Las zonas rurales son las primeras en sentir la escasez de facultativos. Si la falta de profesionales sanitarios afecta a todo el panorama asistencial, las zonas rurales y especialmente las más alejadas, mal comunicadas, con menos población y más envejecidas sufren especialmente la falta de médicos porque no resultan atractivas. En este contexto, la llegada del doctor madrileño Álvaro Villasevil hace cuatro meses a Amoroto ha sido una bendición.

Le preguntaría, replicando la mítica canción, ¿qué hace un chico como usted (es decir un médico de Madrid) en un sitio como este (Amoroto)?

Estuve de Erasmus en México, allí conocí a mi amigo, Gorka, de Sopela, y empezó nuestra amistad. Él iba mucho a Madrid y yo venía mucho a Euskadi. Y decidí que quería hacer aquí la residencia. Hice la residencia en Cruces, me gustó mucho Bizkaia y opté por quedarme.

“El reto es que trabajas solo y debes controlar al paciente y evitar que vaya al hospital que, además, está lejos

¿Esa fue la motivación para venir a trabajar a Osakidetza?

La relación con mi amigo y el conocer la zona fueron los motivos para quedarme. De hecho, llevo los cuatro años de residencia y este es el quinto. Primero tuve un contrato de médico sustituto en Sodupe y Lanestosa. Estuve en muchos centros de salud. Creo que en seis o siete meses recorrí unos 15 ambulatorios. Pero luego, había unas plazas vacantes y elegí Amoroto. Me encanta la diversidad de Bizkaia. Como vengo de la zona de las Encartaciones, he descubierto que allí su población no tiene nada que ver con esta. Aquí tienen mucho más arraigo. Para ellos, los de Ondarru parecen de Cádiz. De verdad, que son muy jatorras.

Y además vive en Lekeitio. Eso sí que es un lujo.

Sí estoy muy contento. Y podría decir que vivo en un paraíso.

Imagino que atenderá a una población envejecida, con mucha patología crónica. Las consultas de Atención Primaria las acaparan los pacientes pluripatológicos.

No creas. Hay de todo. En Amoroto tengo un paciente de 90 años que tiene el récord del mundo en hacer el pino en un edificio. Y guarda la foto en su cartera. Tiene 90 años y creo que no toma ninguna pastilla. Y así hay muchos. De hecho, de los sitios que he estado, de este no me llama la atención el envejecimiento y mucho menos la cronicidad. Es más, la gente mayor de Amoroto está bien y toma pocas pastilla. Y tampoco diría que es una población especialmente envejecida.

¿Cómo es un día de trabajo? ¿Qué retos presenta?

El principal reto que estás tú solo, y tienes que controlar mucho al paciente porque el hospital está muy lejos. Tenemos a la enfermera, Olatz, que viene a media mañana. Pero el hospital más cercano es el de Gernika, que tampoco es grande y el de referencia es el de Galdakao-Usansolo, que está a una hora de distancia. Además hay que hacer todos los días visitas domiciliarias.

Está usted haciendo hasta sus pinitos con el euskera.

Sí claro, lo estoy intentando. Algún paciente me ha hecho listas de palabras en euskera. Palabras que han escrito personas mayores para que estén mentalmente activas. Ha sido un regalo precioso, el más bonito que me podían hacer. Ten en cuenta, que hay mucha gente a la que le cuesta expresarse en castellano, aquí solo se oye euskera. Por eso estoy muy agradecido en cómo me han aceptado. No me imaginaba esto.

Euskadi ha logrado este año in extremis cubrir sus plazas de Médico de Familia. ¿Entiende usted desde su puesto de médico rural que existan ese tipo de problemas?

No, porque yo estoy muy feliz. Y creo que no encontraría un puesto de trabajo mejor en mi vida que ser médico aquí, en Amoroto. Así que cuesta entender que haya gente que no quiera ejercer en las zonas rurales, pero imagino que todo el mundo tendrá sus razones.

¿Qué les diría a los médicos más jóvenes que no se imaginan ejerciendo en un pueblo?

Deben saber que aquí se hace medicina de verdad, desde la persona, desde la casa donde viven..., es muy bonito y muy gratificante. El 90% de la gente ha nacido aquí, hace su vida aquí, quiere morir aquí y que se le cuide también aquí.

Pero la especialidad resulta poco atractiva. ¿No se sabe vender bien?

En mi residencia nunca recibimos ninguna formación de medicina rural, salvo que fuera de manera optativa. Aunque creo que ahora la van a poner. En la residencia rotamos por distintos servicios, dermatología, cardiología, respiratorio, digestivo... y justamente los cuidados paliativos y la medicina rural, que a mi me interesaban, lo he tenido que hacer al margen. También es posible que la gente prefiera vivir en la ciudad porque le gusta la vida urbana y quiere el trabajo al lado de casa.

¿Cree que ha cambiado mucho la figura del facultativo rural? Antes el médico de pueblo formaba parte de la familia de cada paciente. Era como una institución.

Sí, ha cambiado. Pero lo que prima es que los pacientes sean atendidos aquí y no tengan que ser derivados al hospital. Creo que esa debe ser la función del médico rural, evitar que deban desplazarse. Y, por supuesto, conseguir que la gente confíe en ti.

¿Ha logrado ya en cuatro meses meterse a la gente en el bolsillo?

Eso son palabras mayores. Ganarse la confianza de la gente cuesta. Pero al final, las personas vienen al médico a contarle también sus cosas y terminas conociendo a toda la familia. Les pregunto con quién viven, a qué se dedican, qué les gusta hacer en sus vidas y así conozco verdaderamente a los pacientes porque el resto de la historia clínica ya aparece en el ordenador.

¿Bastaría con aumentar las plazas MIR para resolver la actual crisis de la medicina familiar? Quizá haya que prestigiar la especialidad o mejorar las condiciones laborales (ratios de pacientes, horarios...)

Por supuesto que mejorar las condiciones ayudaría.