Siguiendo los pasos de su hermano Jaouad El Khiali, que se ocultó en un camión para atravesar la frontera con la ilusión de correr por Europa como atleta profesional, Redouan arriesgó su vida aferrado a los bajos de dos vehículos para tener una posibilidad, aunque fuera remota, de llegar a ser ingeniero eléctrico. Ambos abandonaron Oulmés, el pueblo montañoso de Marruecos en el que vivían, con 17 y 14 años, respectivamente, y sin previo aviso.

La familia nunca se entera. Ellos no te van a decir que te tires al mar o debajo de un autobús. Cuando desapareces se asustan mucho. Cuando llegas y les contactas, por una parte, les duele no tenerte al lado y, por otra, les gusta porque vas a tener una vida mejor”, afirma Jaouad. “Bueno, les gusta porque saben que has llegado y no te has muerto en el camino. Suena mal, pero es así”, apunta Redouan, quien conoció a un chaval de 9 años que viajó solo. “A su madre casi le da un infarto. Era muy espabilado, aprendió el castellano en semanas”.

Aunque aún no han podido cumplir sus expectativas, aprovecharon su paso por los centros de menores de Amorebieta, Loiu y Bilbao para formarse, no les falta trabajo y planean montar su propia empresa de electricidad y ofrecer empleo “a personas que hayan tenido dificultades como nosotros porque valoramos lo que es ayudar, el alivio que supone”. Perfectamente integrados, Jaouad vive con su pareja y su hijo de ocho meses en Portugalete y Redouan comparte piso con un compañero en Barakaldo.

Sin olvidar lo mucho que les ha costado llegar hasta este punto de sus biografías, empatizan con los menores extranjeros no acompañados que recalan en Bizkaia con lo puesto, un puñado de aspiraciones y un futuro en blanco por escribir. “No van a romper sus sueños rechazando un centro de menores. No es un capricho, es una necesidad. Si sacas a un menor de la calle es un favor que le haces tanto a la gente que está fuera como a ese niño y a su familia en su país”, asegura Jaouad, a raíz de las protestas vecinales contra la apertura de un centro en Sopuerta que atenderá, según las previsiones de la Diputación, a entre nueve y treinta adolescentes.

"Apenas pasé un año en el centro, pero los gastos han merecido la pena, he cotizado 12 años, hemos venido a sumar"

Jaouad El Khiali - Vecino de Portugalete

"Noticias negativas"

Para Redouan el recelo ciudadano se debe al “desconocimiento” y a que “la mayoría de las noticias” que se difunden sobre este colectivo “son negativas”. “Chicos buenos que estudian no sacan”, dice Jaouad, que insta a la sociedad vasca a aprovechar “el gran potencial” que tienen estos chavales para “sacarles adelante”.

“En un centro con buenos educadores, formación y mucha paciencia puede que saques a gente como nosotros, que aporta a este país. Yo apenas he pasado un año en el centro, pero creo que esos gastos han merecido la pena porque no he parado de trabajar, tengo ya doce años cotizados”, detalla. Su hermano, “con 23 años cumplidos”, ya lleva trabajando cuatro. “Venimos a sumar, tenemos el objetivo claro”, recalcan.

Y no solo hacen “crecer este país” pagando sus impuestos, como el resto. “La natalidad está muy baja y los extranjeros estamos aportando para bien. Que no se dejen engañar con esos casos que suelen pasar porque gente buena y mala hay en todas partes”, apunta Jaouad, que se rodea de los primeros. “Yo tengo muchos amigos que han estado conmigo en el centro de menores y están trabajando. Mi prima ha venido y ya tiene hijos, un amigo mío también tiene papeles, un colega en Santurce está casado con una vasca y tiene un hijo... Es que hay mil ejemplos”, dice.

