sus invernaderos. "Diversificamos; nunca vamos solo a una cosa porque es un riesgo que no se puede asumir. Te viene mal dadas y te quedas sin nada", explica con la experiencia que dan los años.
Y es que Garbiñe también ha vivido desde que era niña esa forma de vida, más que trabajo, que es el agro. "Había pollos y gallinas que había que dar de comer, huerta que regar o cuidar... Siempre había algo para hacer", rememora. "Mi ama llevaba la vendeja al mercado de La Ribera, a Bilbao, cuatro días a la semana y había que trabajar mucho en la huerta, mi aita cuidaba vacas de leche... En verano, recuerdo que antes de ir a jugar tenía que trabajar. Nada que ver con la vida hoy, ¿verdad?", bromea, divertida. El día a día ha cambiado mucho. "Ahora está todo mucho más mecanizado; antes se usaban bueyes para labrar la tierra, ahora tienes tractores. Hay segadoras, regadíos... Hoy te hace una persona lo que antes necesitabas cuatro".
A pesar de que, durante una etapa de su vida, su profesión estuvo alejada de la tierra y los animales. "Estudié peluquería y, de hecho, tuve un peluquería durante seis años", desvela. Fue cuando nació su hijo cuando se decidió a volver al caserío. "Me encuentro mucho más a gusto en la tierra. Jamás me he arrepentido del paso que di, aunque es mucho más duro. Te tiene que gustar pero si te gusta, te engancha. Es una forma de vida muy diferente a lo que se puede vivir en la ciudad".
Por eso, se le ensombrece la cara cuando se le pregunta por el relevo generacional. "Es una pena pero esto se acaba conmigo, no habrá quinta generación; mi hijo y mi nuera tienen su trabajo fuera de casa. El caserío es muy inestable, es arriesgarte todos los días del año; puedes tener la suerte de que todo vaya muy bien, o la desgracia de que te vaya muy mal. El que tiene un sueldo fijo y decente no se la juega. Tiene que ser muy vocacional".
"Los cuidados están olvidados"
Jone Gardoki, de Igorre, pone cara y voz a una de las principales reivindicaciones de las mujeres baserritarras: la de las dificultades que encuentran para compatibilizar cuidados y trabajo. "He tenido vacas, cerdos, conejos, gallinas...; tengo invernadero y montes de pino, que es la hucha del caserío, y he tenido un agroturismo", enumera. Pero ha tenido que retirar las reses y cerrar el alojamiento rural para poder conciliar. "Tengo una hija que es gran dependiente y por la falta de servicios que tenemos en el medio rural me tengo que dedicar a su cuidado", se lamenta. "Es lo que nos pasa a muchas agricultoras: tenemos personas dependientes, alguien las tiene que cuidar y normalmente somos las mujeres, más en los caseríos".
Por eso, desde Amalan, la Asociación de Madres y Tutoras de Personas con Gran Dependencia que preside, reclaman mayores servicios en estas zonas rurales. "No hay servicios adecuados para ayudarnos con la conciliación y a los cuidadores. Ni para una persona joven, con gran dependencia, como es mi hija, ni para una familia que tiene a los padres mayores. El tema de los cuidados y el caserío está totalmente olvidado", demanda.
La oferta de servicios como los centros de día, relata, es menor en las áreas rurales, además de que las economías familiares, "más bajas en la mayoría de los casos", dificultan la contratación de personas que les ayuden en el día a día. Conciliar, en su caso, se conjuga a golpe de renuncia. "Tienes que renunciar al trabajo, al tiempo libre, a relaciones sociales...".
Su petición es tan simple como clamorosa: "que nos escuchen. Muchos problemas no se solucionan porque las instituciones no saben lo que necesitamos". Pone como ejemplo a su hija Leire. "Los centros de día para personas jóvenes son escasos. Solo está media jornada, de lunes a viernes, y los fines de semana está cerrado. En vez de estar en casa viendo la tele podría estar haciendo alguna actividad, socializando...", plantea.