LOS aplausos en la iglesia de Santa María de Mercadillo cuando Iñaki Franco Capetillo recibió, en diciembre de 2017, la placa que bautizaba con su nombre la plaza presidida por el templo al cumplirse los sesenta años de su primera misa, allí oficiada, se han tornado lágrimas al conocer su muerte. Los vecinos de Sopuerta que le rindieron homenaje lloran al sacerdote, que falleció el lunes a los 90 años. Su funeral se ofició al día siguiente en la que fue su segunda casa, presidido por el vicario general de la Diócesis de Bilbao, Kerman López. “Amable, cercano y siempre interesado por los demás”, le describe el Obispado en un comunicado. Testimonio del afecto que le profesaban en la localidad fue la concesión de uno de los Hemendik Sariak de Enkarterri en la edición de 2018.
Nacido en Barakaldo el 20 de noviembre de 1932, se trasladó al barrio de Las Rivas, en Sopuerta, donde aprendió a jugar a los bolos en el carrejo que le había fabricado su tío carpintero. Fue ordenado presbítero en la parroquia de San José, en Barakaldo, el 31 de julio de 1957. Se licenció en Filosofía y Letras, en Valencia; en Teología, en Comillas y poseía una diplomatura en Sociología.
Ejerció en Ortuella (entre 1958 y 1960), Sestao y Trapagaran (de 1962 a 1963) como coadjutor, ecónomo de San Miguel-Sestao y arcipreste de la zona portuaria, así como moderador del equipo presbiteral de la parroquia de San Jorge y luego como auxiliar de la misma. Le nombraron capellán del Colegio de Damas Nevers e impartió clases en la Escuela Profesional Hermanos Maristas de Durango y de Religión, Filosofía y Literatura en el Colegio de El Carmen, de Portugalete. A finales de la década de los noventa fue nombrado vicario parroquial de Sopuerta y Galdames y, de 2001 a 2006, formó parte del Consejo Pastoral Diocesano.
El regreso a Enkarterri supuso reencontrarse con sus raíces. En Sopuerta, residió primero en un caserío familiar y, más adelante, en un piso en Santa Ana. Extrañaba tanto la casa de su infancia que “me colocaron un espejo en la habitación desde el cual se puede observar el hogar de mis ancestros”, confesaba a DEIA hace seis años, en una entrevista previa al homenaje popular mientras mostraba fotografías y un cuadro de aquel caserío que tanto significó para él. La corporación local refrendó por unanimidad el cambio de nombre de la plaza
“Le gustaba mucho pasear y encontrarse con la gente, parándose a hablar con todos para recordar cosas de la familia o del pueblo. También tenía afición a la huerta y a los frutales y le gustaba invitar a sus amigos a comer o merendar en la naturaleza”, recuerda Miguel Vera, sacerdote en Sopuerta. Iñaki “nunca fue párroco en el municipio, como a él le gustaba puntualizar”, pero siempre estaba disponible para los feligreses.
“Muy familiar”
Su sobrino Carlos, hijo de la única hermana de Iñaki, relata en la nota difundida por el Obispado que su tío “siempre fue una persona muy familiar, su ama había fallecido muy joven y a él le encantaba estar con sus primos y parientes de Sopuerta, muy dado al servicio de los demás y a ayudar a la gente en todo lo que pudiera”. “Mimaba” la huerta de Galdames en la que “le gustaba plantar diferentes cosas y se preocupaba mucho por la cosecha obtenida”. Siempre “en continuo aprendizaje, porque incluso los cultivos le servían para investigar y lograr mejores productos”, rememora.
Su compañero presbítero José Luis Villacorta le define “con un comentario de Miguel Delibes: con su sola su presencia aligeraba la pesadumbre de vivir”. Un “conversador amable y una persona interesada por la situación de sus innumerables conocidos y amigos que disfrutaba recordando los años vividos, siempre poblados de nombres; ahora conversará con el entusiasmo que le producía su memoria”.
Iñaki Franco Capetillo vivió en La Misericordia en la última etapa de su vida, pero anteriormente lo había hecho en la residencia de Venerables, en Begoña, y siempre demostró una devoción especial hacia la Amatxu.
Socio del Athletic durante más de cuarenta años, “mientras la salud se lo permitió, acudió a San Mamés a ver todos los partidos que pudo de su equipo”. Uno de los vínculos indisolubles que mantuvo a lo largo de su vida, como el que le unió a Sopuerta y sus gentes. Le despidieron “con todo el cariño y la fe que recibimos de él”, expresa Miguel Vera. l