“Ah, pero ¿eres tú? Ya me habían dicho que eras joven, pero no me imaginaba que tanto”. A estas alturas de la carrera, Ziortza Llano está acostumbrada a las caras de asombro. Es lo que tiene ser una emprendedora rural de 25 años. Al frente de su centro de terapia asistida con caballos para personas con diversidad funcional, ubicado en Gordexola, esta fisioterapeuta compensa los obstáculos con “lo gratificante” que le resulta su trabajo. “A nivel familiar y personal sí que he sentido apoyo, pero es verdad que esa barrera social de ser una mujer joven y en un entorno rural a veces es difícil superarla y conseguir esa credibilidad”, avanza.

Las piedrecitas en el camino de Ziortza, que ayer jueves relató su experiencia en un encuentro sobre emprendimiento rural femenino celebrado en Bilbao, se han sucedido. “Podría hacer una lista muy larga. En mi actividad lo mismo tienes que ir a por comida para los caballos que desbrozar una campa. Te encuentras allí y te dicen: No, tranquila, no muevas peso, ya te lo recojo yo. Ni siquiera te dejan participar. A la hora de pedir financiación, he tenido que contar con el apoyo de mis padres a pesar de que mi empresa era rentable y sostenible”, lamenta.

Aunque no ha sentido “discriminación” por ser mujer, “sí ese rechazo, ese no tener en cuenta lo que yo te estoy diciendo, no dar credibilidad a mis palabras. Estoy segura de que si lo hubiese contado un hombre, aunque fuese de mi edad, habría tenido más credibilidad”, denuncia.

Podría poner “mil ejemplos”, dice, de lo “difícil” que le resulta que se la valore a veces por sus propios méritos y eso que no le faltan. “Estudié fisioterapia, me especialicé en pediatría y realicé un máster en atención temprana y un postgrado en intervenciones asistidas con caballos”, enumera. “Gracias a diferentes premios, el programa de formación de Gira Coca-Cola, los BUM Sariak, he ido ganando ese reconocimiento y esa visibilidad que sin ellos igual no habría sido tan rápida o posible”, destaca agradecida.

Ziortza quería dedicarse profesionalmente “a mejorar la calidad de vida de personas con diversidad funcional”. Ese afán, unido a su “pasión por los caballos y la naturaleza”, se materializó en el centro Tipi-Tapa que regenta en Gordexola, adonde “acuden familias que buscan otro tipo de terapias para seguir trabajando con sus hijos o hijas. Mi objetivo es poder dirigir también este proyecto a asociaciones o entidades públicas, como Diputación u Osakidetza”, explica.

“La satisfacción que muestran los niños y niñas y sus familias”, dice Ziortza, la impulsa a “seguir peleando y superando barreras”. Una motivación importante si se tiene en cuenta que “es un negocio costoso porque son caballos y no apagas la luz y te vas. Requieren mucha atención todos los días, da igual que sean vacaciones o que llueva”. Con todo, concluye que “emprender en el ámbito rural siendo una mujer es difícil, pero maravilloso, porque te aporta calidad de vida”.

De Bellas Artes a hornear pan

Erika Yurre

Hace doce años Erika Yurre, quien también compartió ayer jueves su experiencia en el encuentro sobre emprendedoras rurales, se mudó de Bilbao a Karrantza y empezó a construir, junto con su pareja, su vivienda y el edificio del obrador Ama Orea donde producen pan ecológico. “Teníamos claro que queríamos vivir en el medio rural con algo que nos permitiese crear nuestro propio negocio. Teníamos mucha afición por las bacterias y habíamos empezado a cultivar nuestra propia masa madre y decidimos lanzarnos a esto”, explica Erika, que estaba acabando la tesis doctoral en Bellas Artes cuando se embarcaron en esta aventura. “En el ámbito familiar les pareció una locura. Con un pie puesto en la Universidad ¿os vais a meter ahora al campo, a ese trabajo tan duro que hacían vuestros abuelos? Al llegar a Karrantza la gente se sorprendía mucho: Venir de la ciudad aquí, están locos estos. Desconfiaban de que tuviéramos esa alegría y seguridad de querer vivir allí”, recuerda.

Padres de dos hijos de 4 y 6 años, en la decisión de ser sus propios jefes también pesó la idea de poder conciliar, aunque “no deja de ser difícil porque uno se pone enfermo, hay que hacer el trabajo y no hay apoyos familiares en los que delegar”. Cuando sus hijos eran más pequeños, su pareja era la “cara más visible” del negocio. “Como él iba a vender y yo estaba en el obrador, me decían: Esta es la mujer del panadero. La mujer del panadero es panadera también. Ahora ya saben que es un proyecto a medias”.