“Una pulmonía podía matar. A la apendicitis se le llamaba el cólico del Miserere, porque no se detectaba hasta que se producía”, rememora Javier de la Colina Menéndez, farmacéutico en Sopuerta durante cuarenta años, sobre la labor facultativa de su abuelo Agapito en Zalla entre finales del siglo XIX y principios del XX, cuando viajaba a caballo con un bastón del que se desenfundaba una espada por si debía defenderse de asaltantes. En esas y otras emergencias sanitarias la botica era y sigue siendo, con los avances logrados “la primera puerta de entrada”, para los pacientes reivindicó el presidente del Colegio Oficial de Farmacéuticos de Bizkaia, Juan Uriarte. La de la familia De la Colina lleva despachando en Enkarterri tres siglos, desde que su antepasado Manuel Arnaiz Birumbrales la abriera en Gordexola en 1814. Desde 1840 ejercen en Sopuerta. Así lo contaron el propio Javier de la Colina Menéndez y su hijo, Javier de la Colina Aranceta, en la visita guiada al botamen del siglo XIX que donaron hace once años al Museo de las Encartaciones.

Sacaleches

Frascos, algunos de ellos todavía llenos o balanzas antiguas que han sobrevivido a “dos incendios y tres traslados en carros de bueyes” que malograron algunos objetos se exponen con otros utensilios que sorprendieron a los asistentes a la actividad, enmarcada en el 125 aniversario del Colegio Oficial de Farmacéuticos de Bizkaia: “¿Sacaleches para las madres?”, preguntaron. Pues sí, y también “un sistema patentado para practicar la anestesia intra ósea con una pequeña aguja que se introducía en la mandíbula a la que se daba con un martillo” exhibidos en una vitrina con otros objetos del padre y el tío dentistas de Javier de la Colina senior o el cartel que anunciaba que su tío y a la vez padre adoptivo, Miguel de la Colina Puyol, nacido en 1885, dispensaba en exclusiva un preparado que se administraba al ganado para evitar abortos. “Se hacía de todo, hasta supositorios, y nos aplicaban emplastos, hoy nos lo dan en pastillas”, comparaba.

Javier de la Colina senior, quien fuera también alcalde de Sopuerta, trazó el recorrido de la saga. Carmelo Puyol Fortuna, natural de Valencia, se casó por la hija del precursor y fue quien se estableció en Sopuerta, “en el barrio de Carral en lo que después se conoció como palacio de la Botica. Entre sus mejores amigos se encontraba Antonio de Trueba, “quien le dedicó el libro Cuentos campesinos”. Su hijo, Isaac Puyol Arnaiz, “aficionado a la geología, denunció las minas María y tres colindantes con la sorpresa, de que las más productivas eran del coto de Alén” en la floreciente industria que movió a su sucesor, José María de la Colina Moncalián, a abrir un botiquín en este barrio que llegó a tener “900 habitantes, cuartel y un café cantante”. El prematuro fallecimiento de su hijo, Justo, motivó que su hermano Miguel, ingeniero, estudiara farmacia “en dos años por libre con los manuales de Justo”.

Adoptó a su sobrino, Javier de la Colina Menéndez, nacido en Llanes, que se instaló en Sopuerta de niño para reponerse de una epidemia de disentería y ya no se marchó. Los últimos eslabones, de momento, son sus hijos, Mikel y Javier de la Colina Aranceta, uno de los artífices de que “setenta botes de porcelana”, entre otros artículos estén en Abellaneda. El botamen y el mueble de madera de pinotea representan “una parte no sólo de nuestra historia, si no también de la de todos”. “Lo más complicado fue acoplarlo al espacio de esta sala”, confesó. En placas instaladas en la parte superior figuran los nombres de sus predecesores y hay espacio para las generaciones futuras.