En aquel rincón de Iurreta donde se escuchaba cantar la canción Ez gaude konforme, allí estaba Mikel Sopelana. “Jóvenes, somos jóvenes y no estamos conformesQuisiéramos vivir en un mundo más limpio, contra la mentira, contra la injusticia”, entonaba los recordados versos de la cantautora Lourdes Iriondo, del movimiento cultural vanguardista vasco Ez Dok Amairu que entre los años represivos franquistas de 1965 y 1972 luchó por recuperar la lengua vasca y renovarla.

Por esa misma senda caminó siempre Sopelana, fallecido el 7 de marzo a los 77 años de edad. A partir de ahora serán sus amistades quienes coreen la tonada en su recuerdo. Genio –también lo tenía– y figura, dio sus primeros pasos en la política como miembro de EGI, heredero del dogma que defendía su padre, Jesús Sopelana, mundakarra que se afincó en Bilbao y por motivos laborales acabó migrando a Durango. Con el paso del tiempo, formó para de los jóvenes del PNV que cambiaron su rumbo político hacia el entorno de ETA. Él mismo contaba que en una ocasión el presidente del Euzkadi Buru Batzar del PNV, el histórico Juan de Ajuriaguerra Ochandiano, le solicitó ayuda para que intermediara con otros jóvenes para que no abandonaran EGI, petición que no llevó a cabo porque él mismo se distanció de su nacionalismo jeltzale.

De hecho, fue concejal de la primera corporación del Ayuntamiento de Durango de 1979 por Herri Batasuna. Más adelante, fue dos legislaturas edil en Iurreta, de 1991 a 1999. Fue la primera época del Ayuntamiento recién desanexionado con el alcalde José Martín Etxebarria (PNV), también fallecido, y que coincidió en la primera legislatura con Bernardo Mardaras, que ha muerto días atrás.

El mismo día de la pérdida de Sopelana dejó su puesto de alcalde, como había anunciado, el jeltzale Iñaki Totorikaguena. “Yo no coincidí con Mikel porque entré de concejal en 1999. Era un hombre muy vehemente y muy implicado en toda la vida social y cultural de su municipio, aparte de su recorrido político”, le dedica quien hace referencia a su paso por las históricas Cofradías de Iurreta, de las que fue secretario; por Gerediaga Elkartea –uno de sus primeros socios tras su fundación–, por el Coro Parroquial de Iurreta, por el club de fútbol Iurretako Kirol Taldea que no dejó que desapareciera –militó como futbolista en la Cultural de Durango y en el Club Deportivo Elorrio–, y fue dantzari del grupo de la anteiglesia. También fue juntero de Bizkaia, aunque en aquella época la coalición surgida en 1978 no acudía a sus sesiones, y la persona clave en la desanexión de Iurreta del ayuntamiento de Durango.

Sopelana contaba una anécdota que tenía que ver con la Guerra Civil y el primer franquismo. Él había nacido en 1946 en el chalé Bidegane de Montoi, Iurreta, pero su padre, de nombre Jesús, era un conocido afiliado al PNV de Bilbao de la época. “Mikel conoció a su padre cuando este estaba encarcelado por Franco en Larrinaga. La primera vez que le puso cara fue allí”, transmite su amigo Jon Irazabal, investigador de Gerediaga Elkartea.

Con 20 años, el franquismo le detuvo por primera vez, en aquella ocasión junto a Nikolas Zuazo. Antes de acabar la década de los 60, volvió a visitar el calabozo con quien fuera uno de sus aliados, el conocido cura Julen Kaltzada, fallecido en 2017. Según Irazabal, Sopelana se libró de formar parte de los dieciséis miembros de ETA acusados en 1970 de asesinar a tres personas en el denominado Proceso de Burgos. “Eran uña y carne. Mientras Kaltzada sí fue procesado, a Mikel, que entonces estaba haciendo el servicio militar en Burgos, después de darle estopa, como él decía, lo vieron como de menor grado. Eso sí, no le dejaron volver durante toda la mili a Iurreta, aunque ya se escapó más de una vez”, sonríe el historiador.

En aquello que tomaba parte, Sopelana era cien por cien militante. Un ejemplo claro es que comenzó a trabajar de pinche en la empresa La Magdalena –ubicada primero en Durango y a continuación en Abadiño– y acabó jubilándose en la misma como gerente. “Era terco como una mula. Si las mulas son tercas, Mikel les ganaba. Si tenía un fin y ese fin era tirar la pared a cabezazos, la tiraba”.

Uno de los objetivos que acabó sacando adelante fue la desanexión de Iurreta de Durango. “Si tenía un objetivo, ponía toda la carne en el asador. Le daba igual el partido político con el que tenía que llegar a acuerdos. No ponía la ideología por medio, porque ponía por delante el logro”, analiza Irazabal. En esa misma línea abunda su hermana Itziar Irazabal. “Me parece que Mikel era querido y respetado por los afines a él y por mucha gente de ideología distinta. Siempre tuvo una palabra amable para todo el mundo: fuese quien fuese y fuese de donde fuese”.

La desanexión

Iurreta se desanexionó de Durango oficialmente el 1 de enero de 1990, y el proceso duró dos años. “Si no hubiera habido un Mikel Sopelana, quizás no se hubiera dado la desanexión. Era su obsesión, a pesar de no tener raíces del pueblo. Es más, un ejemplo es que quienes han luchado por la desanexión actual de Usansolo de Galdakao han estado en contacto con él porque era el espejo en el que se miraban”.

Muy conocido por toda la ciudadanía iurretarra, el exconcejal soberanista fue de los primeros socios –no cofundador– de Gerediaga Elkartea, sociedad de amigos de la que fue secretario y vicepresidente. Asimismo, fue un garante de las Cofradías de Iurreta, con el fin de conservar aún su división geográfico-política tradicional. Institución muy común antiguamente en las anteiglesias de Bizkaia, y en su caso de la que fue secretario en tiempos que hubo, incluso, pleitos. “En los años 60 se acudió a él para pedirle que la gente joven se aproximara a ellas para garantizar el relevo generacional”.

El día 26 del mes en curso iba a soplar 78 velas y acabar cantando por los bares “jóvenes, somos jóvenes, pero si no nos dejan decir a una sola voz los problemas de nuestro pueblo, preferimos callarnos para siempre. Para que luego digan un día que éramos traidores por miedo. Jóvenes, somos jóvenes, y no estamos conformes”, como concluía Lourdes Iriondo con su guitarra.