Maricruz y Baltasar se interesaron por ser familia de acogida en 2009, y después de catorce años y nueve acogimientos, aseguran que es “una de las mejores cosas que hemos hecho a nivel personal”. Se interesaron tras ver un anuncio en el periódico, y después de acudir a algunas charlas informativas ofrecidas por la Diputación Foral y realizar las formaciones, se decantaron por el acogimiento de urgencia. 

Aunque han pasado catorce años, recuerdan como si fuese ayer la primera llamada que les informaba que había un niño que les necesitaba. “La emoción que sentimos cuando sonó la primera llamada no la olvidaremos nunca”, recuerdan. 

Al ser familia de acogida de urgencia, los niños están con ellos por un máximo de seis meses y aseguran que “el momento de despegarse es lo más difícil”. “Desde el primer momento sabes que se va. Con nosotros está el tiempo que la Diputación tarda en tomar una decisión definitiva para ese niño, nosotros somos un puente”, cuenta Maricruz. “Ser familia de acogida es muy gratificante, tener un niño en casa es un regalo y es una experiencia muy enriquecedora”, cuentan.

“Mucha gente cuando voy por la calle me pregunta que de dónde es el niño y cuando les digo que es de aquí se quedan sorprendidos. Pero es que aquí también hay problemas, no es solo cosa del tercer mundo”, destacan. “Hemos tenido suerte, nos ha ido muy bien en la vida y teníamos que devolverlo de alguna manera. Está muy bien dar el dinerito a una cuenta corriente pero eso se olvida, y esto, sin embargo, jamás se olvida; deja huella para toda la vida y cada niño deja su huella porque todos son diferentes”, señalan emocionados.

Según relatan, lo mas difícil de su primera vez como familia de acogida fue ver que el niño “no nos quería”. Relatan que “piensas que al sacarle de un centro, el niño te va a querer y abrazar, pero no; y también pasa aunque tenga meses. Para mi eso fue una sorpresa”.

Ella recuerda que “el primero que vino tenía 5 meses, y no os imagináis cómo se ponía de rígido. Le daba el biberón y al hacerle eructar ponía el brazo como para separarse. Yo contaba con que se pondría malito, con que lloraría mucho, pero no con que no me iba a querer. Al principio están en guardia y cuando empiezan a aflojar, cuando te dejan que les muevas la manita, que les des un besito y se quedan tranquilos encima de ti, eso te anima mucho. Es como, ‘otro escalón que hemos subido”.