"Omito comer un pedazo de carne y se la guardo a mi hijo y si compro huevos, se los procuro dar todos. Él no nota el golpe tan fuerte como yo”. El golpe al que se refiere Eugenia es la incesante subida de los precios de los alimentos, que se han encarecido en el último año en Euskadi un 9%. Llueve sobre mojado y a quienes ya les costaba nutrir la nevera no les queda otra que eliminar los filetes o el pescado de sus platos. “Yo como una ensalada, unas alubias y arroz, con eso me sostengo”, afirma esta colombiana afincada en Durango. No es la única que ha visto restringida a la fuerza su dieta. También la georgiana Ecatherine, que reside en Bilbao, se priva de los productos más costosos. “A mis hijos les hace falta todo: carne, fruta, pescado... Si dejan algo, como yo”, dice.

Eugenia - Empleada de hogar y cuidadora

“Los alimentos ayudan, pero de arroz no se vive”

Eugenia tiene 34 años, un hijo de 14 y el firme propósito de “cambiarle el futuro”. Por ello abandonó el año pasado Colombia, un país que considera “bastante inseguro” y donde “ir a la universidad no te garantiza prosperar”. Bien lo sabe ella, que se graduó en Administración de Empresas y nunca pudo ejercer. Ahora vive en Durango y trabaja “en lo que la mayoría, en limpieza y cuidando a ancianos”. Nada que ver con su vocación. “Es duro, pero sabía a lo que venía”. Todo sea por el chaval.

En situación irregular, la economía de Eugenia pende de un hilo. En septiembre, entre una sustitución como cuidadora y la limpieza, sumó 1.200 euros, pero el mes pasado apenas llegó a 400. Solo en el alquiler de la habitación donde vive se deja 380. La cifra asciende a 700 u 800 euros si añade el resto de gastos, incluida “la comida para quince o veinte días, porque no alcanza para más”.

“Hace año y medio con 100 euros compraba casi lo de todo el mes, pero este año no alcanzas ni con 200”

EUGENIA - Empleada de hogar y cuidadora

Está aguantando el tirón, dice, gracias a “los compatriotas, que no le dejan morir a uno”, a Cáritas, que le recargó una tarjeta monedero para hacer la compra tres meses, y a una asociación de Durango que reparte alimentos. “Ayudan, pero uno de granos de arroz no vive un mes. ¿Dónde están las verduras, la carne, el desayuno y las loncheras del niño?”, se pregunta, preocupada porque su hijo es diabético y ya ha tenido que sustituir en sus meriendas y almuerzos “los yogures por zumitos de mandarina o naranja porque son demasiado costosos”.

Hace año y medio, echa cuentas Eugenia, “con 100 o 120 euros compraba prácticamente lo de todo el mes, pero este año no alcanzas ni con 200 euros. Se nota la subida de precios, ha golpeado el bolsillo”. Tanto es así que ha tenido que cambiar, como otras muchas familias, el aceite de oliva, a un precio desorbitado, por el de girasol y “la carne de res, que ha subido un mogollón también, por la de cerdo, más económica”.

Como consumen bastante leche, la compra “de marca blanca, más barata”, al igual que otros productos, y también ha recurrido a las denominadas verduras y frutas feas, cuyo precio es más bajo. “A veces compro fruta y a veces la omito para poder comprar algo más”, apunta.

Con este encaje de bolillos y algún que otro sacrificio personal, su hijo “no nota” apenas variaciones en su menú. “A la mañana le doy un quesito, unas tostaditas y chocolate. Yo omito la proteína”, comenta y evoca los meses en los que contó con los 200 euros de la tarjeta monedero. “No me llegaba para todo, pero me subsanó mucho la economía y no me veía tan angustiada. Fue un descanso”, agradece Eugenia, que está haciendo un curso de atención sociosanitaria y sueña con encontrar un empleo que le “dé para vivir”.

