Haizea Bengoetxea habla con pasión del caserío, de la huerta, de los productos que, con mimo, produce y convierte en deliciosas mermeladas y conservas vegetales en su explotación de Fika. “Es un trabajo digno y muy necesario”, defiende con la sonrisa de quien ha encontrado el modo de vida que le hace feliz. Claro que no es oro todo lo que reluce. “Es un sector en el que es muy difícil conciliar con la maternidad y los cuidados”, advierte. Y ni hablar de vacaciones o bajas por enfermedad. “Solo cogemos algunas escapadas y nos apoyamos mucho entre los productores de la zona. Es un trabajo en el que tienes que estar al pie del cañón todos los días, sobre todo en determinadas épocas”, explica. Ella misma ha recurrido en dos ocasiones a las ayudas para sustituciones, cuando nació su hija en 2020 y cuando se rompió una pierna. “Tienes que seguir muy encima y necesitas a alguien que siga ahí en esos momentos”, asegura.
Haizea estudió Ingeniería Agrónoma en Iruñea. De casta le viene al galgo; aunque sus padres no han estado ligados al primer sector, su amama es agricultura y a ella siempre le ha tirado este mundo. “Es otro tipo de trabajo, muy digno y necesario, otra opción de vida. La elaboración de alimentos es nuestro sustento. Me atraía mucho”, rememora de sus inicios en 2011.
En su plantación de Fika cultiva árboles frutales y “un poco de todo” que va variando con la estación: ahora tiene plantados tomate, pimiento, berenjena, calabacín, calabaza, puerro, cebolla, maíz, vaina... “Tenemos un proyecto agroecológico y ponemos bastantes variedades y muy diversificadas”, añade. La mayor parte de sus productos los transforma en conservas en un obrador que tienen en casa.
No oculta lo “difícil” que resulta conciliar los cuidados con un proyecto pequeño, “que depende de ti”. Gracias a las ayudas de sustitución que solicitó cuando nació su hija en 2020 conoció a Alesandro, que estuvo al frente de la explotación esos cuatro meses y que ahora se ha incorporado a la plantilla. “Cuesta formar a una persona para tan poco tiempo, porque en cuatro meses se te va. Hice la apuesta de mantenerla”, explica. Conocía estas subvenciones a raíz de una baja que tuvo que solicitar cuando se rompió una pierna y, al convertirse en madre, recurrió de nuevo a ellas. “Al ser proyectos pequeños necesitas que alguien siga con ello porque si no, se pierden. Se hace muy difícil sostener unos cuidados, de maternidad en mi caso, pero de cualquier otro tipo, y un proyecto de este tipo”, advierte. Por ello, cree que estas ayudas son “una buena herramienta que ha abierto camino” aunque considera que pueden mejorar. “En el sector hay mucho trabajo de temporada; tendrían que ser más graduales y dar opción de dar esas ayudas durante más tiempo para poder sostener la crianza. Cuando terminó el permiso, a mí se me hizo muy difícil compaginar ambos aspectos. Cuando se acaban las ayudas, ahí te quedas; es insostenible”, defiende.
Y es que la tierra puede no entender de festivos, pero tiene sus ritmos, con épocas en las que reclama más atención: la preparación del terreno, la recogida de la cosecha, las ferias de los fines de semana entre septiembre y diciembre... “En esos picos de trabajo es muy difícil sostenerlo todo”, asegura. En su caso, además, se unen el trabajo en el obrador y la venta directa, con lo que la tarea se multiplica.
Hasta ahí los permisos de maternidad. De momento no ha recurrido a estas ayudas para irse de vacaciones; con el apoyo de otros agricultores de la zona, se escapa unos días de vez en cuando. Eso sí, nada de un mes entero. “No, es insostenible, qué va...”, responde. “Solemos coger alguna escapada de una semana; al trabajar en red, con otros productores de la comarca, nos vamos cubriendo unos a otros. Sola sería inviable”, reconoce. También lo hace todo más sencillo el contar con Alesandro en plantilla. “Él sí que se va a ir tres semanas y yo me quedo, y luego marcho yo. Y lo mismo si quieres ir a pasar un día a la playa; antes no se me ocurría”, ríe echando la vista atrás.