Cinco años de sacrificio para toda una vida de felicidad. Así se han vendido las carreras universitarias desde hace tiempo. Este año han sido 12.767 los estudiantes que se han dejado los sesos estudiando para la EBAU en Bizkaia. En la otra cara de la moneda, cerca de 2.000 han sido los que finalmente han obtenido su título después de una larga carrera.

Ya sean cinco, cuatro o incluso ocho años, el ímpetu que cada estudiante emplea en su extenso tiempo de aprendizaje para poder gozar de un diploma es, simplemente, inimaginable. Al igual que lo que pasa luego. Después de la pomposa ceremonia en la que se entrega la orla, los estudiantes se convierten en graduados universitarios. Ya tienen el título que les acredita como psicólogos, periodistas o médicos. Las puertas de la universidad se cierran y las del mundo laboral, en cambio, se abren.

¿Y ahora qué?, ¿Es éste el siguiente ‘gran capítulo’? Se supone que sí, que los estudiantes aplican y ponen en práctica todos los conocimientos que la academia les insufla. Los testimonios de aquellos que están en la recta final y de los que ya la han cruzado coinciden en lo mismo: el mercado es precario y el futuro poco esperanzador.

Miren es psicóloga, pero no puede ejercer su profesión. Maider Goikoetxea

De un voluntariado exprés por Sri Lanka a las calles de Bilbao con un chaleco de Médico Sin Fronteras para, después, terminar en un escritorio atendiendo llamadas. A ello, hay que sumarle un trabajo como monitora en un taller de inteligencia emocional para niños. Esa es la trayectoria de Miren Allende, una psicóloga recién graduada que nada en las aguas del desasosiego laboral. “Desde que terminé la carrera he trabajado en mil cosas diferentes porque ejercer de momento psicología, lo veo muy complicado”, dice.

Miren en todo momento enfatiza su amor por la psicología. Sin embargo, no se encuentra en una consulta mejorando la salud mental de los vizcainos y vizcainas, sino en trabajos esporádicos con la aspiración de realizar un máster para apostar por un futuro en la sanidad. “Nos han enseñado y soltado ahí afuera, pero no nos ayudan a encontrar el camino laboral”, asegura.

La oferta en este ámbito laboral brilla por su ausencia. “Y por lo que veo, somos necesarios”, dice la psicóloga. Al menos, ese es el mensaje que dejó la cuarentena, los meses de restricciones y, en resumen, los años de pandemia. “No pude tener unas prácticas adecuadas debido al coronavirus, entonces no tengo la preparación que debería”, explica mientras cuenta la realidad de muchos universitarios en un momento complejo que, además de trastocar sus vidas, también estaba acabando con sus ganas de estudiar y de formarse.

¿Quién mejor que una psicóloga para exponer las consecuencias de esto? Lo triste viene cuando ella no es quien las muestra, sino quien las padece. Ella y todos aquellos estudiantes que salieron de la burbuja académica solo para toparse con la cruda realidad laboral. “Acabamos la universidad, nos piden experiencia y no vemos salidas”, comenta. “Hay una generación completa de jóvenes desmotivados por su profesión”.

Al contrario que Miren, Leyre Rodríguez aún no ha terminado sus estudios universitarios. A esta futura médica todavía le faltan tres cursos, además del MIR, para poder vestir la bata blanca y portar el estetoscopio alrededor del cuello.

Pero, al igual que la psicóloga, ya está inmersa en el mundo laboral. “Empecé a buscar trabajo porque quería tener unos ahorros para mí y ayudar un poco en casa”, explica la futura doctora. Lo consiguió en una tienda de la cadena Koker, donde trabaja como dependienta. “Quería saber lo que era estar cara a cara con las personas”, expresa.

