Inma y Alfredo lo tenían claro incluso antes de ser pareja: ser padres va más allá de algo biológico. “Por nuestras realidades de vida y nuestra convicción política teníamos claro que la cuestión biológica no iba con nosotros. Somos muchos en el mundo y nos necesitamos los unos a los otros y ser padre no tiene que ver con parir ni con los genes, sino con las ganas de criar a una persona y trabajar porque esta sea lo más sana posible física y mentalmente”, asegura Inma.

Esta pareja lleva dos años siendo familia de acogida permanente de un niño que a día de hoy tiene tres años y en el que han experimentado “una gran evolución”. “Cuando llegó, aun habiendo estado en una familia de acogida de urgencia, no se dejaba coger en brazos, pero con el tiempo empezó a abrirse, y cuando pidió ser abrazado fue muy emocionante”, explica Inma recordando el momento con ilusión.

“Los cambios que he visto, cómo hemos conseguido calmar su ansiedad, eso no tiene precio, y le ves cómo está sano, que juega, ríe y también cómo tiene pataletas y te monta pollos como todos los niños”, relata con una sonrisa en los labios.

Y es que para ella, los niños que son acogidos por familias tienen mucho que ver con la filosofía japonesa del Kintsugi . “Me imagino a los niños de acogida así, como un tazón que se ha roto. Han tenido experiencias de vida que les ha hecho estar un poco rotos, y depende lo vivido, unos se rompen más y otros menos, pero la filosofía dice que a este tazón hay que darle otra oportunidad y en vez de esconder las grietas, se rellenan con hojas de oro para darle una nueva belleza”, relata convencida. 

Y es que “el acogimiento no crea vacíos, sino que acompañándolos llena esos trozos rotos y se trabaja para que en vez de ser puntos débiles sean puntos de fuerza”, describe.

Para aquellos que tengan interés pero no estén convencidos o incluso sientan miedo por el acogimiento, Inma explica de una forma muy sencilla la base de esta medida de protección diciendo que “estos niños solo necesitan una cosa: mucho cariño y amor incondicional. Solo requieren saber que tú vas a estar ahí pase lo que pase. No piden mucho”. Señala que quizás la cuestión de tratar con los padres biológicos “puede echar para atrás” pero asegura que “es una experiencia sanadora porque no van a llegar a los doce años preguntándose “¿quién soy?” porque jamás han perdido esa referencia”.