El papel de Vicente Chacón en este ciclo de charlas no es cómodo, puesto que contará la experiencias de su progenitor que luchó en las filas sublevadas, pero defiende que “una Guerra Civil se hace en el bando que te toca y si, ese 18 de julio de 1936, mi padre hubiera estado en Madrid, le habría tocado ser republicano”.

¿Quién era su padre, Juan Chacón, antes de la Guerra Civil?

—Un joven gaditano, nacido en 1913 en Jerez de la Frontera. Cuando hizo el servicio militar, ya estaba vigente la Segunda República, y lo destinaron a Madrid. Allí estuvo en 1933 y en 1934, año de la revolución contra el gobierno de la CEDA y, como era soldado, lo pusieron en defensa en puntos estratégicos de la capital.

¿Qué hizo tras finalizar la mili?

—Regresó a la casa familiar, pero no tenía ningún interés por trabajar en el campo. Decidió seguir en el ejército y, como tenía una hermana funcionaria en el Protectorado Español de Larache, pidió ir allí. Era 1935 y le destinaron al cuerpo de élite de los Cazadores de las Navas número dos.

Y llegó el 18 de julio de 1936. ¿Qué ocurrió ese día en Larache?

—La sublevación militar se estaba extendiendo y los mandos obligaron también a sublevarse a los soldados. Mi padre tenía, solo, 23 años, y tras reunir a todos en el cuartel, un comandante dijo algo así: al avión o al paredón. La gran mayoría eligió seguir las órdenes de sus superiores. Hay que tener en cuenta que estaban en África y, por el distanciamiento geográfico y por la juventud esos chicos, no tenían realmente conocimiento de lo que estaba pasando. En ese momento, mi padre fue preparado para ser sargento provisional mientras durara la guerra y en diciembre lo trasladaron a la península.

Su primer destino fue Euskadi.

—Así es. Salieron sobre el 20 de diciembre de Larache, cruzaron el estrecho hasta Sevilla y cogieron el tren que conectaba con Irún. Una vez en Gasteiz, lo destinaron a la zona de Zigoitia porque allí se están dando los últimos días de la batalla de Villarreal y había mucha lucha en toda la falda de Gorbeia. Estuvo dos meses y medio en trincheras, hasta que en febrero lo relevaron y volvió a Gasteiz, donde descansó un mes. A finales de marzo de 1937 empezó el avance final hacia Bilbao y lo fueron trasladando de un frente a otro, siempre por zonas montañosas, porque su unidad estaba preparada para estas orografías complicadas.

Así llegó hasta Ugao-Miraballes.

—Fueron unos meses de luchas constantes, con muy mal tiempo, intensa lluvia y un terreno muy difícil. En un momento determinado, desde Artea cruzaron el valle y llegaron a Miraballes. Al igual que en abril recibieron la orden de defender los embalses del Gorbeia, que dan agua a Gasteiz, para que no fueran explotados con dinamita en la retirada de las fuerzas de Euskadi, allí pasó lo mismo. El batallón de mi padre tocó por primera vez el Cinturón de Hierro, pero recibió la orden de ir a Zollo, a unos cinco kilómetros, donde está el embalse que, en aquel momento, abastecía de agua a Bilbao. Así lo hicieron y, después, se trasladaron a Sodupe y Güeñes y el 28 de junio llegó a Balmaseda, donde terminó su avance y recorrido por Bizkaia.

Su padre estuvo en otros muchos escenarios bélicos, ¿verdad?

—Sí, al salir de Bizkaia los posicionaron al sur de Santander, pero se produjo el ataque de Brunete, en Madrid, y ese fue su siguiente destino. Tras tres meses de intensas luchas, le dieron permiso para volver a Jerez con la familia y descansar. En su reintegro al frente, ya no volvió a los Cazadores de las Navas, le pasaron a la 150 División Marroquí y, durante tres años, estuvo en todas las batallas importantes, excepto la del Ebro.

Aun así, tuvo tiempo de enamorarse y de formar una familia.

—Tras la batalla de Brunete, le destinaron a Mérida, donde se estaba creando la unidad de choque. Tenía vales para comer en restaurantes y, en 1937, conoció y se enamoró de la cajera de uno de ellos. Se casaron en verano del 38, aún en medio de la guerra, y mi hermano mayor nació en el 39. Al terminar la contienda, tenía que volver a África, su cuartel de inicio, pero pidió traslado a Badajoz aduciendo que tenía esposa e hijos. Todos mis hermanos son de allí, pero en 19550 solicitó el traslado a Barcelona, donde nací yo en 1956.

¿Sabe por qué su padre siguió en el Ejército?

—Se lo pregunté. Me contestó que, por entonces, la realidad era muy dura. No había comida ni trabajo, el país estaba destruido, y teniendo ya familia, el ejército le daba casa, estabilidad, economato y un sueldo, aunque fuera pequeño. Se quedó, pero optó por labores de intendencia, formación de reclutas… Así, hasta que se jubiló en 1965.

Juan Chacón falleció en 1993, pero fue hace cinco años, tras su propia jubilación, cuando decidió investigar y seguir el recorrido de su padre en la Guerra Civil, ¿por qué?

—Tenía mucho tiempo libre y me matriculé en un curso de biblioteconomía y archivo digital en la Universidad de Barcelona. Tuve que hacer un trabajo y lo hice sobre la hoja de servicio de mi padre. De regreso de un viaje a Mérida para ver a mis primas hermanas, con ese documento a mano, paré en poblaciones y sitios donde él había estado. Fue como un mensaje y decidí recorrer los once frentes de batalla donde luchó.

Por eso, usted también pisó Ugao.

—Así es. Quería ir al embalse de Zollo y pregunté a una chica la forma de llegar porque estaba estudiando sobre la Guerra Civil. Y donde me llevó fue a un estanco para presentarme a una persona que, según ella, sabía mucho de este tema. Ahí es donde conocí a Iñaki García Uribe, presidente de Burdin Hesia Ugaon, y, hoy en día, un gran amigo.

Invitado por esa asociación, mañana ofrece una conferencia en Ugao. ¿Qué pretende transmitir?.

—Tanto los de un bando, como los del otro, eran chavales de en torno a 20 años que hacían lo que les decían. Creo que en su cabeza estaba sólo la idea de sobrevivir y volver a sus casas a ver a sus padres, hermanos, novias... ni más ni menos. Mi motivación, al hablar de la trayectoria de mi padre, es familiar e histórica, para nada ideológica. Y es que para avanzar se puede perdonar, pero nunca olvidar. Sería injusto olvidar a las víctimas de una guerra y un error dejar de aprender lo que ocurrió para no repetirlo.