El avión bajó, empezó a moverse muchísimo y levantó el morro. Había un silencio dentro... Los únicos que lloraban y gritaban eran los pobres críos. Se te pone una piel de gallina, un cuerpecillo...”. Así describe Jorge Pastor, vecino de Algorta, el ambiente que se respiraba en uno de los siete aviones que el pasado 2 de enero no pudieron tomar tierra en el aeropuerto de Bilbao por las fuertes rachas de viento. El pasaje contuvo el aliento dos veces y finalmente el vuelo se desvió a Madrid, tras sendos intentos fallidos. “He viajado mucho por trabajo y me han tocado retrasos, averías... Hasta he aterrizado con viento en Helsinki con el avión totalmente torcido, pero un doble aborto del aterrizaje como el de Bilbao nunca lo había vivido”, cuenta Jorge, que tiene 71 años y con 15 voló por primera vez a Fráncfort.

Jorge no es el único pasajero que ha sentido ese nudo en el estómago al ver que, en vez de aterrizar, la aeronave se daba la vuelta o remontaba el vuelo. Según los datos de Aena, en los diez primeros días de este año se desviaron siete de los más de 1.100 vuelos programados “por la meteorología adversa, que es la razón que suele estar siempre detrás de un desvío en Bilbao”. El miércoles se registraron otros cinco desvíos y dos cancelaciones por viento y ayer jueves se cancelaron dos salidas de aviones que no pudieron aterrizar el día anterior.

En 2023 noventa vuelos emprendieron rumbo a otros aeródromos ante la imposibilidad de tomar tierra en Loiu, lo que supuso un 0,17% de desvíos frente al total de las operaciones. Este porcentaje –similar al de 2022, con 66 vuelos desviados– duplica el registrado en 2021, cuando se vieron obligados a aterrizar en otros destinos 21 vuelos. Cabe preguntarse a qué se debe este incremento, si soplan vientos cada vez más fuertes. “Los desvíos en Bilbao dependen de la intensidad del viento y la dirección. Hay años con menor incidencia y otros con más, pero es un tema meteorológico, depende del viento dominante”, apuntan desde Aena.

Jorge Pastor muestra el billete del vuelo Fráncfort-Bilbao, que se desvió a Madrid tras abortar el aterrizaje dos veces. OSKAR M. BERNAL

También a Jorge le surge la duda de si se verá en otra igual. “Dices: A ver si con esto del cambio climático, en Bilbao vamos a tener cada vez más estos problemas. Es la pregunta que te haces cuando te toca vivir una cosa de estas”, reflexiona este hombre, ya jubilado, que recién estrenado el año escribió una experiencia inédita en su cuaderno de bitácora.

La mañana del pasado 2 de enero Jorge salió de su hotel en Berlín rumbo a Bilbao, con escala en Fráncfort. “El vuelo fue muy bien hasta que nos acercamos a Loiu. Inició el descenso, empezó a moverse y levantó el morro. El piloto, que ya nos había avisado de que iba a haber movimiento porque había vientos racheados, nos dijo que iba a esperar para ver si amainaba”, relata Jorge. Para su tranquilidad y la del resto del pasaje, les informó asimismo de que “había cargado más gasolina de la habitual por si no pudiera aterrizar”.

El segundo intento también fue fallido. “Esta vez el avión bajó bastante más, se movió muchísimo, volvió a levantar y ya se fue para Madrid”. Uno de los destinos a los que se suelen desviar los vuelos, junto a Barcelona, Biarritz, Zaragoza o Toulouse. Jorge, al que se le vino a la cabeza el accidente del monte Oiz, volvió a Bilbao en autobús y llegó a su casa, en Algorta, pasadas las dos de la madrugada.

Aunque no le da miedo volar –“soy de los que duermo en los aviones”–, las maniobras le erizaron el vello. “Por mucho que sabes que es una gran compañía, que es un Airbus, que son grandes pilotos, vives las vibraciones. Dices: Bueno, a ver si lo dejan caer ya sobre la pista. Esperas, ¡pom!, el golpe del aterrizaje y nada. Se eleva y, uf, se te pone un cosquilleo...”.