“Que imaginen que sus hijos tienen que emigrar con 14 años a otro país, solos, sin familia, sin nada”

Redouan El Khiali - Vecino de Barakaldo

Por si todos los argumentos esgrimidos no resultaran suficientes, Redouan insta a los más reticentes a ponerse en las zapatillas de esos menores que, como él, fueron sorprendidos y devueltos una y otra vez hasta que lograron atravesar la frontera. “Que imaginen que ellos o sus hijos tienen que emigrar con 14 años. No se sabe si les va a tocar, puede que haya cualquier guerra, la vida da muchas vueltas, y que tengan que ir a otro país con otra cultura, con otro idioma, todo diferente y, además, solos, sin familia, sin respaldo, sin nada. Encima, tienen toda la responsabilidad del mundo de sacar a su familia adelante. Que se pongan un segundo solo en la piel de esos menores, a los que llaman menas, que no han elegido dónde nacer, que tienen un país corrupto. Pueden ser ellos, sus hijos, sus nietos”, subraya.

Aunque la mayoría, dicen, “vienen a buscarse la vida y a mejorar”, son conscientes de que algunos menores terminan delinquiendo. “Un porcentaje pequeño dan problemas porque están perdidos y solamente les hace falta tiempo para poder encaminarse. Algunos igual tenían que robar para poder comer en Marruecos, pero este es un país de oportunidades y aquí no hace falta. El tiempo que tardan en cambiar la mentalidad, pasan cosas”, admiten.

Para evitar “conflictos”, Jaouad conmina a los vecinos de los pueblos donde se vaya a abrir un centro de menores a que “no lo rechacen antes de ponerlo” y les den un voto de confianza. “Si tú estás en la puerta de ese centro esperando a ese menor con una flor en la mano y le ayudas: Ven aquí, entra a mi casa, mira a mis hijos, toma, ¿qué necesitas?, ese menor no va a sentirse rechazado y va a querer darle a este país. Puede haber algunos que son conflictivos, pero son muy pocos”, insiste. Además, “si ven eso, los demás le dirán: Oye, para”, apunta su hermano, para quien se trata de “quitar ese muro, ese tabú de no discriminarles y darles esa oportunidad. De verdad, solamente una palabra bonita, un buenos días se agradece”. “Si el pueblo se pone junto con el Gobierno y la Diputación yo creo que todo va a salir bien”, confía Jaouad.

Los hermanos Jaouad y Redouan El Khiali, que abandonaron Marruecos en busca de un futuro mejor, en la plaza Indautxu. Borja Guerrero

Algunos “están a la defensiva”

Solo quien se ha marchado de su casa con un secreto a la espalda que pesa como una losa, quien ha contenido la respiración escondido en un camión, quien se ha “reventado” la espalda vendimiando para no perder los papeles o quien ha estudiado hasta las tantas un día tras otro teniéndose que levantar a las seis sabe el sacrificio que conlleva empezar de cero en otro país siendo apenas un adolescente. “Tú estás en el centro de menores y piensas que lo has pasado fatal y viene otro que lo ha pasado peor. Te enseña el pie rajado entero y dices: Perdona, yo soy un lujo”, reconoce Redouan, recordando las noches en las que compartía confidencias con sus compañeros.

Tras salvar, como buenos atletas que eran, mil y un obstáculos, mandan “ánimos” a los chavales que residen en los centros de acogida o de menores para que no abandonen la carrera. “Les diría que el sueño es un poco difícil y el camino es largo, que hay que tener mucha paciencia y mucho aguante y coraje, y que hay que estudiar, informarse y entrar al mundo laboral”, les aconseja Jaouad, que de cuando en cuando acude a darles alguna charla.