A Leyre Rodríguez le apasiona el contacto directo con las personas. Maider Goikoetxea

Médica de familia

Leyre quiere ser médica de familia y eso implica también estar en contacto diariamente con los pacientes. “Es lo que me veo haciendo, es lo que más me gusta de la profesión”, afirma la joven. Aún así, no es en absoluto optimista sobre lo que le depara el futuro. Al parecer, en Euskadi “no hay médicos de familia”. “Esta es una realidad que no pasó desapercibida en el acto de graduación de la última promoción de graduados en Medicina, que se celebró en el Palacio Euskalduna el pasado 10 de junio. Allí, los profesionales que ejercen la docencia universitaria animaron a los nuevos médicos a acercarse a la atención primaria” tal y como afirma en reiteradas ocasiones Gotzone Sagarduy, consejera de Salud del Gobierno vasco.

Aun así, Rodríguez cree que “es una profesión infravalorada. Durante el coronavirus, tuvieron que meter tantas horas, esta escasez responde al estado físico y mental en el que se encuentran muchos profesionales de la salud. Hay médicos agotados tras la pandemia y no pueden seguir trabajando. Se dan de baja, se abren nuevas plazas y se llenan con más médicos, pero éstos se agotan también y se repite la historia”, sentencia con dureza.

El mundo de la comunicación

Esther Ogunleye ya es oficialmente periodista. Tras cuatro años en las aulas de la facultad, en junio recibió su título. Pero, en realidad, Esther lleva varios años ejerciendo de comunicadora, sobre todo, en el espacio digital. Como Esther creía que al terminar sus estudios “no tendría muchas oportunidades de trabajar en grandes medios”, comenzó a generar contenido para las redes sociales: “A ver dónde me lleva esto, pensé entonces”. Por el momento, gracias a su pequeña incursión como creadora de contenido en Instagram, Esther, además de ser instagramer, también ejerce de DJ y presentadora. También ha cubierto eventos de música urbana como la fiesta Follow The Party. Ahora, gracias a su trabajo, produce y locuta un programa en YouTube.

Esther Ogunleye es periodista desde este mismo junio. Oskar González

Así las cosas, visualiza su futuro como periodista en el ecosistema digital de futuro. “Quizás no sea ni mañana ni pasado, pero yo estoy convencida de que es la salida”, afirma con convencimiento.

En las filas del paro

Daniela Canencio también quiere desarrollarse como comunicadora, pero aún no ha finalizado sus estudios. Lo hará, previsiblemente, el próximo junio. Ella percibe con pesimismo el futuro que le espera cuando se cierren las puertas de la facultad. “Somos muy conscientes desde primero de carrera de que probablemente terminaremos desempleados”, espeta. Es un escenario oscuro para alguien que apenas vislumbra la entrada al mundo de la comunicación. “¡Nos vemos en la fila del paro!”, comenta Daniela entre risas, recordando que es una frase comúnmente usada entre los estudiantes de periodismo cuando se topan por los pasillos de la universidad.

Quizás es fruto del hecho de haber crecido entre dos crisis económicas, con un PIB tan inestable como la promesa de un futuro en los medios que, claramente, no se aplica a la realidad de la Generación Z. Pero a pesar de que Daniela trabajó como camarera, limpiadora, barista y cuidadora, sus aspiraciones se alejan abismalmente de la hostelería y aún residen en los medios, “especialmente en la radio”.

Daniela llegó a Bizkaia con 18 años desde Colombia.

La graduación es uno de los momentos más importantes en la vida de todo universitario. Los recién egresados se visten de gala para la ocasión y, por encima de su atuendo, lucen sendas togas. Sus cabezas están adornadas con birretes de los que pende una borla y en sus rostros se tatúa una amplia sonrisa. Éste es el cierre de una etapa, “la más importante de nuestras vidas”, según los tópicos. No obstante, no son pocos los casos en los que la pompa se desvanece pronto. El mercado laboral sigue siendo un territorio hostil para los jóvenes con estudios universitarios que se sumergen en él tratando de encontrar el Dorado. Para los aventureros del siglo XVI el objetivo era encontrar cantidades ingentes de oro. Ahora, un contrato indefinido es el nuevo metal dorado. l