Hay personas que sienten “una culpa tremenda” y toman la decisión de ingresar a su familiar en una residencia “tarde y corriendo, cuando ya no les queda otra o tienen alguna urgencia”, afirma la neuropsicóloga Ainara Castaños, quien ofrece algunas claves para dar este difícil paso lo mejor posible.

Muchas personas mayores temen ir a una residencia. ¿Por qué?

—Porque en su generación no han vivido como tal los centros residenciales. Han estado acostumbradas a cuidar a sus padres o suegros en el hogar. Creo que el miedo es porque todavía hay mucho prejuicio con las residencias y se piensan que son como los antiguos asilos.

¿Cómo desterrar esos miedos?

—Lo ideal sería que fuesen a ver las residencias tal y como están ahora y hablasen con algún profesional que les explique cómo funcionan, cómo estarían allí, las actividades... Incluso presentarles a personas que viven allí y que igual, si es en el mismo municipio, pueden conocer.

A nadie le gusta dejar su casa. ¿Cómo llegan anímicamente?

—Hay personas que tienen bastante negativa a venir y pueden llegar resignadas, enfadadas o no entendiendo la situación. Por eso hay que tenerles en cuenta y ser transparentes. Los que llegan a las residencias con verdades a medias –“Esto es una clínica, es para recuperarte, vamos a ver qué tal estás y luego igual puedes ir a casa”– al final lo llevan peor porque tienen falsas expectativas. Es mejor explicarles que los cuidados en el domicilio ya no pueden ser porque requieren de una asistencia sanitaria y una vigilancia.

Que la familia no puede ofrecer...

—Hay personas que necesitan una supervisión 24 horas y hay que hacerles ver que esa dependencia o enfermedad no solo es cosa de ellos, sino que afecta a su familia, que también está sufriendo. Hay que explicarles que ir a una residencia es lo mejor para todos y que su familia va a seguir cuidándoles, no van a dejarles en la residencia y ya está.

¿Se pueden volver apáticos o irritables, se enfadan con el mundo?

—A veces esa protesta o demanda a las familias viene del malestar emocional, del miedo, de la tristeza, del sentimiento de que no van a volver a su hogar. Ahí hay que hacer un proceso de adaptación por parte de todo el equipo en colaboración con la familia. Aunque esté en una residencia, la familia sigue haciendo el cuidado principal porque es el del afecto y el de estar con ellos.

¿La mayoría se adaptan bien?

—Aunque las personas lleguen así, lo habitual es que terminen adaptándose a la vida en el centro. Puede que lleguen irritables o angustiados, pero allí van creando vínculos con trabajadores y otros compañeros, ven que sus familias van habitualmente y que la vida en la residencia puede ser una continuidad de su vida anterior. No es un punto y aparte, sino que hacemos muchas actividades fuera para que se sientan integrados en la comunidad y no solo vivan entre cuatro paredes.

¿Puede desembocar este cambio vital en una depresión?

—Si se cronifica en el tiempo sí que puede desembocar en una depresión reactiva al ingreso, pero lo habitual es que esas emociones del inicio, si se hace bien el trabajo con ellos y la familia, vayan remitiendo y se vayan encontrando mejor. Es verdad que hay personas que viven con mucha resignación, pero, sobre todo, porque no se ha hecho bien el trabajo anterior al ingreso y una vez que entran en la residencia. Hay que trabajar desde un apoyo psicológico, social, estar todos un poco pendientes, intentando que mantenga sus gustos, sus aficiones...

¿Hay que llevarles fotografías o recuerdos de sus casas?

—Es muy importante que tengan la sensación de que las habitaciones no son impersonales, sino que son su hogar y tener objetos o cosas que les recuerden a su hogar lo facilita. También son importantes las costumbres, las rutinas que tenían, si dormía con la puerta de la habitación cerrada o la luz encendida, todo eso, si se puede, hay que respetarlo.

Si, pese a todos los esfuerzos, no se adaptan ¿hay vuelta atrás?

—Depende del soporte familiar que tengan. A veces la persona mayor decide ingresar en la residencia y puede que no encaje con sus expectativas o piense que en casa puede estar mejor con otro tipo de ayudas, pero no es lo habitual. En otros casos no tiene otra que estar en la residencia porque igual la persona cuidadora enferma, no tiene otras opciones de cuidado en el domicilio o por motivos económicos. En las residencias, no obstante, tratan de que la persona se relacione con compañeros con los que tenga mayor afinidad, incluso se piensa con quién come en el comedor, el tipo de actividades que le van a ofrecer... La adaptación tiene más o menos lugar en unos 90 días desde el ingreso.

¿Cómo lleva el proceso la familia?

—Es muy importante el papel de la familia en la adaptación porque a veces puede ser que la propia persona que entra esté a gusto y poco a poco se esté adaptando, pero que los familiares lo estén viviendo con muchísima culpa y tristeza y, al final, pueden también sin querer transmitirlo. En Igurco, por lo menos, trabajamos conjuntamente con las familias, hacemos alguna reunión y eso facilita que todos tengan una adaptación favorable.

¿Hay alguna persona mayor que agradezca el ingreso porque acusaba la soledad en su casa?

—Hay muchas personas que, pese a la pena que les da dejar su hogar, agradecen estar en una residencia. Algunas, por circunstancias, tienen que estar por las noches solas y el estar con una dependencia física o una enfermedad por la noche solo es muy duro. Entonces, agradecen esa sensación de seguridad que les da entrar en una residencia y saber que están atendidos. Además, los metemos en dinámicas grupales, intentamos que creen algún vínculo especial para ellos y muchos lo agradecen porque estaban solos. Nos ha pasado con matrimonios que igual una de las personas cuida a la otra y, cuando ingresan en la residencia juntos, la que cuidaba descansa y lo vive como una liberación.

¿Hay quien lo prefiere a vivir a turnos en las casas de los hijos?

—A veces, por mucho que los hijos los quieran cuidar, ellos ven el estrés que generan, la sobrecarga en el cuidado, y eso va haciendo mella. Muchas personas prefieren estar cuidadas y que sus hijos vayan a estar un rato agradable con ellos.