Durante dos años, desde 2020 a 2022, en plena pandemia, el investigador de la UPV/EHU Jon Ander Clemente ha estudiado en profundidad el entramado de rocas y acantilados que componen la playa de Barinatxe, más conocida como La Salvaje, y que está enclavada entre Getxo y Sopela, flanqueada por unos espectaculares acantilados. Se trata de una investigación, elaborada como parte de su tesis doctoral y que se acaba de publicar en la prestigiosa publicación Engineering Geology, que ha permitido desarrollar una metodología que busca soluciones naturales a los desprendimientos de rocas en las playas. No obstante, el proyecto comenzó anteriormente, en 2019, en el geoparque de la costa vasca, en la playa de Itzurun, en Zumaia, con resultados satisfactorios, por lo que posteriormente decidieron probarla en el litoral vizcaino.

El estudio se ha llevado a cabo durante dos años en la playa de Barinatxe de Sopela.

Una metodología que permite anticiparse a problemas como la caída de rocas en los acantilados de la costa vasca, un fenómeno muy habitual, además de un peligro real para la gente que visita las playas localizadas a sus pies. Precisamente, cabe recordar que hace tres años, un desprendimiento en el paseo de acceso a Barinatxe obligó a cortarlo al público. De esta manera, mediante este estudio, el grupo de procesos hidro-ambientales de la UPV/EHU ha estudiado el efecto barrera que ejercen las dunas naturalmente presentes en este arenal vizcaino. Los resultados muestran que “la protección es total, además de aportar valor ecológico al ecosistema costero”, explica Clemente. “Esta playa tiene una particularidad y es que las dunas crean una especie de cuneta natural entre el acantilado y lo que es la duna”, detalla.

Una especie de trinchera de aproximadamente tres metros de profundidad que permite frenar el macizo rocoso. “Es un socavón en el que caen todas las rocas y en el que se pueden ver perfectamente cómo están todos los bloques dentro que no pasan a la playa”, prosigue. “Nuestro modelo tridimensional nos muestra que, si esta barrera natural se degradara y desapareciera, las rocas llegarían hasta la playa donde la gente suele acudir y se correría un gran riesgo. En este momento, la protección que ejerce el sistema dunar es del 100 %”, destaca. Además, también ha estudiado el entorno desde el punto de vista de la biodiversidad y ha constatado que las especies que crecen allí son importantes, y encima la vegetación mantiene firmes las dunas.

Protección de las personas

Precisamente, siendo las playas unas zonas de recreo muy frecuentadas, especialmente en verano, la protección de las personas supone una prioridad. Por eso, según apunta Clemente, tradicionalmente se ha recurrido a diques, mallas y barreras para este fin, sobre todo, “en las zonas de acceso de mayor complejidad”, matiza, y que además de su alto coste de construcción y mantenimiento, tienen un gran impacto visual y ambiental. “Buscamos naturalizar en la medida de lo posible estas medidas protectoras. Estudiamos cómo la naturaleza nos protege y al mismo tiempo protegemos a la naturaleza”, indica este investigador de la facultad de Ciencia y Tecnología de la UPV/EHU. Además, esgrime que existen áreas protegidas por su alto valor ecológico y/o geomorfológico como, por ejemplo, el geoparque de la costa vasca, en las que no se pueden realizar ese tipo intervenciones tradicionales.

Sin embargo, aclara que el hecho de haber probado la eficacia de las dunas no significa que vayan a promover la instalación de sistemas dunares en todas las playas. “Siempre hay que estudiar la particularidad de cada sitio porque es un sistema muy dependiente del entorno natural. Y hay que adaptar las soluciones a la morfología propia de cada lugar, lo mismo que cada persona es distinta, cada playa es diferente. Sí que puede haber algunas donde se puedan generar sistemas dunares, pero en otras será necesario realizar intervenciones con mayor impacto. En estos casos, nuestro modelo 3D permite definir las necesidades exactas de cada lugar y, por ejemplo, puede servir para determinar la altura de la barrera que es necesario construir”, agrega. A este respecto, pone como ejemplo el rodaje de la serie Juego de Tronos en Zumaia. “En todas las grabaciones que hicieron, los actores no podían estar pegados al acantilado porque nadie les pudo decir que no les iba a caer una piedra”, expone.

Modelos 3D

Concretamente, de ahí surge el impulso a la metodología aplicada por los investigadores que buscaban anticiparse al problema sin afectar al medio natural. La solución la encontraron mediante la creación de modelos 3D de las zonas de acantilados utilizando drones o láser escáner. Una vez estudiada la zona se realiza el seguimiento y la monitorización de las trayectorias, el tamaño, el avance y otros parámetros de las rocas que caen en las zonas de estudio. Esto les permite “evaluar la susceptibilidad de las playas frente a la caída de rocas de los acantilados adyacentes y proponer una serie de medidas y actuaciones más acordes con la naturaleza para proteger las playas y a la vez respetar el entorno natural”, señala.

Un modelo 3D que está atrayendo la atención de la comunidad científica y que está siendo citado en diferentes estudios, y que ya están probando en otros lugares como, por ejemplo, el parque natural de Portofino, uno de los más importantes de Italia, aplicado a sus calas.

Sobre esta línea, el grupo de investigadores también ha llevado a cabo con anterioridad un estudio de la playa sopeloztarra de Atxabiribil, donde plantean un novedoso proyecto que podría ser la inclusión de “códigos QR en la zona de acantilados que permitiesen a las personas acceder a la información tridimensional de su estudio para ver hacia qué lado son susceptibles de caer las rocas o también unos mapas que incluyesen un semáforo de peligrosidad con la distancia adecuada de cada parte de la playa”, explica.

Por último, aunque actualmente está siendo utilizado para conocer las previsiones de caída de las rocas en las playas, el investigador considera que esta metodología puede ser empleada en cualquier entorno donde exista peligro relacionado con la caída de rocas para las personas. En el caso concreto del efecto de las dunas, “se podrían hacer estudios similares en sistemas desérticos”, concluye.