“Piensas que lo has pasado fatal y hay otro que lo ha pasado peor, te enseña el pie rajado y dices: Yo soy un lujo”

Redouan El Khiali - Vecino de Barakaldo

“Les cuento mi historia y lo que no tienen que hacer. Hablamos con ellos con calma y, cuando ven un ejemplo, dicen: Yo quiero ser así, quiero aspirar a más. Hay chicos que empiezan a llorar, son sensibles, no tienen a sus padres al lado, a sus hermanos, no tienen un apoyo y con cualquier cosa ya están a la defensiva. Hay que tratar a la gente con respeto y educación, con buenas palabras”, afirma, poniendo de manifiesto que proceden de “una familia honrada”, que les “ha enseñado valores”.

“Yo tengo la suerte de tener unos padres, igual otros ni siquiera los tienen. Muchos que conozco no tienen nada, ¿qué van a hacer en su país? Siempre se han sentido rechazados allí y vienen aquí y ya tiran la toalla, es lo que pasa”, explica Redouan, que les pide “que aprovechen la oportunidad”.

“Algunos vienen preparados, que tengan una buena actitud, que se integren en la cultura de aquí, respetando los valores que tienen”, les propone este joven, que pasó cuatro años en centros de menores. “Me han ayudado mucho a destacar mi potencial. Los educadores nos acogen como si fueran nuestra familia. No sé como lo consiguen, pero les cuentas todo lo que piensas, tus penas... Les tengo cariño”, confiesa.

Muy agradecidos con las manos que les han ido tendiendo por el camino, denuncian, sin embargo, que “aquí también hay gente que te trata mal”. “El rechazo al principio te destruye por dentro. Dices: Yo soy una persona buena, ayudo a todo el mundo, ¿por qué me está mirando mal o me dice moro? Doler, siempre va a doler, pero no como antes. Muchas veces me siento en el metro al lado de una señora y cambia de sitio el bolso, pero yo me conozco a mí mismo. Si ella tiene algunas ideas, es su problema”, cuenta el mayor de los hermanos, convencido de que “eso no va a cambiar”.

“Hay gente que te trata mal. Muchas veces me siento en el metro al lado de una señora y cambia de sitio el bolso”

Jaouad El Khiali - Vecino de Portugalete

“Siempre vamos a ser gente de fuera, pero nos integramos todo lo que podemos y tratamos a la gente como nos gustaría que nos trataran”, asegura y cita como ejemplos de su inmersión en la sociedad, además del deporte, “la batucada intercultural, la samba, las salidas...”.

Mil currículos y mucho esfuerzo

Jaouad, la avanzadilla de la familia, recaló en Bilbao, tras su paso por varias provincias, porque un colega le dijo que “con los vascos se convive bien y no hay mucho racismo”. En el centro de menores hizo un curso de calderería y soldadura y, a su salida, fue enlazando un empleo con otro para poder renovar los papeles, al tiempo que se seguía formando, con su sueño de ser atleta aparcado porque “si no eres muy de élite, no llevas pan a casa”.

Su hermano, que siempre lo ha tenido como referente, se lanzó a la aventura con 14 años porque “ves que en Marruecos no hay futuro, hay mucha corrupción y sabes que no puedes aspirar a algunos puestos. Yo quería ser ingeniero eléctrico y aquí podría serlo”, confía, mientras trabaja, junto a su hermano, en una empresa de aerogeneradores y haciendo reformas eléctricas en locales y viviendas. 

Su trayecto tampoco ha estado exento de dificultades, que ha afrontado con una madurez impropia de su edad y toneladas de esfuerzo. Recién llegado al centro de menores de Amorebieta, tenía claro que el idioma le abriría puertas, así que se empleó a fondo, amplió “vocabulario escuchando a Fito y los Fitipaldis” y “en cuatro meses ya hablaba con los educadores”.

El mismo empeño puso para formarse y buscar trabajo. “Imprimí más de mil currículos y los repartí por todo Bizkaia, en Lanbide me apuntaba a todo, incluso en agencias de modelaje”, cuenta este veinteañero. “Siempre iba un paso por delante porque tienes que ayudar a tu familia. Te tienes que hacer mayor, no te queda otra”, asume.