Siete años después de su EP Epilogo bat, un periodo que ha llenado estrenándose como escritora, la guipuzcoana Anari Alberdi acaba de publicar su séptimo disco, Giza zarata (Tristuraren Industria. Gran Sol), grabado junto a parte de su banda y con el apoyo de músicos y productores estatales como Joaquín Pascual (Surfin’ Bichos y Mercromina) y Paco Loco (Australian Blonde). El álbum incluye 10 canciones que “son un reto” y que “buscan, llevándome al límite, conectar con la Anari juvenil, con algo salvaje y rugoso, como la lija”, explica. La presentación del disco sobre los escenarios arrancará en Donostia el próximo sábado y recalará en el Kafe Antzokia de Bilbao el día 21 y en Lekuek Festibala de Gernika el día 22.

Siete años le ha costado el regreso...

Yo no tengo la sensación de haber estado sin hacer nada, ya que en este periodo decidí escribir un libro, algo que tenía pendiente, y publicar otro con todas mis letras. No son trabajos menores y, además, saqué dos canciones, una de ellas una versión de Nacho Vegas. Sin haber estado parada, sí ha pasado tiempo, pero es algo que necesito para salir de los discos anteriores y así sentir hacia dónde quiero ir.

Nunca ha sido muy prolífica y la música es su segundo trabajo.

Me he regalado dos años sabáticos del trabajo de educadora y me estoy dedicando íntegramente a la música. Aún así, nada ha cambiado. La lógica actual es publicar canciones sueltas, lo que es cómodo y bastante fácil. Yo defiendo que un disco es una obra mayor que te lleva al límite de ti misma, a la búsqueda de una nueva manera de decir. Y en ese límite o riesgo de no saber hasta dónde llegas es donde mejor creo artísticamente.

Es una afirmación alejada del presente, más de la vieja escuela.

Sí, es así. Un disco entero es muy exigente, incluye decisiones, escritura, música… En este caso he intentado que cada tema tenga una arquitectura propia, buscando una conexión con el espíritu de la Anari del primer disco que buscaba algo salvaje en las canciones desde la conexión estética con la música que escuchábamos. Hablo de ese riesgo y grano, de algo salvaje y rugoso, como la lija.

¿Sigue habiendo cierta conexión entre las canciones?

No, esta vez he buscado crear y creer en cada canción como un elemento independiente, y darle lo que necesita en letras, sonido y producción. Es un álbum más de temas sueltos que algo conceptual. He estado atenta a no trabajar tanto las canciones, a no domarlas, a pillarlas todavía vivas, sin trabajarlas demasiado, ya sea en su desnudez o instrumentación. Ahí he arriesgado, como se ve en Kontinente zaharra, Bunkerra II o Vesna Vulovic. Por eso vivo el directo como un espacio donde reanimar la canción.

¿‘Edertasun arraroa’ puede ser la más accesible por su teclado y línea melódica?

Más que accesible es una canción clásica en mi trayectoria, un tres por cuatro con acordes menores y también mayores, que utilizo también últimamente. Tuve dudas de incluir el tema, incluso de hacerlo, ya que era reconocible. Pero como me gustaba, me pedía darle un toque Micah P. Hinson, más seco, y se ha convertido en el reto de cómo grabar una canción muy de Anari de otra manera en arreglos, producción e instrumentación.

El título de esa canción, esa belleza extraña, creo que define el trabajo musical de Anari.

Bueno… (risas), eskerrik asko. El tema habla de la rara belleza de los lugares abandonados.

¿Cómo ha sido trabajar con Pascual y Loco, dos veteranos y clásicos del rock alternativo estatal?

Un placer, ambos le han dado mucho al disco. Pascual ya había colaborado conmigo tocando teclados y teníamos pendiente ir más allá porque es quien mejor arregla mis canciones. Le propuse que produjera el disco y tras escribir los temas pasé con él un par de semanas en un pueblo perdido del interior, entre Albacete y Valencia, dando cuerpo a las canciones. Luego, tenía pendiente grabar en el estudio de Paco Loco, a quien conocía, al igual que a su estudio y a músicos vascos que estuvieron allí. Busqué el riesgo, llegar al límite, y la mezcla la hice con Martxel Arkarazo, en Garate Estudios. El disco tiene la impronta de cada uno de ellos.

Creo que Loco incluyó alguno de sus cachivaches en el álbum.

Sí, una electrocosa rusa que no tengo idea de cómo se llama. Paco aportó mucho en la grabación de guitarras, baterías, voces...

¿Las letras siguen siendo la parte más importante de sus temas?

Sí, puede que haya una línea conceptual en mis letras aunque no tiene nada que ver Tigrea, que es muy metafórica y habla de un tigre que vive con una mujer en un apartamento, con Kontinente zaharra, que es muy periodística, con un texto que parece un artículo de prensa. Y sí, las letras son la parte fundamental, la más dura de las canciones. Controlo más la música, las melodías me surgen de manera más inconsciente y hago muchas, pero luego escribo la letra según el ambiente de cada música. Ahí el trabajo es duro. Lo que en literatura se llama la voz poética en el caso de los cantantes no solo es poética, sino también la voz física, la que tiene que cantar. El texto tiene que pasar por dentro de ti… Le doy muchas vueltas, sí.

El titulo del disco está inspirado en un cuento de Raymond Carver.

Todos le leímos en los años 90 y vimos la película Short Cuts. Carver está en nuestra educación literaria y oyendo un podcast de literatura redescubrí ese párrafo que escribió: “podía escuchar mi corazón latir/podía escuchar el corazón de todos/podía escuchar el ruido humano que hacíamos allí sentados/ninguno de nosotros nos movíamos, ni siquiera cuando la habitación se oscureció”.

El concepto del ruido humano.

Eso es, me encantó, lo tenía ahí. Y lo rescaté para el disco, que estaba cerrado y en silencio, pero lo abres, lo pones y empieza a sonar el ruido que nos surge del interior y que volcamos en algún objeto creativo o artístico.

Eider Rodríguez dice que usted “canta contra su época”. En sus canciones hay melancolía, dolor, prozak, intimidad, decadencia...

Eider, maravillosa escritora y amiga, hace un retrato en el que ve mis canciones no solo como escritura sin más sino casi como denuncia.

No deja de lado la esperanza aunque protagonicemos caídas diarias, pero también nos levantamos y seguimos adelante.

Eso es, hasta aquí hemos llegado aunque sea a trompicones. Así también se avanza aunque las señales de decadencia son manifiestas y evidentes. No somos Vesna Vulovic, la mujer a la que dedico una canción y que sobrevivió a una caída de 1.800 metros desde un avión. Yo también, como todos, he sobrevivido a unas cuantas; es autoironía y con ella oposito a que Kaurismaki nos llame para tocar en una escena en la que aparezca una banda punk romántica tocando canciones en un bar.