Ecatherine - Profesora de lengua en paro

“He notado la subida de precios casi cada día”

Profesora de lengua en Georgia y madre de dos hijos de 10 y 17 años, Ecatherine viajó a Euskadi en 2012 para reagruparse con su entonces pareja, quien hizo de avanzadilla en busca de trabajo. “Antes de la guerra de Georgia y Rusia yo vivía bien, pero después cambió todo. Cuando ves que no hay futuro, tienes hijos y no puedes estar tranquila, vas a buscar algo. Por eso dejamos nuestro país”, explica esta mujer de 42 años, que vivió tres años en Gasteiz y ahora reside en el barrio de San Inazio.

Desempleada, tiene pensado realizar “cursos de hostelería, turismo y hoteles” para encontrar un trabajo o dos y no tener que percibir la Renta de Garantía de Ingresos. “Me mantengo más o menos. Para mis hijos no es suficiente, pero vivimos”, se resigna Ecatherine, que tuvo que asirse a la tarjeta monedero de Cáritas durante unos meses cuando le retiraron la RGI por error. “Es mejor la tarjeta porque compras lo que necesitas. En el Banco de Alimentos nos dan arroz y legumbres y mis hijos no lo comen. Además, necesitas cebolla, tomate o algo”, explica.

“Pescado, si compramos, congelado y una vez cada dos semanas porque vale mucho”

ECATHERINE - Profesora de lengua en paro

La subida de los precios de los alimentos la ha notado este año, dice, “casi cada día”. “Si gastaba 50 euros en una compra básica semanal, ahora gasto cien, casi el doble. Ya no tengo tanto dinero para ropa o juguetes como quieren los niños”, lamenta. Y lo que es peor, ya no se puede permitir algunos productos de primera necesidad. “Pescado, si compramos, congelado y una vez cada dos semanas porque vale mucho. Carne, cojo para los hijos en alguna carnicería con precios económicos”, detalla. El aceite de oliva que hace un año consumía, “a ocho euros la botella”, lo ha sustituido por el de girasol y la fruta, con cuentagotas. “Compro cuatro manzanas o algo así para que tengan durante la semana o bananas. Como queremos no tenemos, pero tenemos”, se consuela Ecatherine, que tampoco puede meter en su carrito de la compra dulces o algunos productos domésticos. “Compro marcas básicas para la limpieza. Si antes tenía algo para los cristales, ahora ya no tengo”.

Por si fuera poco con la carestía de los alimentos, debe enfrentarse a una posible subida del alquiler y a una lavadora estropeada. “Gracias a Dios que tengo la RGI, pero la cantidad es la misma y por todos los lados suben los precios. Los niños necesitan folios, cuadernos, ropa... Así la vida es muy complicada, pero no sé quién puede arreglarlo”, lanza.

En la confianza, ahora que ya ha conseguido el permiso de trabajo, de poder obtener sus propios ingresos, Ecatherine mira al horizonte y se muestra optimista. “Voy a seguir aquí porque mi hijo tiene ganas de estudiar y estoy segura de que va a hacer algo bueno. Veo futuro”, aventura con una esperanzadora sonrisa.

Martín Enbeita - Coord. Cáritas en San Inazio

“Ya tienen el cinturón apretadísimo”

“Suben los alimentos básicos: el aceite, el pescado, la carne, la fruta... Luego el agua, la luz, el gas, que también ha subido una barbaridad y es otra piedra más en la mochila, y tienen que pagar el alquiler. Al final se vuelve muy complicado”. El panorama lo traza desde primera fila Martín Enbeita, coordinador de los proyectos de Cáritas en San Inazio, donde acompañan a personas en situación vulnerable como Ecatherine. La suya, explica, “es la economía del pobre, como pescado o carne una vez a la semana o al mes porque no me llega. A veces tienen que elegir entre pagar el alquiler o comer y andan buscando el equilibrio para no perder el alquiler y sobrevivir con una alimentación muy básica”.

Aunque las protestas por la carestía de la cesta de la compra se han proferido por personas de toda clase y condición, “los que están en una situación más precaria –dice– se quejan con más razón. Quizás porque nosotros nos apretamos el cinturón y nos puede llegar, pero estos ¿cómo se van a apretar el cinturón si ya lo tienen apretadísimo?”.